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La difícil unión de la extrema derecha europea

© REUTERS / Alessandro GarofaloEl líder del Partido por la Libertad, Heinz-Christian Strache, la líder de Reagrupación Nacional, Marine Le Pen y el líder de ultraderecha italiana, Matteo Salvini
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"¡Patriotas de todos los países, uníos!". Era el grito de Jean-Marie Le Pen en 1990, instando a los partidos soberanistas del Viejo Continente a aunar fuerzas. Treinta años después, el nacionalpopulismo se ha extendido por Europa, pero encuentra dificultades para unirse en su propia diversidad.

Nunca como hasta ahora el sueño del viejo líder ultraderechista francés podría parecer tan cerca. En apariencia, pues las diferentes fuerzas del populismo de derechas europeo divergen en asuntos importantes y se disputan un liderazgo continental en el que las ambiciones y rivalidades entre personas también frenan la convergencia.

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Por si fuera poco, el anhelo de unidad desplegado a pocos días de las elecciones para el Parlamento Europeo choca con la pertenencia de esos mismos partidos y líderes que instan a la unidad a diferentes fuerzas políticas dentro del hemiciclo de Estrasburgo.

Tres grupos representan ahora en la Cámara legislativa los intereses de la derecha nacionalista: La Europa de las Naciones y Libertades (ENL)— integrado por el partido de Marine Le Pen —Reagrupación Nacional (RN)—, La Lega de Matteo Salvini y Alternativa para Alemania (AfD)—; los Conservadores y Reformistas Europeos (CRE), —donde se cobijan Los verdaderos Finlandeses y el Partido Popular danés (PPD)—, y Europa de la Libertad y la Democracia Directa (ELDD), —donde se encuentra el Movimento 5 Stelle italiano y el UKIP británico que impulsó y ganó el Brexit—.

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Entre los tres grupos suman 149 de los 751 diputados del Parlamento europeo. Está por ver si los españoles de VOX entran por primera vez en el hemiciclo el 26 de mayo y si se integran en alguna de estas formaciones.

Toda una sopa de letras en la que el elector europeo podría ahogarse y si no lo hace, es simplemente porque desconoce la existencia de esos grupos. El desconocimiento de la mecánica legislativa europea es tan evidente como la evidencia de que los ciudadanos de la UE votan en clave nacional. Aun así, tanto Le Pen, como Salvini, el holandés Geert Wilders y por supuesto Víktor Orban, que pertenece —de momento— a otra familia política (el Partido Popular Europeo) quieren unir sus esfuerzos para traducir el éxito en sus respectivos países en una ola popular que dirija los destinos legislativos de la UE.

​Marine Le Pen es quizás la más conocida fuera del continente por apellido y por su fuerza en Francia, donde disputa al partido del presidente Emmanuel Macron el primer puesto en las urnas. Le Pen, que ha recorrido Europa en la campaña electoral tratando de ganar adeptos a la causa común del nacionalpopulismo europeo, tiene, en cambio, una gran desventaja ante su "aliado", Matteo Salvini. El viceprimer ministro, ministro del Interior de Italia y verdadero hombre fuerte del Gobierno de Roma ha llegado al poder a través de las urnas —en alianza con 5 Stelle— y ha podido llevar a la práctica lo que Le Pen viene diciendo desde hace años sin poder aplicarlo por su techo de cristal electoral.

Inmigración, Rusia y el euro

Salvini ha podido aplicar en su país una de las medidas que une sin reservas a todos los partidos soberanistas: poner freno a la inmigración en masa. Es el único punto en el que las diferentes formaciones nacionalpopulistas no presentan diferencias.

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Hay apartados en el que existen posturas diametralmente opuestas. La relación con Rusia es uno de ellos. Entre los "prorrusos" destacan Salvini y Le Pen. El líder de la "Lega", firmó ya en 2017 un acuerdo de cooperación con el partido Rusia Unida. Después, ya en el poder, se ha pronunciado abiertamente por el levantamiento de las sanciones comerciales de la UE a Moscú. Le Pen no oculta tampoco sus simpatías por el presidente ruso. El austriaco Partido por la Libertad estaría en la misma onda, así como Alternativa por Alemania, a cuyos líderes el semanario alemán Der Spiegel calificaba recientemente como "las marionetas de Putin".

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En una posición completamente opuesta se encontraría el gobernante partido Derecho y Justicia, de Polonia, y los Verdaderos Finlandeses. La actualidad política y la historia hacen difícil las relaciones entre las fuerzas nacionalistas de estos países y Rusia.

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El grado de euroescepticismo es otra de las variantes que distinguen a los eurocríticos. Los holandeses de Geert Wilders y los checos de Tomu Okanawa estaría por el "exit" de sus respectivos países. Una idea que Le Pen ha olvidado definitivamente, así como el rechazo al euro. Pues fue la propuesta de abandonar la moneda europea lo que le costó, entre otras cosas, su derrota en las presidenciales de 2017 frente a Macron. Pocos franceses parecen decididos a arriesgar sus ahorros en euros y volver al franco. Salvini tampoco puede atacar a la moneda europea. Su partido fue —y es— el representante del mediano empresariado del norte de Italia y este sector, vital para su país, no quiere experimentos ni con la pertenencia a la UE ni con el euro.

"Chernóbil económico"

Las diferencias en filosofía económica son también evidentes entre la derecha dura europea. Los hay liberales sin complejos, como los holandeses, y más proteccionistas, como el RN de Le Pen, a quien en su propio partido ciertos críticos le reprochan defender postulados económicos "de izquierda". Sus soflamas contra la austeridad, las multinacionales, el mundo de las finanzas, los tratados de libre cambio o el poder de los bancos podrían ser compartidos por sus rivales franceses del otro extremo del escenario político. Para Marine Le Pen, la UE es responsable de "un Chernóbil económico y social".

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Los alemanes de AfD saben que las ideas anti-UE no funcionan en su país, uno de los más europeístas. El "Dexit" no seduce; Alemania se beneficia más que nadie de la UE y, por si fuera poco, el próximo presidente de la Comisión Europea será, si no hay sorpresa, el alemán Manfred Weber, jefe de los "populares" europeos (PPE), la formación de la derecha "moderada" continental.

Religión, feminismo y LGBT

Los polacos, como otros centroeuropeos, hacen hincapié en el cristianismo como uno de los componentes esenciales de la identidad europea y se consideran partidos confesionales. Tampoco en este caso Le Pen puede acompañarlos pues, aunque comparta la idea de las raíces cristianas de Europa, en su país defiende el laicismo y la estricta separación entre Estado e Iglesia.

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En las cuestiones referidas a la mujer y a los derechos del colectivo LGBT o al aborto, Le Pen y el holandés Wilders aparecen como los más "progresistas". AfD defiende que se combata la crisis demográfica con más hijos de las mujeres alemanas y que se frene la política de género y la "sexualización" prematura, el gasto público para estudios de género o el régimen de cuotas. En parecidos términos se expresa el PIS polaco o el Fidesz húngaro.

En Francia, en las elecciones regionales de 2015, nada menos que un 32% de parejas homosexuales votaron a Le Pen, que se ha autoerigido en defensora de este colectivo frente a las agresiones homófobas (subrayando que las agresiones son principalmente obra de musulmanes o extranjeros). El propio vicepresidente del Frente Nacional hasta 2017, Florian Philippot, era abiertamente gay. La diferencia es aún mayor con el "Partido de la Libertad" de Wilders, que enarbola la bandera de los derechos de homosexuales y de las mujeres —en contraposición con los valores del islam—, y la libertad de elección de estas en cuestiones como el aborto, cuya práctica no está a debate en Holanda.

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Así pues, un programa común de los nacionalpopulistas europeos es imposible, pero no una alianza objetiva. Lo que les une es la pretensión de acabar con la hegemonía política tradicional repartida desde hace décadas entre socialdemócratas y conservadores, y empezar a imponer una visión del mundo que definen como la "Europa de las libertades". "Una Europa que no tiene sentido si no se respetan las identidades de cada país que la compone".

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En el fondo se trataría de reconvertir a la UE a un simple espacio de intercambio económico, con unas fronteras impermeables a la doctrina liberal-progresista que estas formaciones consideran forma parte de una estrategia global para acabar con las identidades, las raíces y, en definitiva, la historia de las naciones que componen Europa.


LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK

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