El Recreo está más o menos céntrico, cerca de la famosa Plaza Venezuela; tiene pasadizos y un montón de escaleras que lo conectan con el (otrora) lujoso Hotel Meliá sin necesidad de salir a la calle. El Meliá sí que está venido a menos. Es un monstruo de cemento que se empeña en aparentar lo que hace mucho tiempo dejó de ser. Sus inmensas proporciones albergan habitaciones vacías impagables con un servicio ineficiente y una fachada que reclama a gritos una manita de pintura.
El colectivo Comando Creativo nació en Venezuela a mediados del 2008 impulsado por un grupo de jóvenes artistas a los que les unía un par de cosas fundamentales: el arte plástico callejero y la política, más concretamente la política de Hugo Chávez (hubo una época en la que hasta fue moda porque en Venezuela eran felices con sus petrodólares para el pueblo). El círculo virtuoso funcionaba a pesar de sus desvíos perdonables.
Nació por un impulso imparable de una nueva generación que creció en una revolución que su historia llamó Bolivariana y que durante muchos años fue creíble y certera. Sus motocicletas son de aquella época y ya están viejas. La de Luis José solo arranca con el impulso cuesta abajo y la de Andrés es una Vespa de varias décadas atrás, con sus cosas y sus mañas. Nadie las roba. Víctor, al que todos llaman Forastero, va de parrillero (se llama así al pasajero de una moto en Venezuela) con Luijo, el mayor de todos, manejando.
Los tres son chamos (chicos, en argot venezolano) de barrios populares que se conocieron haciendo lo que más les gusta: pintar historias en paredes y edificios vacíos. Son artistas de la imagen, del diseño, de la ilustración, la serigrafía; y todo lo que hacen tiene un porqué político y comunitario. Esa es la diferencia respecto a otros muralistas que pintan por pintar, seguramente héroes en sus patrias chicas. Pero esos otros no funcionan en las calles de Venezuela. Funcionan los chicos como ellos, en sus vespinos voladores, peligrosos y anti (maldito) tráfico caraqueño.
El muralismo tiene un mensaje
"El muralismo me cambió la vida", asegura Lujito. Luis José Ordaz tiene 35 años, medirá por lo menos 1,90 metros, lleva gafas, camisa de cuadros y empezó a pintar momentos a los 27. Nunca antes había hecho nada parecido a ganarse la vida con un spray o unas pinturas de paredes en blanco. Era mecánico. Pero pintar le lleva a tener contacto con las comunidades y a creer (por fin) en lo que hace. Su filosofía es la del Comando, que actualmente lo conforman unos 20 o 30 chicos y chicas como ellos. Su mensaje: la lucha del pueblo.
Si no fuese otro país, esta conversación en una plaza pública sería casi impensable. Pero Venezuela es así, suda emociones. La charla tiene lugar en el barrio de Chapellín, en La Florida, en el sector de la Comuna La Gran Victoria. Los chicos contemplan una de sus mejores obras, o al menos una de la que mejor recuerdo tienen. "Pintarlo fue una fiesta", dicen.
Lo que miran es un mural enorme de Simón Bolívar, el Libertador, claro. Con su mano sostiene una farola de la calle integrada en la pared, y en su espalda hay un grupo de personas del siglo 21 que representan a la comunidad de vecinos donde estamos. Lo de la farola tiene su simbología: "jugamos con el tema (con la metáfora) de que Bolívar estuviera dándole la luz al pueblo".
Los chicos pintan lo que la comunidad quiere. "Somos catalizadores de su identidad", dicen en varios momentos del camino. De nada vale pintar cosas con las que los vecinos no se sientan identificados. "El mensaje debe pasar por el objeto del dibujo. Por el 'qué' pintamos". El mural es su reivindicación que va a permanecer para transformarles como sociedad. Un dogma más, quizá no explícito, de Chávez, claro.
Un grupo de esos mismos niños y adolescentes les ayudó a pintarlo. Fue una iniciativa precisamente para eso. Para que estos chamos saliesen de su rutina miserable por unas horas al día y se dedicasen a hacer algo diferente con gente que les daba amor.
Luisito, Andrew, Ninoska… Eran esos chicos de la calle, y Forastero los menciona como si hubiese sido ayer. Todos están representados en un mural que nadie ignora porque mira perenne a los viandantes de una de las zonas más comerciales de la ciudad y que, además, está al lado de una estación de metro.
"Ellos se montaron en los andamios, pintaron, rallaron la pared, se mancharon la ropa". Forastero cuenta que cada día había una hora bruja a la que los muchachos desaparecían. "A eso de las 4:30 de la tarde, el McDonalds, el KFC (Kentucky Fried Chicken) y el Arturos sacan la basura y ellos se iban corriendo a buscarla".
En el bulevar de Sabana Grande hay "bandas de la basura", y cada establecimiento tiene la suya. Meterse con la comida de la basura de una banda rival puede ser mortal.
"Imagínate lo que es para estos chicos participar de un trabajo así. Lo que toca la consciencia siempre vuelve. Uno no sabe lo que hemos sembrado en ellos… De repente, los chamitos están por ahí pintando murales. La acción, la vivencia, siempre dejan algo".
Arte urbano para construir socialismo
Forastero empezó a pintar murales porque quería homenajear a un amigo al que mataron para robarle una cámara de fotos. Siempre había dibujado, pero "pintaba cosas raras"; y trabajaba de mago en una tienda.
Cuando asesinaron a su amigo decidió que quería pintar su cara en la plaza de su barrio y se lanzó. Comenzó con el esténcil y poco a poco desarrolló su propia técnica. Así conoció al resto del grupo del Comando y ahora vive con Andrés, el tercero en el paseo en moto, la compañera de él y su hija pequeña en un sector del popular barrio de La Pastora que llaman La Tribu.
La Tribu es su casa en el barrio, cuidada con esmero, bonita, acogedora, y un espacio comunal donde se reúnen a pensar en las próximas escenas y donde en algún momento también hicieron pan y catalinas (dulce típico venezolano hecho a base de papelón —panela— y harina) para vender entre los vecinos.
¿Esto tiene que ver con aquella idea del Estado Comunal que promulgaba Chávez? Algo así como la organización de los venezolanos en comunas autosuficientes para que poco a poco dejasen de necesitar al Estado. Es una vuelta moderna del comunismo que ha demostrado funcionar a pequeña escala en la Venezuela tremenda de la crisis.
Andrés asiente. "Nuestro interés es que se construya el socialismo". Y luego habla de cómo la gente se identifica con los elementos que le rodean: un paisaje, un aborigen, una playa, un río. "Eso es lo que pintamos". Es volver, rescatar la historia y transformar el futuro.