Caracas muerde pero besa rico, o eso dicen los enamorados que no bailan 'lalaland'. Al hermano de Leo lo mataron en una calle ciega del mercado de Coche (zona al suroeste de la capital) cuando —supuestamente— un tipo le reclamó que andaba vendiendo más patilla (sandía) y cigarros que él. Hubo un desencuentro, un forcejeo, una puñalada en un brazo, una carrera, unos tiros.
Se fue para siempre; pero el mercado siguió su rutina, sus ruidos, su apelmazamiento, y la familia del hermano de Leo no sabe todavía qué pasó en aquella calle sin salida donde uno de ellos se quedó sin futuro en el asfalto.
Leo comenzó a jugar al fútbol en el equipo de su barrio, Lídice. El equipo, que viste de verde y blanco, se llama 'Los grandes de Lídice' y nació un 14 de enero de 2012 debajo de un árbol, cuando a su entrenador, Pablo, o Cheo, como le conocen todos, se le "encendió una bombillita", como dice él, y supo que quería "convertir su vicio, el fútbol, en su pasión, y sacar a los muchachos del barrio del ocio y de la calle".
El hermano de Leo andaba metido en drogas y en problemas. A veces, es normal. Era el mayor de la familia y un día discutió con Leo. Su madre le pidió que se fuese, no de la casa, sino de la habitación donde discutían, para que dejase en paz al pequeño, pero él lo entendió mal y se fue para siempre.
Más información: Venezuela: ¿qué piensa la oposición que no quiere a Guaidó?
El equipo de fútbol ya existía. Los dos jugaban. El pequeño fue por el mayor, pero al final ha sido él, el pequeño, el que ha hecho del deporte su razón de ser. Leo es de los primeros muchachos que comenzaron a vestir la camiseta de 'Los grandes de Lídice' y ahora está a punto de convertirse en campeón del Torneo Distrital de Fútbol de Salón.
La final, se juega en Caracas el próximo 4 de mayo y está emocionado pensando en la posible victoria. "El año pasado fue la primera vez que llegamos a la final y quedamos segundos. A ver este año". Llorarán ganen o pierdan.
Te puede interesar: Hablan los extranjeros que eligen Venezuela como hogar: ¿por qué se quedan?
"Yo me estaba dejando llevar por la mala vida, como mi hermano, que se metió en las drogas y el malandraje (delincuencia). Yo estaba siempre en la calle porque mi mamá estaba todo el día trabajando así que cuando salía del colegio me iba a los ciber[cafés], me la pasaba montado atrás de las camionetas, contestaba feo a la gente que me decía que estaba cometiendo errores y les salía con una patada…"
La historia de Leo no es excepcional. La vida en el barrio ofrece pocas solemnidades, mucho ocio, mucho tiempo y poco romanticismo. "El fútbol me ayudó a ser menos agresivo, me cambió mucho, todavía me ayuda a drenar; y salí de eso. Encontré todo el apoyo que necesitaba en mis compañeros de equipo. Ellos confían en mí y me dicen que yo soy su capitán porque soy el que tengo más tiempo en la cancha". Brilla orgulloso.
En contexto: Cómo viven los jóvenes que aún resisten en Venezuela
Leo trabaja en una pista de motocross en Caracas. En la pista también hay karts, esos carros pequeños que manejan los niños y los que no son tan niños en una pista que simula la Fórmula 1; y tirolina. Él se encarga de la tirolina. Dejó sus estudios pero dice que los va a retomar por la noche. Después de jugar al fútbol, lo que más quiere es convertirse en Ingeniero Mecánico y para eso tiene que ir a la Universidad.
Puede ser aquí (en Venezuela) o en Brasil, donde le gustaría mudarse: "Allí juegan demasiado bien". Al fútbol, claro. Y se ríe. Ahora ya no vive en Lídice, sino en Caricuao, otro barrio mucho más lejos del centro y de su equipo, pero cada viernes llega puntual a las 5 de la tarde al entrenamiento en la cancha del colegio José Luis Ramos.
Te recomendamos: Comer distinto, comer mejor; o de cómo la crisis ha cambiado la dieta de los venezolanos
La cancha está abierta de lunes a viernes para el equipo. Antes de que Pablo, o Cheo, el entrenador, o uno de ellos, fundase "Los grandes de Lídice" siempre estaba cerrada y no se podía utilizar. "Un desperdicio", dice Pablo, 54 años, pequeño, resuelto, un pasionario de las cosas que se pueden hacer y se hacen.
"Fundé este equipo con el deseo de no ver más a los niños en la calle, parados en las esquinas o viviendo del ocio", cuenta con la lucidez del que se sabe victorioso. "Un día puse un pupitre debajo de un árbol de mamón macho y me senté allí a esperar quién venía. Sólo pensaba que quería hacer algo por la comunidad y se me ocurrió crear una escuela deportiva.
La sombra del árbol en la que esperaba se abarrotó de niños. Llegaron más de sesenta muchachos y allí estaba yo solo, con ellos. Les expliqué lo que quería hacer y empezamos. Ya vamos para ocho años trabajando y compitiendo de forma consecutiva".
Puedes leer: Un paseo por Caracas: ¿qué opinan los venezolanos de una posible intervención militar en su país?
Hoy son más de 200 niños de entre 4 y 18 años los que visten la camiseta verdiblanca. Cada día de la semana entrena un grupo dependiendo de la edad. La pista abre a las 5 de la tarde y cierra pasadas las 7 o las 8. El tiempo vuela, más en esta época del año que llega la niebla hasta las porterías que defienden los muchachos. Lídice está alto, a los pies del Ávila, la montaña que rodea Caracas, y cuando se va el sol llega el 'friosito', como dicen ellos. Mejor para jugar. A los caraqueños les gusta el frío caribeño.
El equipo de fútbol es 100% autogestionado. Cuando comenzaron, y la crisis no pegaba tan fuerte en el país, recibían ayudas del Gobierno; algún material deportivo. Ahora viven de las colaboraciones que cada familia aporta, dependiendo de lo que puedan pagar en función de su renta o su disposición. Todo cuenta y todo vale en tiempos de guerra. Unos bolívares (moneda nacional), unos zapatos, unas horas de tiempo para ayudar al equipo en lo que sea.
No te pierdas esta crónica: Por qué se visten de morado los venezolanos en Semana Santa
'Los grandes de Lídice' son los hijos de 'Los pequeños de Lídice', el equipo en el que jugaba Pablo cuando era chamo (niño en jerga venezolana). 'Los grandes' empezaron en la calle, haciendo las porterías con piedras, sin indumentaria y sin mucho orden. "Como unos loquitos", dice Cheo.
Al final, el dueño de una tasca se entusiasmó con ellos y terminó regalándoles unos uniformes viejos que tenía guardados en algún almacén. Eran blancos y verdes y cuenta Pablo que les quedaban grandísimos. "Pero qué orgullo". Se siente todavía.
"Cuando no estoy aquí, en la cancha, me dedico a pensar". ¿A pensar? "Yo creo en este proceso revolucionario a pesar de las dificultades, y lo creo porque esta escuela nació en Revolución. Chávez hablaba de las escuelas comunitarias y nunca podríamos haber entrado en este colegio y utilizar esta pista si no hubiese sido por esa Revolución".
Vinculado: Venezuela: pionera en parir bien
Aparte de eso hay poca política en el fútbol de estos muchachos. Es deporte. Vienen, juegan, se ríen, lloran, mueven el cuerpo y el espíritu, hacen amigos, hacen familia. Se van. Vuelven a venir, se preparan para el campeonato o para sentirse bien, mejores; organizan charlas y entrenamientos; los chicos que se hacen mayores toman las riendas y preparan a los pequeños.
Venezuela abandona la OEA y lo celebra con una gran marcha chavista en las calles de Caracas https://t.co/VsF2vtk93o
— Sputnik Mundo (@SputnikMundo) 28 de abril de 2019
Es un círculo virtuoso de entusiasmo que funciona lejos de las primeras planas que ocupa Venezuela cuando Miraflores se tambalea o lo tambalean. Es deporte. Y funciona siempre. No importa el tamaño de las medias.