Comuna desde fuera (de Venezuela) suena como a 1969 y la granja hippie de Woodstock. Y puede que no convenza a la mayoría o que al menos cause cierto escepticismo convencional. Pero una comuna, en Venezuela, es otra cosa. Es un objetivo de clase y de sociedad. Una meta del socialismo del siglo 21 que ideó minuciosamente Hugo Chávez para crear un país independiente del Estado desde las bases.
Las comunas son microcosmos organizados en los barrios. Pequeñas sociedades de vecinos que se unen para ser más fuertes, para ser mejor. Y en época de crisis y guerra económica, se ha convertido en la única manera de sobrevivir. Donde no llega el Estado, llegan los comuneros.
Comuna Socialista Altos de Lídice
Altos de Lídice está ubicada en la parte alta del popular barrio La Pastora en Caracas, muy cerca de las faldas del Ávila, la montaña que rodea la ciudad, y tiene poco más de un año de vida.
La Comuna Altos de Lídice es grande. Abarca más de 6.000 personas y, aunque no todas están implicadas en el trabajo comunitario, es un ejemplo de cómo, a pesar de la adversidad, se puede resolver cualquier problema si se quiere. En Venezuela son expertos en eso de resolver, y en esta comuna saben bien cómo tener éxito con aquello que se proponen. Su última experiencia es la Farmacia Comunal Salud para el Barrio que inauguraron hace cinco meses y ya es toda una sensación entre los vecinos.
¿Qué es una farmacia comunal?
La salud es uno de los temas que más preocupa a los venezolanos. La situación de los hospitales públicos atraviesa uno de los peores momentos de su historia reciente y debido a la situación de bloqueo que atraviesa el país por las sanciones económicas impuestas por EEUU, muchos medicamentos no cruzan las fronteras. Las farmacias convencionales carecen de medicinas fundamentales y, cuando se encuentran, sus precios son tan elevados que una gran parte de la población no puede acceder a ellas.
Debido a esta problemática, la Comuna Altos de Lídice se remangó los pantalones y decidió actuar. Hace cinco meses conformaron la Mesa de Salud y Protección Social y se pusieron manos a la obra.
"Comenzamos a hacer un chequeo médico a todas las personas de nuestra comunidad, porque nos dimos cuenta de que muchos tenían problemas de desnutrición y enfermedades asociadas a la crisis que no se estaban tratando por falta de medicamentos", cuenta a Sputnik Daysi Luzardo, una de las encargadas del mostrador de la farmacia.
Salud para el Barrio está en la casa 22 de la Avenida Principal. "A tres cuadras de la parada de la camioneta, antes de llegar a la redoma, donde el preescolar". Las indicaciones para llegar bien a un lugar en Venezuela no son aptas para todos los públicos. Hace falta barrio y tesón.
Apenas son las 10 de la mañana, la farmacia lleva abierta un par de horas y Daysi no da abasto ordenando medicamentos y atendiendo a los vecinos que llegan con su receta en la mano pidiendo esto o aquello.
¿Cómo funciona?
Salud para el Barrio es llevada por un grupo de mujeres de la comuna, Manuela y Daysi incluidas. El doctor Roberto Bermúdez, de origen chileno (y de viaje en su país en el momento de la realización de este reportaje) es el mentor del proyecto, y mediante un acuerdo con la Fundación Salvador Allende, una vez al mes llegan medicamentos directamente a los Altos de Lídice desde Santiago, la capital de Chile.
A cambio, la comuna les envía libros, pero sobre todo, más que un intercambio de rédito material, es un intercambio de solidaridad entre dos grupos afines ideológicamente hablando y con unos valores en común.
"Estábamos enfrentando una situación terrible", continúa Daysi. "La gente, por desespero, porque no encontraba los medicamentos que necesitaba, caía en depresión".
En Salud para el Barrio, en ese pequeño rincón que la química comparte con la moda en casa de Manuela, se encuentran frascos y pastillas que hace mucho tiempo desaparecieron de las estanterías de la mayoría de las farmacias en la ciudad. Cualquier caraqueño se quedaría con la boca abierta si se parase frente a ese arsenal desconocido para casi todos. Y es, por supuesto, gratuito.
En las estanterías viejas que Daysi continúa ordenando con esmero hay analgésicos; antiinflamatorios; antibióticos imposibles; antialérgicos; suplementos vitamínicos; neuropsiquiátricos; pastillas para la tensión; diuréticos; medicinas para tratar cardiopatías o para diabéticos y embarazadas. Estos dos últimos grupos son fundamentales porque su escasez en Venezuela es abrumadora.
Bety Marín es una de esas vecinas comuneras que participa del proyecto Salud para el Barrio y que además se beneficia de él porque es hipertensa. "Antes de que abriésemos la farmacia estaba muy mal", cuenta. "Durante mucho tiempo no encontraba las medicinas que necesitaba y cuando aparecieron no las podía comprar porque eran demasiado caras".
Bety necesita tres medicinas distintas para tratar su tensión alta. Es jubilada y su pensión es el equivalente al salario mínimo mensual, actualmente unos 10 dólares al mes, pero mucho menor hace seis meses, antes de que abriesen la farmacia comunitaria y de que Nicolás Maduro aumentase el ingreso mensual de los pensionados para combatir la hiperinflación.
Solo uno de sus medicamentos triplicaba su salario. Imposible. Estuvo más de tres meses sin tomar sus pastillas. "Me podría haber dado un infarto en cualquier momento y haberme muerto", explica. Bety suplía la falta de química de laboratorio por la medicina casera y natural. "Me tomaba en ayunas un poquito de perejil con ajo y lo licuaba con un trocito de zanahoria. Doy fe que funciona". Su tono de voz no deja espacio al escepticismo.
Desde que inauguraron la droguería, Bety se medica con regularidad y asegura que está "estupenda". Aparte de usuaria habitual, es contralora del lugar. ¿Qué significa esto? Una vez a la semana, ella y un grupo de mujeres acuden a la farmacia para hacer un inventario y comprobar que todo está donde debe estar: que no faltan medicamentos y que se han repartido las medicinas que se corresponden según los recibos entregados por los pacientes.
Esta rigurosidad en el control, que quizá pueda parecer exagerada según los ojos que miren la escena, es muy necesaria en la Venezuela actual. Si bien es cierto que se da por sentada (y más en una comuna como esta) la presunción de inocencia basada en la confianza (in)finita, la necesidad, en muchos casos, justifica acciones no tan positivas para la "manada".
Entre el realismo mágico y el Estado comunal
En la fachada de la casa 22 hay un cartel donde se lee "Farmacia Comunal", y aparecen los horarios de apertura. Abre todos los días menos los miércoles, de ocho de la mañana a cuatro de la tarde. La Comuna Socialista Altos de Lídice también tiene una casa de comidas donde dan almuerzo gratuito diario a varias decenas de personas. En las escuelas del barrio, los chicos más jóvenes organizan equipos de fútbol para inculcar el amor al deporte a los más pequeños y enseñarles la importancia de saber trabajar (y jugar) en equipo.
La Comuna Altos de Lídice parece una distopía de realismo mágico en mitad de un barrio de casas de colores. La Avenida Principal, donde se erigió la casa-farmacia de Manuela, a tres cuadras de la parada de la camioneta pública que acerca a las mujeres maravilla al asfalto de la urbe, es una cuesta pronunciadísima que no apetece afrontar. El carro llega asfixiado y con las ventanillas abiertas a la esquina que huele a café con azúcar, mientras los perros de las casas vecinas se enzarzan a gritos.
Es lo que los comuneros describen como su chavismo, residual o no. Como ese Estado comunal lleno de aspiraciones que alguna vez existió en la fantasía del hombre Hugo Chávez. Como el cuento visionario de lo aparentemente imperfecto con engranajes sincronizados de inexplicable puntualidad y excelencia caribeña.