Una realidad cibergeopolítica de la retirada de 1.000 soldados de EEUU en Siria —donde solamente se queda con la base de Al Tanaf en el sur que resguarda a Israel y su presencia militar en Irak— es el avance de la línea de contención de Rusia en su frontera islámica interna y externa, y que ahora se ha profundizado hasta el golfo Pérsico y el canal de Suez (donde Moscú apadrinó su segundo canal).
Hoy se esboza en un nuevo orden mundial, cuando la asociación de Rusia y China ha dejado aislado a EEUU mientras la Unión Europea y la OTAN se han fracturado: la primera con el Brexit y la protobalcanización de Cataluña y, la segunda, desgarrada por la operación de uno de sus miembros —Turquía— en su irrendentista operación militar al norte de Siria para desalojar a los kurdosirios e intentar crear una franja de amortiguamiento de 200 km de largo por 30 km de ancho con el fin de instalar a 3,6 millones de refugiados sunitas provenientes de Siria.
El otrora Occidente jugó de muchas formas la carta islámica para entrampar a Moscú, lo cual formó parte de la estratagema del ya fallecido Zbigniew Brzezinski, creador de dos generaciones de yihadistas: primero, en Afganistán con Osama Bin Laden y, luego, con los hijos y nietos de este en el mundo árabe.
En su entrevista a la revista francesa Le Nouvel Observateur, Brzezinski confesó los alcances de su estratagema para empantanar a la antigua URSS en Afganistán.
Otra estratagema de Occidente consistió en utilizar la carta islámica dentro de la antigua URSS, como hoy de Rusia, condensada en el libro El Imperio fragmentado: la rebelión de las naciones en la URSS (L'Empire éclaté. La Révolte des nations en U.R.S.S.), de Hélène Carrère d'Encausse. Ya en 1978 su autor proyectaba la balcanización soviética catalizada por la galopante poligamia islámica juvenil que en el largo plazo superaría en número a los rusos de religión ortodoxa.
A nivel interno de Rusia, la población musulmana —en su gran mayoría del rito sunita— se encuentra en alrededor 20 millones (14%) del total de 147 millones.
Las tendencias demográficas apuntan a que en 15 años es probable que la tercera parte de Rusia sea musulmana, ya que las regiones rusas de mayoría islámica —como el Cáucaso Norte y Tartaristán— ostentan una mayor acelerada natalidad, lo cual es similar al galopante crecimiento del islam global. Este hoy exhibe 1.800 millones de feligreses en los 57 países de la Organización de Cooperación Islámica: con 80% de sunitas y 15% de chiitas (el restante perteneciente a otras denominaciones).
Rusia comparte el mar Negro —cuya superficie es de 436.402 kilómetros cuadrados— con otros cinco países, entre los que destaca Turquía, con más de 81 millones de habitantes y un 99.8% de musulmanes sunitas que incluyen al 19% de kurdos de origen turco.
Trump heredó de Obama el caos sirio. Obama no solamente destruyó Siria, sino que también hizo lo mismo en Libia. Se asentaba que Israel apoyaba la secesión del Kurdistán para desestabilizar a Irán y Turquía. Advertí que el pueblo kurdo, en este caso en referencia a la rama iraquí, puede volver a ser sacrificado en el altar de la geopolítica regional como sucedió con el tratado de Sèvres de 1920.
Desde finales del 2018 apunté que Trump sale de Siria y se retira parcialmente de Afganistán, pero que se queda en Irak, mientras se gesta la división norte-sur de Oriente Medio.
Las señales ya estaban escritas en el muro desde finales de diciembre del 2018, cuando desde entonces me atreví a formular que la cartografía de Oriente Medio cambió drásticamente con vencedores y perdedores: entre los primeros, Rusia, Irán y Turquía, y, entre los segundos, EEUU, los kurdos, Israel y la mayoría de las seis petromonarquías del golfo, con la excepción de Catar.
Si Obama sacrificó a los kurdos en el altar iraquí, ahora Trump lo imita con los kurdos sirios en el altar turco. Fue muy significativo que Trump se haya decidido por entregar la estratégica ciudad de Manbij a Rusia, mientras el presidente Putin emprendía dos relevantes visitas a Arabia Saudita y a Emiratos Árabes Unidos: colindan con el golfo Pérsico.
Pareciera que existe un condominio ruso-estadounidense en el gran Oriente Medio, en sustitución del caduco acuerdo britanico-francés de Sykes-Picot de hace 103 años.
Lo real es que hoy Rusia predomina y domina en el mar Caspio, en el mar Negro y en la parte oriental del Mediterráneo: en Siria y en el Líbano. Además de las excelentes relaciones de Moscú con el atribulado primer israelí Netanyahu. También Rusia se ha posicionado en Egipto y en Libia y acaba de poner un pie en el golfo Pérsico. Putin ya cumplió el sueño de los anteriores zares al encontrarse de lleno en los mares calientes.