Con Estados Unidos como animador del encuentro y China en el papel de rival designado, la Europa desunida teme convertirse en la víctima del foro.
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Trump ha diseñado, horas antes del inicio del G20 argentino, el menú del programa. Y los papeles estelares se los otorga a su país y a China. Washington amenazó con aplicar una nueva ola de tasas a las importaciones chinas por un nuevo monto de 200.000 millones de dólares, que reducirían el déficit comercial desfavorable con Pekín, estimado en 350.000 millones. Es decir, aumentar los derechos aduaneros del 10% actual, a un 25%. Antes de su llegada a Buenos Aires, sus portavoces calmaron el juego señalando que se podría llegar a acuerdos "si China se presenta con nuevas ideas, una nueva actitud y la voluntad de cooperar".
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Estados Unidos exige a su rival asiático reciprocidad en la apertura de su mercado interno, el respeto a la propiedad intelectual y el cese del intervencionismo estatal y el fin de la exigencia de transferir tecnología a su territorio. La Unión Europea coincide con Washington en estos puntos, pero no se atreve a decirlo tan alto y claro como su aliado del otro lado del Atlántico.
Europa viaja en ambulancia

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Europa se presenta como árbitro y, al tiempo socio comercial de China, para hace frente a posibles medidas norteamericanas similares a las que Trump blande contra Pekín. Y en ese sentido, quien hace tiempo se echó a temblar es la Canciller alemana, Angela Merkel, que teme que los Mercedes, BMW o Porsche se agolpen en el muro aduanero con el que Trump amenaza a la industria alemana del automóvil. El dueño de la Casa Blanca, además, no se privará en su cara a cara con Merkel de volver a reprocharle el gasoducto Nordstream 2, que vehiculará el gas ruso hacia Europa pasando por Alemania.
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En horas bajas dentro de su país y en el interior de su partido, Merkel no tendrá demasiada ayuda en el colíder europeo, Emmanuel Macron. El presidente francés, que habita en los abismos de los sondeos de opinión y hace frente a una revuelta popular en su país, quiso convertirse en el interlocutor jefe europeo con el nuevo presidente norteamericano. Pero la "diplomacia del abrazo y caricias" aplicada por el francés certificó su final en las ceremonias por el Armisticio de la Segunda Guerra Mundial, cuando Macron defendió un ejército europeo para protegerse no solo de China y Rusia sino de Estados Unidos.

Macron ya había recibido del "amigo americano" otra sonora bofetada que será amplificada en Buenos Aires. Trump se retiró del proyecto estrella de Francia, el acuerdo de preservación del medioambiente Cop21, firmado en París con toda la pompa de la que es capaz el Elíseo.
El Brexit suramericano
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En su afán de apertura comercial, Europa mira asustada a Washington y observa por el retrovisor cómo China avanza en su territorio. La Europa Central, integrada o no en la UE, es territorio fértil para las inversiones chinas. En Europa Central y Oriental, el proteccionismo es ideológico y no comercial. Se niegan a globalizar su historia, sus raíces y sus creencias. Y ante la impotencia de Bruselas, infraestructuras vitales, desde vías férreas a puertos, visten ya el color rojo de la bandera china. Portugal se perfila como la última etapa de la nueva ruta de la seda ("Belt and Road Inititive"). De Sanghai al Atlántico, pasando por los Urales.
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En Buenos Aires quizá no se llegue a firmar acuerdo comercial alguno, pero una cita de los principales dirigentes mundiales con asuntos candentes como Siria, Yemen, el 'affaire Kashoggi', el acuerdo nuclear con Irán y los cambios de gobierno en América Latina atrae obligatoriamente la atención, incluyendo la disposición de los asistentes en la foto oficial.
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