"Consideramos que la decisión anunciada por el Departamento de Estado (de EEUU) es precipitada y va a afectar las relaciones bilaterales, en particular, la cooperación en temas de interés mutuo y los intercambios de diversa naturaleza entre ambos países", dice el comunicado firmado por la directora para EEUU del Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba, Josefina Vidal.
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Porque sin dudas las relaciones bilaterales se resentirán por esto. Se hará más difícil el diálogo y la cumplimentación de los acuerdos en temas de interés común como la protección al medio ambiente, la seguridad o los vuelos directos, entre muchos otros. Se dificulta hasta la propia investigación de los alegados incidentes sonoros, sin ir más lejos.
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Según fuentes oficiales cubanas, entre enero y agosto de este año el número de viajeros estadounidenses se incrementó en un 173 % en relación con el año anterior, en que la cifra total de visitantes del vecino norteño alcanzó las 280.000 personas, a pesar de que aún tienen restricciones para hacer turismo. Advertir a los norteamericanos del supuesto peligro que corren, aunque no se conoce ni un solo caso de turista aquejado por los extraños incidentes, los afectará todavía más en su derecho de conocer Cuba.
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Las víctimas, en realidad, no son esos diplomáticos hasta ahora sin nombre ni cara, que, si existen, ojalá encuentren pronto un diagnóstico certero y una cura a sus males.
Las víctimas tienen el rostro de esa abuela que tras varios intentos de pedir visa para visitar a sus nietos nacidos en EEUU, ve esfumarse ahora la esperanza del pronto abrazo. De la esposa que se tiene que seguir resignando al 'ciberamor' en la wifi de un parque público, o del adolescente que esperaba terminar su curso para reunirse con el resto de su familia.
Las verdaderas víctimas son una vez más, los cubanos de a pie, que como si no les bastara con Irma, sufren ahora los vientos del huracán Trump, más terrible e irracional si cabe.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK