Para ensayar una respuesta, hagamos una fotografía política reciente. En las últimas elecciones generales de 2016, dos candidatos pasaron a segunda vuelta: Keiko Fujimori por Fuerza Popular (derecha) y Pedro Pablo Kuczynski por Peruanos por el Kambio (derecha); en tercer lugar quedó Verónika Mendoza por el Frente Amplio (izquierda) con cerca del 17 por ciento de los votos. Finalmente, por poco margen Kuczynski venció a Fujimori y asumió como presidente.
Lo dicho por Requena, columnista en el diario local El Comercio, tiene en consideración al antifujimorismo como una fuerza política de gran arraigo en el electorado, y de hecho muchos peruanos en su momento, ante la posibilidad de elegir entre Fujimori y Mendoza declaraban que, a pesar de que el fujimorismo les parecía nefasto, hubiesen optado por él como un mal menor. ¿Por qué?
"Yo creo que el electorado peruano históricamente tiende a ser conservador (...) Y pensaría que es conservador por influencia de instituciones conservadoras con una fuerza importante como la Iglesia Católica o las Fuerzas Armadas", sostiene el experto.
Los años del terrorismo
Ciertamente, los votantes peruanos no suelen correr riesgos y eso lo puede revelar el hecho de que, pese a su profundo descontento con la clase política, no acepten opciones de izquierda que le ofrecen un quiebre con una seguidilla de gobiernos de derecha o centroderecha en el mejor de los casos. Parece que nadie desea que la izquierda sea quien lidere un cambio urgente, pero ¿qué razones podrían explicar esto más allá del conservadurismo del elector promedio?
Requena apunta a dos factores para ensayar una explicación. El primero tiene que ver con las gestiones de la izquierda que han quedado en el imaginario colectivo como deficientes.
Por otro lado, la izquierda peruana logró su triunfo más saltante cuando en 2011 alcanzó la alcaldía de Lima con Susana Villarán de Fuerza Social, una coalición claramente de izquierda. La gestión de la exalcaldesa, aunque atacada por los sectores de la derecha, fue deficiente y de baja aceptación popular.
El segundo factor tiene que ver con los años del terrorismo en Perú, en la década de los 80 y primera mitad de los 90. Tanto la organización terrorista Sendero Luminoso como la guerrilla Movimiento Revolucionario Túpac Amaru, los dos que declararon guerra contra el Estado, fueron fuerzas de extrema izquierda lo que, como consecuencia, ha hecho que la derecha capitalice esos antecedentes hacia la izquierda democrática y con no malos resultados.
En el juego político peruano es conocido el término "terruqueo", el cual alude al vínculo de las fuerzas de izquierda con los movimientos terroristas conocidos en la jerga como "terrucos"; vínculo ejecutado por la derecha y que está más cerca de las malas artes que de la verdad.
Así, en el enfrentamiento de fuerzas e ideas, es recurrente que la derecha "terruquee" a cualquier político de izquierda en un ataque ad hominem que, tal parece, ha servido eficientemente para disuadir al electorado.
Pérdida de la santidad
Asimismo, el analista hace mención a la pérdida del único capital que poseía la izquierda frente a sus adversarios: la ausencia de corrupción. La exalcaldesa Villarán se encuentra investigada por recibir dinero ilícito en el caso Odebrecht, algo que ella misma ha admitido, y eso ha tenido un costo político alto.
"Una de las cosas de las que no podías acusar a la izquierda era de ser corrupta. A la izquierda le podías decir que era ineficiente, ingenua, pero no corrupta, eso era menos probable, pero ahora ya no es tan complicado", dice Requena.
Con miras a las elecciones de 2021, hasta el momento no aparece ni remotamente una alternativa de izquierda que tenga arraigo, por lo que todo hace prever que pasarán más de cuatro décadas y la izquierda en Perú no saldrá de su núcleo duro de votantes que está muy lejos de ser suficiente para llegar al poder.