Brasil y Uruguay empataban a uno la final de la Copa del Mundo y quedaban poco más de 10 minutos. El empate clasificaba campeón al conjunto local.
Pero el puntero uruguayo habría de patear al descuidado primer palo del guardameta brasileño, que quizás esperaba un nuevo "centro de la muerte", similar al que le había dado a Uruguay el empate unos pocos minutos antes.
El gol de Ghiggia no solamente significó el triunfo más impactante en la historia del fútbol en todo el mundo, sino también una de las derrotas más dolorosas que haya sufrido un equipo, o es más, un país entero.
Para dos países que estaban haciendo del fútbol una señal de su propia identidad, lo ocurrido durante 90 minutos en el campo de juego del Maracaná aquel 16 de julio de 1950 trascendió lo deportivo y en los últimos 70 años se transformó en un punto de referencia de la manera de ser y de vivir ese juego en cada país, pero también de lo que significa ser uruguayo o brasileño.
Garra Charrúa
El historiador uruguayo Andrés Morales se ha especializado en analizar el fútbol de su país desde una perspectiva histórica, donde el deporte se cruza y se entrevera con la política y lo social.
Integrante del Grupo de Estudios del Fútbol del Uruguay, de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad de la República, actualmente Morales está realizando su tesis de doctorado en base a un análisis comparado sobre el mundial de 1950.
"Estamos viendo cosas muy interesantes que nos están haciendo pensar que el fútbol muestra cosas o rasgos que son, hasta hoy en día, lo que nos forman como nación. No es que estamos hablando del 50 como algo congelado en el tiempo. No. Estamos hablando de que todavía hay cosas en el Uruguay del 2020 que están perforadas por esto", dice el académico a Sputnik.
Uno de esos rasgos que han definido al fútbol uruguayo, y de alguna manera a los poco más de tres millones de habitantes de este pequeño país incrustado entre Argentina y Brasil, ha sido el de la 'garra charrúa', que podría definirse como esa capacidad de sobreponerse a la adversidad y salir triunfantes aun en las condiciones y situaciones más difíciles.
Para Morales, autor del premiado libro Fútbol, identidad y poder. 1916-1930 (Fin de Siglo, 2013), se trata de una construcción que nace con posterioridad a la final de 1950, pero cuyo origen puede rastrearse en las propias crónicas de la prensa brasileña al día siguiente del dramático partido, que aunque no hablan de 'garra charrúa', sí dejan claro que el equipo uruguayo tuvo el carácter y la actitud para vencer a un equipo futbolísticamente superior.
Según Morales, ese estereotipo nada tenía que ver con el fútbol vistoso y elegante que había caracterizado a la selección uruguaya campeona de los Juegos Olímpicos de Colombes 1924, Ámsterdam 1928 y del Mundial de Montevideo en 1930.
Este intento de explicar el triunfo uruguayo por parte de la prensa local quizás haya buscado más bien entender la propia derrota.
"Aparentemente hay un discurso que sí aparece al otro día en toda la prensa brasileña que es que al equipo le faltó fibra emocional, por una cachetada de Obdulio [Varela, capitán de la selección uruguaya] a Bigode [...] Aparentemente Bigode deja de jugar como estaba jugando y por ahí se resuelve el partido", explica Morales.
"El gran culpable de la derrota, al otro día del partido, es Bigode, no Barbosa", añade el académico.
Peso simbólico
Para Morales, sin embargo, el fútbol uruguayo se sigue alimentando de esa histórica victoria, incluso 70 años después, y cuando la selección nacional pasa por su mejor momento en varias décadas.
"Me parece, dialogando con el presente, con lo que nos está pasando hoy con el fútbol, el Mundial del 50 uno lo ve vivo, en la prensa permanentemente, como algo nostálgico pero que nos sigue marcando", afirma.