Es el primer día en que Madrid pasa a la Fase 1 y algunas parejas toman café en la terraza de los bares. Se acerca la hora de comer y a Cruz Gonzalo López esta estampa de normalidad le produce una alegría deseada desde hace más de dos meses. Cuando se decretó el estado de alarma, el pasado 14 de marzo, este párroco y arcipreste de Leganés tuvo que cancelar las misas presenciales en su iglesia, la de San Isidro Labrador, y —peor aún— enfrentarse a la realidad que imponía la pandemia.
Además, las restricciones para atajar el virus imponían unas medidas estrictas para oficiar los sepelios. Los funerales sólo podían juntar a un máximo de tres personas y el responso, la oración en honor al fallecido, debía ser lo más rápido posible. Tales circunstancias hicieron que algunos vecinos más o menos próximos a Cruz Gonzalo López tomaran una decisión: depositar las cenizas de sus seres queridos en esta parroquia.
"Ni siquiera antes se conocía este servicio", comenta López mientras abre dos puertas metálicas y desciende unas escaleras. En un cartel pone Capilla columbarios e indica ese espacio del subsuelo reservado a 232 nichos donde guardar las urnas de los difuntos. "Hay gente que no es de la parroquia. No importa. Este es un lugar abierto. Algunos dan un donativo mayor o menor, pero la idea es que puedan tenerlas aquí", expresa frente a varias casillas numeradas. En algunas cuelgan dibujos o palabras de amor a esa persona desaparecida.

Puede verse la foto de una de ellas, ramos de flores o salmos. Hasta que empezó la epidemia de coronavirus, quien resguardaba en este rincón las cenizas del ser querido solo necesitaba pedir la llave y bajar por su cuenta. Con las nuevas circunstancias, el papel de esta reposaría ha sido también el de refugio ante un duelo incompleto.
"Se ha visto cómo moría mucha gente y, como no se podía ni visitar en el hospital ni ir al entierro, pasaba tiempo hasta que se les daban las cenizas. El duelo se les ha interrumpido", cuenta el párroco.
Muchos se quedaban sin el consuelo requerido. "Hemos atendido a gente que, durante la pandemia, ha tenido que esperar varias semanas hasta que le llegara la urna. Y ni siquiera sabían dónde estaban", relata con pena López. Así fue cómo le llegó la petición de seis personas para llevar a cabo la ceremonia del adiós y guardarles las cenizas de su familiar hasta que puedan tratarlas con un ritual en condiciones. Todas rondaban entre los 70 y los 85 años.
"Quienes conocían el lugar, me pedían que oficiara la recogida y las guardara", explica el religioso, detallando el procedimiento en la entrada: "Nos manteníamos a distancia, hacía un pequeño responso y me bajaba la urna", describe quien ha sentido esa carencia a la hora de despedirse.
"Ofrecíamos la posibilidad de que los trajeran aquí porque los funerales eran muy asépticos, muy fríos", relata después de brindar una oración frente a la virgen en homenaje a los que reposan en sus nichos. "En ocasiones, la última vez que veían a sus difuntos era enfermos en casa. Se los llevaban al hospital y ya no les volvían a ver", dice, contando la historia de una mujer cuyo padre falleció y tuvo que esconderse entre arbustos para asistir al funeral. "Eran cuatro hermanos y echaron a suertes quién no iba; le tocó a ella", concede con tristeza.
Raquel Blanco, responsable de comunicación la Empresa Municipal de Servicios Funerarios y Cementerios de Madrid, hablaba de "colapso" y afirmaba que la mayoría de las familias han optado por la cremación. "Ha habido desinformación con respecto al tema y muchas no saben que a los fallecidos por COVID-19 se les puede enterrar, y piensan que solo pueden ser incinerados". Según la Asociación Nacional de Servicios Funerarios, esta opción era la elegida por el 41%.
López cree que es probable que esta imposibilidad de cauterizar la herida derive en algunos traumas. "La definición de duelo es lo que cada uno hace con el sufrimiento. Y superar la muerte de alguien no es olvidar, sino aprender a vivir sanamente con ese sufrimiento. No es lo mismo despedirse con corporeidad que decir 'No he podido estar' y tener un sentimiento de culpa", remata.
Alude el párroco a la nueva ordenanza del Boletín Oficial del Estado, que permite hasta 15 personas en un funeral, siempre que haya espacio en el cementerio. "Va a ser mejor, pero este retorno también tendrá sus secuelas más profundas: no solo sabremos que se ha sufrido, sino que veremos a quiénes lo han pasado mal y dejaremos de cruzarnos con quienes se han ido, que no son números”, resuelve frente a esas terrazas donde se pasa tímidamente del café al aperitivo. A unos pasos reposan seis urnas con nombres y apellidos: aguardan a la nueva normalidad para su interrumpido homenaje.