"¡Que dejen en paz mi masturbación, que no decidan con qué puedo o no masturbarme!", protesta Nacho Vidal al otro lado del teléfono. El actor porno se queja de las acusaciones que, cada cierto tiempo, se vierten sobre su industria. Se les culpa de dar una visión deformada de las relaciones sexuales, de denigrar a la mujer e incluso de inducir a las violaciones grupales. Y de ahí que salgan voces que hablen de legislar este tipo de cine.
"Pasan estas cosas porque tenemos una educación sexual nula, los chicos se educan en el porno y en los estereotipos de género", indicaban en una publicada en el diario Abc. "El porno nos dice que cualquier acto violento contra una mujer es un jolgorio. Lo han aprendido del porno de la mujer-objeto y el hombre-polla", apuntan, indicando que uno de los términos más buscados en estas páginas es violación. "No nos veis como iguales si creéis en un modelo de la sexualidad en el que solo podemos complacer y ser usadas", sentenciaban.
Edad precoz y facilidad de acceso
Sus opiniones las comparten algunos colectivos sociales, que critican la facilidad de acceso a contenidos pornográficos y los modelos que se muestran. Según la investigación titulada Nueva pornografía y cambios en las relaciones interpersonales, presentada en junio de 2019 por la Universitat de les Illes Balears y la red Jóvenes e Inclusión en Madrid, el 70% de jóvenes entre 16 y 29 años consume porno. La edad media de inicio son los 14 años, aunque hay quien lo adelanta hasta los ocho. Siendo los hombres la audiencia principal: el 87% dicen que la han visto alguna vez y casi un 30% se consideran un poco adictos o posiblemente adictos.
Libertad del consumidor
Los protagonistas de la industria, sin embargo, defienden la libertad de cada consumidor y abogan por la educación. Como Nacho Vidal, que defiende su oficio y al gremio analizando su historia. "Creo que la pornografía nació, para un público de masas, en los años 70 (sin contar con los millonarios que pudieran tener vídeos privados). Bueno, pues habría que preguntar a las mujeres maltratadas en los años 40, 50 o 60. A quienes pegaban o violaban. ¿O acaso antes no había?", exclama el actor.
"Estaría totalmente en desacuerdo de regularlo", dice Pablo Ferrari, actor, director y productor porno. Según expone tajantemente, "el porno no educa, es puro divertimento". Ferrari también subraya que este sector hace ficción y comenta que la oferta es tan amplia como la existencia de gustos particulares.
"Cada uno rueda lo que le gusta o lo que puede. Y el público es libre de elegir", teoriza.
"Puede que se deban legislar ciertas cosas, como en Inglaterra", señala. En este país se ha metido mano, por ejemplo, a los contratos laborales de actrices o actores, que tributan como autónomos, y a la identificación para entrar en los contenidos, verificando que se es mayor de edad. "Y en Estados Unidos no se puede rodar una escena de una mujer con los ojos tapados o si sale atada tiene que dar ella la cuerda y que se vea", esgrime. Tampoco, comenta Nacho Vidal, se pueden introducir más de cuatro dedos en la vagina ni simular situaciones de violencia.
"Creo firmemente que la falta de educación, el escuchar a personajes como los de Vox en los medios, los discursos progres paternalistas y el patriarcado los máximos responsables de la violencia de género. El porno es ficción y si no se entiende eso no se debería de consumir".
La directora Erika Lust, que define su estilo como porno indie o feminista, advierte de la dificultad de la legislar y ve "preocupante" que "todo tipo de contenido extremo y violento esté disponible tan abiertamente para que lo vean los jóvenes".
"Creo que la pornografía está en todas partes y de forma gratuita, por lo que debemos asumir la responsabilidad y comenzar a educar a los jóvenes sobre cómo navegar. Para mí, esto significa programas integrales de educación sexual que incluyen alfabetización sexual y películas para adultos que muestran consentimiento, placer mutuo y una variedad de deseos y sexualidades", agrega, enfatizando que no considera la opción de prohibir "ciertos temas o bloquear a ciertos espectadores".
Lust analiza la trayectoria del sector y ve su evolución, con internet y la precarización de sus trabajadores, como responsable de una deriva cada vez más salvaje: "Los artistas intérpretes, directores y productores tienen presupuestos más bajos y se les obliga a hacer películas más extremas que envían mensajes inquietantes a los consumidores sobre violencia, consentimiento y 'comportamiento normal' en las relaciones sexuales".
Prácticas vejatorias
Una opinión que complementa Paula Álvarez, profesional con la clínica propia Sexología con Pedagogía. "Ahora mismo, el porno mainstream entero sería censurable. Entiendo a las abolicionistas porque es falocéntrico, muy machista y muy vejatorio. Hay prácticas deleznables que se han convertido en categorías. Incluso llegando a un nivel de vejación no solo psicológica, sino que son una tortura y dejan secuelas físicas en el cuerpo de la mujer", advierte.
"Y el problema es que los niños están viendo esto mucho antes de iniciarse realmente en el sexo. Mezclan prácticas eróticas con otras vejatorias. Reproducen patrones que no tienen ningún sentido, como ahogar a la pareja sin saber si esta lo desea. Y tienen acceso desde el móvil, que es el verdadero inconveniente", incide.
Álvarez ve compleja la regulación y considera que no se explica que su contenido es una ficción, salvo en casos como el de Erika Lust. "Lo que haría falta no es una pedagogía a través del porno, sino educación sexual real en las aulas: hay que brindársela real para que los niños no acudan a esto para informarse. Si tuvieran una formación amplia de cómo funciona el consentimiento o las ETS podrían discernir y ser críticos con lo que están viendo", sentencia.