Alemania es el último país en haber vivido un ejemplo del dilema que sacude Europa. En el Land (estado federado) de Turingia, la Unión Cristiano Demócrata (CDU), el partido de la Canciller Angela Merkel, se alió con la formación Alternativa para Alemania (AfD) para arrebatar la presidencia de la región al titular, un político perteneciente a la formación de izquierda Die Linke (La Izquierda), y llevar al poder al representante de otro partido, el del liberal FDP.
La reciente historia alemana provoca que en este país la llamada unión de las derechas sea todavía un asunto ultrasensible. El pacto en Turingia provocó la renuncia de la jefa de la CDU, Annegret Kramp-Karrenbauer, la sucesora de Merkel. Las elecciones se repetirán, además, pues el político liberal elegido por las formaciones de derecha presentó también su renuncia.
Este episodio no refleja solo una crisis dentro del principal partido conservador alemán, que además gobierna a nivel estatal en coalición con los socialistas del SPD, sino que pone de manifiesto un asunto al que las fuerzas tradicionales de la derecha hacen frente en varios países del continente.
Francia: ¿Le Pen antes que Macron?
Francia es quizá el país donde el cordón sanitario al nacionalpopulismo —o extrema derecha, como se quiera interpretar— es más conocido. Desde la aparición del Frente Nacional (FN) en los años 70, la derecha "gaullista" y la izquierda han intentado cerrar el paso a la antigua formación de Jean Marie Le Pen. El sistema electoral francés a dos vueltas con dos finalistas por circunscripción ha permitido que ese pacto elimine, en la mayoría de las ocasiones, al aspirante del FN. En el caso de las presidenciales, la izquierda y la derecha tradicional, han conseguido mantener el tabú, hasta ahora, pero algunas localidades cuentan ya con alcaldes del partido ahora rebautizado como Agrupación Nacional (RN), dirigido por Marine Le Pen.
Esto supondría un hecho espectacular, pues sería la izquierda extrema quien ayudase a aupar al poder a lo que ellos mismos consideran una formación "ultraderechista y fascista", pero que señala hasta qué punto las reformas del presidente Macron son denostadas por una parte de la izquierda. Está por ver si los votantes de esas formaciones aceptarían esa eventualidad.
Desde Finlandia a Grecia, pasando por España
Un país pionero en coaliciones entre conservadores y nacionalpopulistas es Austria, donde ya en 1999 la derecha se unió al Partido de la Libertad (FPO) del fallecido Jorg Heider. Ello le costó a Austria ser considerado como un país "apestado" por la Unión Europea que incluso le aplicó sanciones. La misma coalición se repitió en 2017, con el actual Canciller Sebastian Kurz al mando, hasta que el líder del FPO, Heinz Christian Strache cayera en un "escándalo-trampa" que le obligó a dimitir.
✒️ Firmas por Luis Rivas
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En Austria, el pragmatismo de Kurz y su apoyo ciudadano le permiten haber pasado de gobernar con los "ultras" a hacerlo ahora en coalición con los Verdes sin que ello suponga ningún escándalo. Hay que recordar, también, que los socialdemócratas también gobernaron en coalición con el partido de Haider en la región de Carintia.
La derecha italiana también rompió el cordón sanitario en 1994, de la mano de Silvio Berlusconi, que se alió con la Alleanza Nazionale, una coalición en la que se encuadraba el Movimento Sociale Italiano, que por entonces no había condenado todavía, como hizo más tarde, el periodo fascista de Italia.
Los países nórdicos, como Suecia, Dinamarca o Finlandia no escapan a este fenómeno. Tampoco en el sur de Europa. La irrupción espectacular de Vox en España es un ejemplo. Situado a la derecha del conservador Partido Popular, su apoyo es necesario para que estos y los centristas de Ciudadanos puedan gobernar en regiones como Andalucía, Murcia o la Comunidad de Madrid y su capital.
Mientras que la experiencia del gobierno izquierdista de Syriza en Grecia fue posible gracias al apoyo del partido soberanista, anti-UE, antiinmigración y confesional ortodoxo, ANEL (Griegos independientes).
Boicot, ante la falta de argumentos convincentes
Mantener un cordón sanitario a los ciudadanos de partidos que representan la segunda o la tercera fuerza política en algunos países puede ser interpretado como condenar a la marginación los anhelos de millones de personas que han abandonado a las fuerzas de izquierda y derecha tradicionales, incapaces, según ellas, de haber hecho frente a la crisis económica vivida desde 2007, a la globalización sin límites, a la inmigración masiva y a la inseguridad cultural e identitaria que provoca la penetración del "islam político" —como lo define Emmanuel Macron— en las sociedades europeas.
Propugnar un cordón sanitario para no "blanquear" a las nuevas formaciones nacionalpopulistas o llamar incluso a un boicot en los medios de comunicación no es sino un reconocimiento de la incapacidad intelectual para afrontar sus ideas. Un reconocimiento de impotencia política. Una aceptación de la debilidad de los argumentos propios.