De acuerdo con la Cruz Roja, el resultado se tradujo en más de 2.000 heridos y 18.000 personas que perdieron su vivienda en el céntrico barrio El Chorrillo en Ciudad de Panamá. "Por lo menos 560 personas con nombre y apellido, fallecidas", aseguró Beluche a Sputnik y agregó que ningún caso ha sido oficialmente investigado hasta hoy.
Estaba allí. Fue testigo. Y a su testimonio sumó otros; de eso se trata el libro La Verdad sobre la Invasión, del sociólogo panameño. Los relatos perpetúan la memoria indignada que no se puede perder.
¿Qué pasó el 20 de diciembre de 1989?
Los testimonios a continuación fueron extraídos del libro La Verdad sobre la Invasión, del sociólogo panameño Olmedo Beluche.
- Rafael Olivardía, maestro, vivía en un lugar con vista directa al escenario de la invasión en el barrio El Chorrillo.
"Se inició con el bombardeo de las barracas que estaban al lado de la [Cárcel] Modelo. Nosotros vimos cómo se prendieron. Allí murieron quemados la señora Sara y el viejo 'Plata'. Vimos cómo la gente corría a la deriva. Vimos cómo huían los que vivían en las casas de madera que estaban ardiendo. Vimos como los helicópteros disparaban contra todo lo que se movía. Las tanquetas desembarcaron por mar por los lados de la Cooperativa de Pesca, abriéndose paso por el Tribunal Titular de Menores, el cual desbarataron totalmente. Del cerro Ancón se veían los fogonazos que caían exactamente en el '24 de Diciembre' y en las casas de madera. Los aviones y helicópteros bombardeaban sobre todo el área residencial. Pocas bombas cayeron dentro del cuartel, el cual quedó prácticamente intacto. Todo el combate se dio en el escenario del área civil.
Allí (...) a todos los hombres de 15 a 55 años nos montaron en un 'truck' (camión) y nos llevaron a un lugar desconocido, que se supone era una base militar. Allí, durante todo un día, sin comida, fuimos sometidos a un intenso interrogatorio por parte de los servicios de inteligencia norteamericanos. Nos preguntaban dónde había una radio, cuantos hombres había en El Chorrillo, que si sabíamos a dónde había armas, dónde había militares, etcétera. Que si cooperábamos no nos iba a pasar nada. Nos tomaban una foto y nos ponían una placa en el pecho con el número de cédula. Luego de un día nos devolvieron al campo de concentración, donde nuestras mujeres estaban histéricas porque muchos chorrilleros habían presenciado cómo algunos militares que se habían rendido fueron fusilados y creían que nos podía pasar lo mismo".
- Crónica de una larga noche: apareció publicada en la sección Revista del diario La Prensa el 20 de octubre de 1990. Su autora es Dalys Ramos, quien entonces estudiaba periodismo y residía en el edificio No.18 de Renovación Urbana de El Chorrillo.
"Una noche catastrófica para las personas que vivíamos en el barrio El Chorrillo, un barrio popular, marginado y muy necesitado. Era la víspera de Navidad y, a pesar de la miseria, muchas personas tenían sus arbolitos de navidad para esperar la noche buena en compañía de sus familias; pero en cierto modo era una noche común, rutinaria, como cualquier noche bulliciosa. Los niños correteando por las calles, la música del regué sonando, muchachos en las esquinas...
Levanté la mirada y vi tres helicópteros norteamericanos Cobra, disparaban en dirección al edificio donde estábamos. Quizás disparaban porque los guardias que estaban en el edificio les respondían al fuego, pero fue espantoso, brutal y poco inteligente la intervención. Nos arrastramos por las escaleras y logramos entrar a nuestro apartamento, pero este ya estaba lleno de vecinos que, como nosotros, buscaban refugiarse de algo inesperado. Solo hicimos entrar y continuó el ataque incesante, se escuchaban las bombas, los helicópteros, ametralladoras, gritos de personas pidiendo auxilio, el edificio temblando, las persianas rotas, la puerta deteriorada y las paredes ya comenzaban a ceder. De repente todo quedó oscuro, se había ido la luz. Fue entonces cuando comencé a llorar, más bien gritaba, estaba histérica por todo lo que estaba viviendo. Mi madre, mi familia, le pedía a Dios que por solo un minuto se calmara ese ruido ensordecedor, sentía volverme loca y ya no resistía.
Me percaté de que los autos, que se estacionaban frente al edificio y las viejas casas de madera, estallaban y solo quedaban cenizas. Recuerdo que las escaleras eran de metal, estaban muy calientes y casi no resistíamos bajar, me caí, rodé las escaleras, pero logré bajar. Ya estábamos en uno de los apartamentos de la planta baja. Se había multiplicado el número de personas. Los hombres buscaban agua para darnos de beber y nos mojaban para poder resistir el calor.
Nunca pensé que amaba tanto a mi barrio, país, amigos, vecinos y hasta mi propia familia, como los amo. Esa noche me di cuenta que uno aprecia verdaderamente algo cuando lo ve en peligro".
- David Acosta, licenciado en periodismo de la Universidad de Panamá, publicó en el periódico Istmo No.5, de junio de 1990, un artículo titulado El Chorrillo en llamas, en el cual recoge el testimonio de Tatiana Harrington, quien narra lo sucedido a José Santos, residente de El Chorrillo.
"Según Tatiana, Santos escuchó ruidos de detonaciones cerca de su casa como a las 12:30 a.m. del día 20. Se levantó rápidamente para averiguar qué sucedía cuando escuchó gritos de que los norteamericanos estaban invadiendo Panamá. No se había alejado mucho de su casa cuando vio las tanquetas pasando rumbo a la comandancia de las Fuerzas de Defensa. Detrás de las mismas logró ver elementos militares norteamericanos disparando y vio cómo una señora fue derribada a tiros por un soldado norteamericano al disparar su arma en forma de ráfagas hacia todos lados. Intentó ayudar a la señora, pero ya estaba muerta cuando se acercó a ella.
El norteamericano, según él, hablaba bien el español. Le dijo que se disponía a evacuar el área y que un primo suyo iba a sacar la batería de su carro por si la necesitaban. El soldado permitió la labor del primo de José, y cuando este se dirigía hacia el camión, salió otro soldado detrás de una casa y sin preguntar qué llevaba en sus manos le disparó una ráfaga cayendo el cuerpo del primo sobre José.
Las balas desprendieron varios miembros de su cuerpo, lo despedazaron. Continúa relatando Tatiana que José quedó estático en el lugar por la conmoción de ver asesinado a su primo y ver con dolor cómo la madre de Orlando, su tía, cubría el cuerpo de su hijo para que no le dispararan más. El soldado que acompañaba a José y su familia le había hecho señales al otro soldado para que no disparara pero fue muy tarde. Sólo llegó a decir que lo sentía mucho y que debería seguir la operación de evacuación. José ayudó a su madre y a su tía a subir al camión ya lleno pero, según él, lo hacía en forma mecánica, sin pensar, con los ojos llenos de lágrimas".