Durante la cumbre del G7 se abordó una gran variedad de asuntos, desde los incendios forestales en la selva amazónica hasta la guerra comercial de EEUU y China. Como ya es costumbre, miles de manifestantes salieron a las calles para protestar contra el selecto club de países. La situación de tensión no solo afectó a las calles de Biarritz: también estuvo presente dentro de la sala donde se reunieron los siete líderes mundiales.
La cumbre de los 36 millones de euros —esta es la cantidad (40 millones de dólares) que le ha costado a Francia organizar los actos— contó con la participación de los siete líderes de los países que componen este club político: EEUU, Japón, Alemania, Francia, Reino Unido, Canadá e Italia. Además, el foro tuvo una gran lista de invitados, entre ellos el presidente del Gobierno de España en funciones, Pedro Sánchez, y el presidente de Chile, Sebastián Piñera.
La ausencia de alguien muy importante, no obstante, planeó en todo momento sobre el ambiente. El hecho de que el presidente ruso, Vladímir Putin, no estuviera presente se convirtió en uno de los asuntos más recurrentes. Moscú dejó de participar en el formato G8 después de 2014. La expulsión fue consecuencia sobre todo de la reincorporación de la península de Crimea a la Federación de Rusia después de la crisis en Ucrania.
A partir de entonces, algunos miembros del club han venido planteando el posible regreso de Rusia al G7, pero esta vez la discusión se ha tornado especialmente espinosa. El primero en volver a poner sobre la mesa el regreso al formato fue el presidente francés, Emmanuel Macron, quien se reunió con Putin pocos días antes del inicio del foro.
A Macron le siguió el mandatario estadounidense, Donald Trump, quien, durante la cumbre del G7, discutió con algunos de los miembros del club este aspecto. Según informa el medio británico The Guardian citando fuentes diplomáticas, Trump subrayó que la parte rusa debe estar presente para abordar los problemas de Irán, Siria y Corea del Norte.
El presidente saliente del Consejo de Ministros de Italia, Giuseppe Conte, respaldó la idea. El resto de los líderes del G7 —salvo el primer ministro nipón, Shinzo Abe, que mantuvo una posición neutral— se opusieron rotundamente al regreso de Rusia.
El ministro de Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, declaró el pasado 26 de agosto que Moscú jamás ha implementado ninguna iniciativa para regresar al G8. El portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov, a su vez, se expresó en el mismo sentido que Lavrov.
La salida de Moscú del G8, ¿una victoria geopolítica?
Cuando el G8 se convirtió en G7 con la salida de Rusia, el formato perdió fuelle. Algunos temas en discusión quedaron descafeinados; el principal asunto en la agenda de Biarritz ha sido Rusia. En este sentido, Trump propuso con franqueza hacer regresar a Rusia al formato anterior. Y lo hizo por varias razones, que tienen que ver con los focos de la opinión pública mundial posándose sobre la cumbre de Biarritz, explicó en su comentario para Sputnik el director general del Centro ruso de Información Política, Alexéi Mujin.
El mundo sigue al detalle todo lo que acontece en esta pequeña localidad francesa cercana a la frontera con España, si bien allí en realidad "no pasa nada especial", agregó. Las palabras de Trump sobre Rusia son un truco, ya que la discusión acerca de la participación de Moscú en el formato atrajo la atención de diferentes medios y analistas.
Rusia ha señalado en reiteradas ocasiones que el regreso al G8 no le interesa, dado que trabaja con éxito en el formato G20. Es más, los propios países miembros del G7 prefieren a menudo el formato G20 para solucionar sus problemas. En otras palabras, el G8 no es necesario técnicamente para Moscú, dijo Mujin.
"La salida del G8 desató las manos de Moscú, que ha logrado aumentar su influencia geopolítica desde entonces. En otras palabras, el tema del regreso ya ha caducado. Entendemos bien la motivación de nuestros socios occidentales que, de esta manera, intentan atraer el foco hacia este formato, pero esto no lo hace efectivo", resumió.
En el marco del G7 las discrepancias no han hecho más que aumentar. Lo que los une de verdad es la alianza contra Rusia. Cuando se discute el tema del regreso al G8, salen a relucir las contradicciones entre los países miembros. Estamos hablando del ruido de fondo que distrae de los problemas todavía no resueltos y crea la ilusión de que el G7 todavía funciona, explicó Mujin.
"A diferencia del G7, el G20 es un formato de verdad útil y que está basado en acuerdos económicos que se cumplen. Entretanto, el G7 es un club donde hay discusiones que no obligan a nadie a hacer nada. Se discute de cualquier cosa excepto de los problemas reales", destacó.
Según Mujin, el G7 no es la élite, sino un club que acata los intereses de Estados Unidos. Si los países cumplen con estos intereses, forman parte del G7, y si no, quedan fuera de este formato. Un club de élite lleva aparejada la igualdad de sus miembros, de manera que el G7 no lo es. De hecho, está compuesto por EEUU y sus satélites. Rusia dejó de formar parte de este formato y, en consecuencia, dejó de depender de Washington de una vez por todas, concluyó.