Hace unos días llegó a mí un artículo publicado en el portal 'El Orden Mundial', bajo el título de 'La diplomacia del sushi: el poder blando japonés', que llamó poderosamente mi atención, ya que trataba sobre 'el poder blando' ('soft power') de Japón. Este país ha sabido aprovechar y explotar al máximo este poder para extender su influencia geopolítica sobre el mundo apoyándose en la ya decadente globalización neoliberal.
Y en vez de imponer su 'Pax nipona' sobre Asia, como medida para evitar que Europa y Estados Unidos continuarán dividiendo y controlando al continente con sus colonias (verdadera motivación por la cual Japón entró en una fase de expansión agresiva a principios del siglo pasado), Tokio decidió jugar al mismo juego de Estados Unidos con el capitalismo y, posteriormente, gracias a su poder económico y financiero, logró entrar al de la globalización promoviendo y apoyando oficialmente a programas, proyectos y empresas que pudieran exportar en masa la cultura en forma de diversos productos dirigidos especialmente a los jóvenes.
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Japón combinó de forma excelente sus tradiciones con la esencia occidental y la adaptó a la modernidad a través de música, series animadas y videojuegos que, con una buena estrategia de 'marketing', no tardaron en fascinar a las generaciones más jóvenes durante los años 80 y 90. Y así tenemos que no solo Coca Cola y McDonald‘s son los rostros más conocidos de la globalización, sino que todos conocemos a Pikachu, Goku, Mario Bros, Zelda, los Caballeros del Zodiaco, Super Campeones… y toda una larga lista de series, personajes y videojuegos que marcaron la infancia y adolescencia de gran parte de los 'millennials' y también de la 'generación Z'.
Al grado que hoy Japón es una de las seis principales potencias culturales del mundo entero por su capacidad de influir en las demás naciones a través de sus productos, y se encuentra entre las tres potencias económicas más importantes y ahora será el anfitrión de la reunión del G20 (donde China, Rusia y Estados Unidos llegarán a acuerdos sumamente trascendentales) y compite por ser el anfitrión de los Juegos Olímpicos del 2020. Algunas vez México pudo ser anfitrión de eventos mundiales, antes de que la dupla neoliberal y pseudosocialista, echarán por tierra todo el progreso logrado.
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En dos ocasiones históricas, México, con todas las complicaciones geopolíticas a las que se enfrentaba (y se sigue enfrentando), consiguió, con la paz y el orden (aprovechando su situación), progresar y crecer a un ritmo tan acelerado que gozamos de probar las mieles de ser una potencia emergente. La primera, guste o no, fue durante el Porfiriato (con todo y sus defectos). Gracias a la administración aristocrática del general Porfirio Díaz y la intervención de capitales europeos en nuestra nación (algo que nos acercó mucho a potencias como Alemania y Francia) se condujó a este país por las vías del desarrollo, tras varios años de guerras intermitentes, caos, anarquía y entreguismo a Estados Unidos.
Lo que, como ya es sabido, terminó disgustando a la Casa Blanca por las implicaciones estratégicas que significaban para su agenda el auge de México y su cercanía geopolítica con Europa. En los años en los que EEUU todavía no era la potencia rectora de Occidente y se disputaba constantemente ese lugar con el Imperio británico y el Reich alemán.
Tras la caída del Porfiriato con la Revolución mexicana —financiada, auspiciada, creada y usada por el Gobierno de Estados Unidos como una medida para sacar a los europeos de sus fronteras—, México entró a la esfera de influencia de EEUU con la firma de los Tratados de Bucareli en 1923, en los cuales se reconocía y apoyaba públicamente al régimen 'revolucionario" a cambio de que éste cediera en ciertos rubros, especialmente en el militar e industrial. Algo que, como describe Salvador Borrego en su libro 'América Peligra', significó para México perder su propio rumbo y tener que aceptar el rumbo que la Casa Blanca fijara a nuestro país.
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Con la entrada de México a la Segunda Guerra Mundial, más que nada por presión de Estados Unidos y un ataque de falsa bandera a los buques petroleros mexicanos, el país ratificó su lugar en la esfera de influencia anglosajona. Y con la derrota de las Potencias del Eje en 1945, la idea de un mundo multipolar terminó por desecharse para suplantarla por la Bipolaridad de la Guerra Fría entre la Unión Soviética (con su Pacto de Varsovia) y los Estados Unidos (con la OTAN). Evidentemente México ni de chiste podía formar parte del Bloque Comunista, como lo logró hacer Cuba, ya que para nuestro vecino del norte, nosotros somos el "Guardián de su Frontera Sur", por no decir que somos el perro de su patio trasero.

La entonces economía híbrida del país se apoyó en la bonanza capitalista que hoy se conoce como la era dorada del capitalismo, esto le permitió al país perfilarse como una de las principales potencias industriales de la época, ser uno de los primeros países del mundo en lograr desarrollar tecnología espacial y convertirse en un foco de inversión extranjera importante. Además, como hoy lo hace China, nuestra economía crecía entre un 5 y un 8% anualmente, teníamos una clase media boyante y nuestro modelo era ahorrador y austero, no consumista y adicto a deudas.
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Esto terminó con el estallido del movimiento estudiantil de 1968 y el ascenso de Luis Echeverría a la presidencia de la República. Y desde 1973, que se le dio muerte al 'desarrollo estabilizador', México, como las demás naciones del mundo, ha estado contrayendo deuda de forma masiva (siendo que hoy, 2019, supera nuestro PIB) y matando su producción y capacidad industrial para convertirse en lo que es hoy: un país petrolero que tiene que importar gasolina, un país ganadero que tiene que importar huevo, un país agricultor que tiene que importar maíz. En pocas palabras una nación carente de autonomía y obsesivamente dependiente de EEUU.
Y ahora con la guerra comercial entre el dragón rojo de Asia y el águila calva de América del Norte, México tiene un papel determinante en esta múltiple pugna geoestratégica por el control del mundo (donde se pueden ver dos bandos bien identificados: los nacionalistas y los globalistas). Y tanto Japón como China pueden servirnos de ejemplo para que el país pueda abrirse paso en el nuevo mundo.
Estrategia
México, al igual que Japón, cuenta con una rica y ancestral cultura que perfectamente puede ser aprovechada y explotada intelectualmente para la creación de diversos proyectos y programas culturales como los que el Gobierno japonés lleva promoviendo desde la década de los 90. Incluso, ya en otras ocasiones nuestros productos han influido en países vecinos, como lo fueron las series de Roberto Gómez Bolaños que se transmitían en prácticamente toda América Latina, o nuestra comida y costumbres en Centroamérica y sobretodo en Estados Unidos.
El 29 de abril pasado, el medio 'Sin embargo', publicaba una nota bajo el título de 'El mexicano Tony Sandoval es nominado a tres Premios Eisner, los Oscar del mundo del cómic'. El día 5 de ese mismo mes, 'El Economista' publicaba otra nota bajo el título de 'Videojuegos en México, mercado de 27,000 millones de pesos', donde se destacaba que la cifra representa un crecimiento anual del 9,1% debido a la "estabilidad de los precios" y el aumento diario de consumidores en ese mercado. Y como dato, el estado de Jalisco, particularmente en el municipio de Zapopan, el mercado y la industria de productos digitales y electrónicos cada día es más preponderante, siendo la entidad federal más avanzada y adentrada en ese rubro a nivel nacional, razón misma por la que el analista internacional, Alfredo Jalife-Rahme lo llama el 'Tequila Valley', en una clara alusión al 'Silicon Valley' de Estados Unidos.
Pero hasta ahora solo figuramos como otra 'Gran Fábrica' del mundo y para dar el siguiente paso, le urge a este país contar con una Banca de Inversión Nacional que pueda invertir en los proyectos tecnológicos y de innovación presentados por mexicanos. Con una Banca Nacional y una mayor inversión, tanto estatal como privada en el rubro de investigación y desarrollo, no solo fomentamos la innovación sino que evitamos la fuga de cerebros hacia Estados Unidos. Hay que hacer lo que los 'grandes países' hicieron para convertirse en potencia, y no hacer lo que los 'grandes países' hacen ya siendo potencia.
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Y la cosa no queda ahí, entendamos que el 'soft power' son todos esos valores no medidos de forma oficial, por ello también tiene un papel importante la cultura y son los integrantes de esta cultura quiénes se encargan de expandirla o exportarla a otros lugares. Es por ello que la demografía es también una carta vital para nosotros y es ahí donde estamos ganando otra batalla a Estados Unidos. El alud de inmigrantes mexicanos que han entrado al país norteamericano desde hace años, lentamente pero a peso firme, se están convirtiendo en mayoría entre los propios blancos, anglosajones y protestantes (WASP, por sus siglas en inglés y como se les conoce coloquialmente) abonando con fuerza números para el sector católico y poniendo de moda la comida mexicana. Simplemente el guacamole ya se convirtió en un símbolo del Super Bowl y los tacos ya se cuentan entre los platillos favoritos del pueblo estadounidense.
A razón de esto, tenemos que ser conscientes que todos esos ataques contra la juventud —a través de las drogas, la pornografía, la obesidad, la agenda de género, el desempleo, el terrorismo y el propio embrutecimiento del sistema educativo—, coordinados y preparados por distintos grupos de poder, no son coincidencia, y por ende no pueden ser simplemente ignorados ni por la sociedad civil ni por las autoridades y el Gobierno mexicano. Y mucho menos se deben promover como algo positivo si en verdad queremos elevar a este país al lugar que le corresponde históricamente.
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Un Gobierno verdaderamente nacionalista tiene que estar plenamente consciente de este poder inherente con el que cuenta México, y no solo eso, tiene que fortalecerlo y apoyarlo para así poder aprovechar todo ese potencial blando en esta partida geopolítica. Hagamos lo que China, no busquemos inventar el hilo negro, enviemos a nuestros jóvenes a estudiar a otros países, que aprendan a construir y manejar la tecnología de ellos para que al regresar puedan trabajar en proyectos nacionales, todo desde la clandestinidad sin llamar la atención del enemigo. Seamos estrategas y no reactivos.
Dejemos de pensar como partidos y empecemos a pensar como nación. Entendamos que aún no todo está perdido. La mejor forma de predecir el futuro es crearlo, y la mejor forma de conquistarlo, es confiando en él.
"Todo el arte de la guerra se basa en el engaño. El supremo arte de la guerra es someter al enemigo sin luchar", Sun Tzu.
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