El autor, hoy en día investigador senior en el Instituto Cato, subraya el apoyo que tiene el presidente sirio, Bashar Asad, a pesar de todas las acusaciones que pesan en su contra de ser 'un dictador sangriento'.
"Toda esa gente vio lo que la revolución impulsada por EEUU implicó para Irak y no le gustó para nada. La ocupación estadounidense no previno limpiezas religiosas y masacres", destaca Bandow.
Además de los creyentes, es el Ejército el que sirve como cohesionador de la sociedad. Según el autor, casi en cualquier edificio o comunidad están presentes las fotos de los soldados fallecidos en la lucha contra los extremistas y es algo que se ha convertido en un tipo de "identidad común".
Para Bandow, es imposible pretender que los partidarios de Asad no existen.
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El propio Bandow califica al Gobierno sirio como "una dictadura", pero destaca unas particularidades importantes:
"[Esa dictadura] es autoritaria, no totalitaria, y es secular, no religiosa. La sociedad siria sorprende por su modernidad. Hay gente religiosa conservadora, eso sí, pero el padre y el hijo Asad lograron crear una comunidad diversa y secular donde la mayoría de los ciudadanos de EEUU se sentirían cómodos", explica.
Mientras que el Ejército Libre Sirio sirvió para legitimar la oposición siria en el escenario global, en realidad resultó ser una apuesta débil y poco eficaz. Y su única alternativa fueron los grupos extremistas religiosos, apoyados por las monarquías del Golfo y Turquía.
El Gobierno de Asad fue la mayor fuerza en la lucha contra los yihadistas, recuerda Bandow, y el apoyo del Ejército Libre Sirio por EEUU solo debilitó a las fuerzas gubernamentales y prorrogó la guerra sin tener la más mínima oportunidad de asegurar su llegada al poder en el país.
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"El régimen está más seguro que nunca desde el 2011. La Administración Trump no tiene autoridad para invadir, ocupar y desmantelar una nación extranjera bajo ningún pretexto", subraya el autor al agregar que la ocupación de los yacimientos petroleros sirios por Washington es básicamente un intento de presionar a Damasco.
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Siria jamás amenazó a EEUU antes y no podrá hacerlo en el futuro, dado que el país deberá enfocarse en su larga y dura recuperación.
"Al fin y al cabo, el conflicto está reduciéndose. Asad ganó y Washington perdió. (…) Nada justifica ahora la presencia militar estadounidense. La Administración Trump debe poner fin a la última desventura norteamericana en Oriente Medio", concluye el autor.