El 70% de los alimentos del mundo son producidos por la agricultura campesina y sólo el resto es generado por empresas que, mayoritariamente, no se dedican a terminar con el hambre, sino a forrajes o a producir recursos para biocombustibles. Teniendo las cifras en cuenta, se podría pensar que la "guerra" mencionada por Vives la están ganando los agricultores comunitarios. Sin embargo, el panorama es bastante distinto.
El presupuesto de esa práctica es que todos "forman parte de la naturaleza", y por ende uno debe "relacionarse con el resto de las especies vivas de una forma que no sea destructiva, sino colaborativa". En ese sentido, Mauricio Vives, presidente de Graneco, señaló que el primer axioma de la agroecología o agricultura comunitaria es "no matar".
"Si para producir alimentos, que son vida, tenemos que matar todo lo demás, estamos errando el camino […]. Los agricultores no es que se sientan dueños de la tierra, se sienten parte de la tierra, y para desarrollar su tarea precisan: semillas, tierra, agua y un ambiente sano, entonces por supuesto que van a luchar por eso y van a defenderlo", dijo el agricultor.
Producir alimentos con tecnología de punta no necesariamente implica seguir el modelo industrial del agronegocio. Según Vives, la opción más "viable" para preservar el medio ambiente y comer sano, es sembrar y cosechar utilizando la misma tecnología pero de forma "inclusiva", para facilitar la permanencia de las familias en el medio rural.
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"No pretendemos mantenernos en el buey y el arado" […] Lo que tenemos hoy como ‘moderno' es sin gente, […] son los principios de la industria aplicados a la producción agropecuaria. Eso no es viable. Eso no se puede llamar agricultura", dijo Vives a Sputnik en el marco del seminario Sistemas Alimentarios Sostenibles para una Alimentación Saludable, apoyado por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) en Montevideo.
La cooperativa
Graneco surgió en 2012 con el entusiasmo de cinco pequeños productores que se habían dado cuenta de que si seguían "dentro del sistema de mercado siempre [iban] a terminar siendo los más perjudicados". "Teníamos que corregir eso", aseguró Vives.
El proceso fue y sigue siendo "difícil": ellos tuvieron que desarrollar un "sistema dentro de un sistema que es todo lo contrario".
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"Para un pequeño productor familiar que quiere producir sano, sin agrotóxicos, y está rodeado de productores que están en la producción basada en químicos, que fumigan y te pasan por arriba [de tus cultivos], es tremendamente difícil […]. Cuando nos dicen que tenemos que buscar la coexistencia de los dos sistemas, en realidad es como que nos digan que un zorro va a coexistir con las gallinas dentro del gallinero".
Situación en Uruguay y la región
La situación en el pequeño país sudamericano es bastante más "light" que en el resto de América Latina, dijo Vives. En Uruguay más del 60% de la tierra está en manos de extranjeros, el 80% en manos de sociedades anónimas. Allí no es necesario "hacer una guerra" para expulsar a los campesinos del medio rural, como sí lo es en Paraguay, en la Amazonia en Brasil, y en muchas regiones de Argentina, puntualizó.
"Es una guerra genocida, biocida, y los productores familiares, ante un enemigo tan poderoso, lo único que tenemos es la posibilidad de resistir".
Según el productor, las estrategias de las empresas empiezan por presionar a los gobiernos que, muchas veces por debilidad o corrupción, terminan accediendo a sus demandas y empleando "las mayores violencias", no sólo con la expulsión de las poblaciones de los territorios, sino con matanzas "muy crueles que no saltan en las noticias, pero que suceden permanentemente" en América Latina.
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"Si bien a veces hay distancias muy grandes entres unas poblaciones y otras, lo que se contamine acá va a influir directamente en Rusia. Estamos compartiendo un único planeta, y lo afectemos donde lo afectemos, estamos afectando a un único planeta", concluyó.
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