"A veces los brasileños me dicen, ¿pero tú te viniste aquí, con la crisis que hay?; la mayoría no tiene ni idea de lo que está pasando en Venezuela en el día a día; con un salario mínimo solo puedes comprar un cartón de huevos, un pollo (…) no te alcanza para comprar un kilo de carne", explicó a esta agencia Carlos Urbina, venezolano asentado en Río de Janeiro desde hace cuatro meses.
Cáritas-Pares ofrece atención primaria, asesoramiento legal, clases sobre el mercado de trabajo, entre otros servicios.
La coordinadora del programa de atención a refugiados, Aline Thuller, aseguró a Sputnik que los venezolanos están experimentando las mismas dificultades que los brasileños a la hora de encontrar trabajo, con el agravante de la xenofobia en algunos casos puntuales.
"La simpatía de los brasileños tiene algo de mito", sostuvo Thuller en la sede de la entidad, situada en las inmediaciones del estadio de Maracaná.
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Cáritas-Pares, que asiste a todos como refugiados aunque no tengan ese estatus legal, cuenta con financiación de la Iglesia Católica y del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los refugiados, pero se encuentra desbordada: si en 2016 atendió a 49 venezolanos, en 2017 ya fueron más del triple, 170, sin contar al resto: congoleños, haitianos, sirios, etcétera.
Los venezolanos en Río suponen un pequeño porcentaje de los aproximadamente 50.000 que se estima entraron en este país recientemente.
A pesar de que la sureña Río de Janeiro está muy lejos de las fronteras brasileñas con Venezuela, en el extremo norte, ya alberga la mayor colonia de venezolanos después de Boa Vista, en el estado fronterizo de Roraima (norte).
Norma González es una de las "nuevas cariocas": nacida en la caribeña isla Margarita, dedicó 16 años de su vida a la enseñanza y ahora limpia un centro comercial en las afueras de Río. "No tengo prejuicios", dice.
Madre soltera, llegó a Brasil con una hija de 12 años y huyendo del hambre y la violencia, dice.
"Hacía años que tenía que hacer cola para conseguir alimentos, hacía fila en la noche y salía al otro día al mediodía, pasaba la noche durmiendo; estaba arriesgando mi vida, porque las calles allá están muy peligrosas", asegura subrayando que la situación no tiene punto de comparación con Brasil.
González agradece la solidaridad espontánea de muchos brasileños.
El hecho de que en Brasil exista cobertura sanitaria universal gratuita (los indocumentados también pueden ser atendidos) y que el sistema educativo priorice la escolarización de los menores frente a los lentos trámites burocráticos facilitó la vida de muchos venezolanos.
A pesar de las dificultades por las que pasa Brasil, con un desempleo del 13,1% y el producto interno bruto retrocediendo un 0,13% en el primer trimestre del año, los venezolanos subrayan constantemente las diferencias.
"Puedes despertarte por la mañana, ir a la panadería y que haya pan, puedes hacerlo", explica Urbina, destacando que esa escena en Venezuela es casi de ciencia ficción.
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Para llegar a Río de Janeiro, Urbina viajó dos días en autobús desde su Maturín natal (capital del estado venezolano de Monagas, noreste) hasta Boa Vista, de allí otra noche en autobús hasta Manaus (norte) y después un vuelo hasta Río, donde lo esperaban unos familiares.
Las autoridades locales pidieron al presidente Michel Temer que cerrara la frontera, al menos de forma temporal, pero el Gobierno negó rotundamente esta posibilidad.
El mandatario brasileño remarcó, tras las elecciones que propiciaron un nuevo triunfo del presidente venezolano Nicolás Maduro, que la frontera seguirá abierta y que trabajará para "mitigar los efectos de la crisis humanitaria".
Por el momento los esfuerzos se concentran en ampliar y construir nuevos albergues en Roraima y en un programa de "interiorización", para distribuir por otras regiones de Brasil a los venezolanos interesados en dejar ese estado amazónico.
Por el momento 527 venezolanos se apuntaron al proyecto y ahora residen en albergues de Manaus, São Paulo (sureste) y Cuiabá (centro-oeste), donde empezarán a buscar empleo y una nueva vida.