El presidente Emmanuel Macron sabe que la conversación ante las cámaras de televisión con ganaderos y agricultores disfrazados de animales en el Salón de la Agricultura es una ocasión de oro para su política de comunicación.
Je sais ce que vous avez pris ces dernières années. Jamais je ne demanderai des efforts aux agriculteurs sans les protéger. pic.twitter.com/DfKFd3QQqN
— Emmanuel Macron (@EmmanuelMacron) February 24, 2018
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Mercosur y la UE negocian desde 1990 un acuerdo que ha ido superando obstáculos hasta hoy, cuando ambas partes dicen estar a punto de firmar el pacto. Pero desde Francia, saltan las alarmas.
Mercosur exporta ya a la UE 240.000 toneladas de carne de vaca y 78.000 de pollo por las que debe pagar tarifas aduaneras que el nuevo acuerdo eliminaría. Las últimas negociaciones cifran en 90.000 las toneladas adicionales de alimentos que Mercosur enviaría a los mercados europeos.
Los productores franceses consideran que más de 30.000 explotaciones nacionales deberán cerrar si el acuerdo se firma. Un duro golpe al orgullo del gallo, el símbolo del país. La oposición a la competencia transatlántica sobre carne y productos agrícolas está basada en agitar la sensibilidad del consumidor.
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No son los ganaderos y agricultores franceses los que piden elevar las condiciones de producción de su ganado y sus cosechas. Lo que les revuelve es que a los exportadores suramericanos no se les exija lo mismo que a ellos. Como explican los voceros de la FNSEA, "no es coherente promover la transición ecológica y la seguridad sanitaria de puertas adentro y, al mismo tiempo, autorizar la importación de mercancías producidas con métodos prohibidos en Francia".
Europa, tierra de escándalos alimentarios
La oposición al librecambismo se vuelve a afirmar, como casi siempre, acusando a la competencia de malas prácticas. Cierto es que la UE exige, en teoría, una serie de medidas sanitarias y de protección social y del medio ambiente que en otras latitudes pueden parecer exageradas, pero también la UE tiene la capacidad, en teoría, de efectuar controles estrictos a las importaciones.
Francia y la UE no pueden erigirse tampoco en un ejemplo de cumplimiento de sus propias normas. Y una serie de escándalos en los últimos años lo demuestra.
Pocos meses antes del escándalo Lactalis, los europeos descubrían que desde hacía meses los huevos y sus derivados que consumían procedentes de uno de los mayores productores holandeses incluían fipronil, un antiparásitos para perros y gatos. Huevos, galletas, pasteles, salsas y pastas al fipronil llegaron así a los estómagos confiados de los ciudadanos de 16 países europeos.
Sin querer detallar la larga lista de los escándalos alimentarios europeos, no se puede dejar pasar el protagonizado por los pasteles de chocolate que servían las cafeterías del gigante del mobiliario Ikea. Analistas chinos descubrieron que entre los componentes del dulce convivían bacterias procedentes de materia fecal. Seismil confiados franceses comieron mierda, literalmente, gracias a la marca sueca.
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En noviembre pasado al pesticida se le han concedido cinco años más de vida para seguir envenenando al público. Francia asegura que sobre su territorio solo serán tres años. Hasta Macron se salta las directivas comunitarias.
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LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK