Hay que entender el fuerte sentido simbólico que para los chinos tiene un panda. De lo contrario, ver a la mujer del presidente francés asistiendo al bautizo de un ejemplar de este animal en un zoológico de París puede parecer ridículo.
"I have a name now!" First panda cub born in #France named Yuan Meng, says French First Lady Brigitte Macron @zoobeauval https://t.co/RSEXosmciA pic.twitter.com/bFueLnOZTV
— China Xinhua News (@XHNews) 5 декабря 2017 г.
Lo cierto es que todas las canales televisivos de información franceses cubrían en directo el primer acto oficial de una primera dama que, rodeada de diplomáticos chinos, intentaba acariciar al bebé panda, llamado Yuan Meng, nombre que significa "Sueño hecho realidad". El evento mereció el honor de escuchar el primer discurso oficial de Brigitte Macron desde que su marido llegó al palacio del Elíseo el pasado mes de mayo.
Dentro de la Europa Occidental, los agasajos, los honores y, en definitiva, la apertura hacia el gigante comercial asiático, es obligada y no necesita justificación alguna. Sin embargo, los acuerdos económicos y diplomáticos con Pekín despiertan grandes recelos en la capital comunitaria cuando son firmados por los países de Europa Central y Oriental.
Más allá de la ribera este del Danubio, toda inversión china es sospechosa. Pero para ciertos países de la Unión Europea y otros tantos vecinos que hacen cola para entrar en el club comunitario, el maná de Pekín en forma de inversiones en infraestructuras, en comunicaciones y en industria es vital y, por ello, está en auge.
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Desde 2011, China y 16 países europeos celebran bajo el formato 16+1 un encuentro anual que muchos críticos denuncian como la instalación de una cabeza de puente de China en el desarrollo de su nueva Ruta de la Seda. Las reticencias de una parte de la UE autoproclamada defensora de la moral, de lo políticamente y económicamente correcto; la lentitud en el proceso burocrático y las dudas de la UE para ampliar la familia comunitaria; el boicot comercial hacia Rusia y la ausencia de unos Estados Unidos replegados sobre sí mismos por orden de Donald Trump, dejan el camino libre a la expansión económica china —también— en el Viejo Continente.
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— Sputnik Mundo (@SputnikMundo) 12 мая 2017 г.
¿Un nuevo Comecon?
En el 16+1, además de China, encontramos a once países de la UE (Lituania, Letonia, Estonia, Croacia, Polonia, Hungría, Eslovaquia, República Checa, Rumanía, Bulgaria y Eslovenia) y a cinco que aspiran a formar un día parte del club de Bruselas, aunque cada día con menos esperanzas (Bosnia Herzegovina, Serbia, Macedonia, Montenegro y Albania).
El comunismo ha desaparecido de Europa Central y Oriental y ahora las necesidades no hacen distinción del origen ideológico de las inversiones ni de las facilidades de financiación. Desde 2012 China ha invertido en la zona más de 15.000 millones de dólares.
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Entre las realizaciones concretas y visibles de la cooperación china en Europa Central destaca el tren de alta velocidad Budapest-Belgrado, que abre la vía férrea del Danubio hacia El Pireo, en Grecia, la base portuaria china en el vientre de Europa.
El Jefe del Estado alemán se rebela ante la emancipación de sus vecinos de Mitteleuropa, pero también debería escuchar a los especialistas que consideran que Europa Central y Oriental se ha convertido en el "hinterland" productivo de Alemania, en una zona de subcontrata a bajo precio que impide el desarrollo y la convergencia económica de los PECO (Países de Europa Central y Oriental) con sus socios más ricos de la UE.
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Por eso, a las necesidades de recuperación desde la crisis de 2008, se une en Europa Central y Oriental también una pérdida de confianza en los valores de la Unión Europea, que no son fruto de "campañas de propaganda" o "ejércitos de hackers" confinados en oscuros edificios, sino de un esnobismo, de una absurda superioridad moral y de un empeño en dar lecciones de comportamiento a muchas sociedades que hace décadas estaban económica y culturalmente más desarrolladas que muchos de los países que se erigen ahora en modelo de comportamiento.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK