Lejos de los palaciegos ambientes de San Petersburgo, en Montevideo, hay un poco de la historia de la Casa Románov, la dinastía que reinó el Imperio Ruso durante tres siglos. La vida de Ekaterina Ioánnovna Románova, la última integrante de la corte zarista que nació en Rusia es un apasionante periplo que transcurre en ruso, serbio, inglés, italiano y español y que une a Uruguay y el país eslavo.
Sus ilustres antepasados no solo se destacaron por sus títulos nobiliarios, sino por sus logros militares, científicos y artísticos, según explica el autor Grígory Koroliov en el libro 'Los rusos en el Uruguay: historia y actualidad'.
Hija del príncipe Ioánn Konstantínovich y la princesa Elena Petrovna —hermana de Alejandro el Unificador, rey de Yugoslavia—, "la princesa Ekaterina Románova era sobrina segunda y ahijada del último emperador ruso Nikolay II", cuenta Koroliov en la publicación, encargada por la Comisión gubernamental de Rusia para los asuntos de los compatriotas en el exterior.
Ekaterina Ioánnovna, cuyo título nobiliario completo era 'Su Alteza Serenísima Princesa de Sangre Imperial', en sus primeros años de vida compartió mucho tiempo con el heredero al trono, el zarévich Alexéi.
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Para intentar salvar a su esposo, Elena Petrovna se hizo arrestar, por lo que estuvo detenida en Perm y luego en el Kremlin de Moscú. Luego, gracias a la intercesión de la embajada de Noruega, consiguió la libertad y el permiso para irse de Rusia. En tanto, la madre de Elena se llevó del país a Ekaterina y a su hermano mayor, Vsévolod.
"Al principio vivieron en Suecia donde a la pequeña princesa le enseñó a leer en ruso el 'Padre Nuestro' su abuela segunda, la zarina griega Olga. Se les unió la madre de Ekaterina, que los llevó a su patria, Serbia. Allí vivieron ocho años. Había que darle a los niños una buena formación; para eso Elena Petrovna los trasladó primero a Francia y después a Gran Bretaña. En Inglaterra la famosa Ninette de Valois le daba clases de ballet a la princesa", relata Koroliov.

Ekaterina manejaba para entonces con soltura la lengua inglesa, su idioma principal durante la mayor parte de su vida, así como el ruso. Del Reino Unido, viajaba con su madre con frecuencia a Italia, donde conoció a su futuro marido, el marqués Ruggiero Farace di Villaforesta. A pesar de ostentar el pretendiente un título nobiliario de menor rango, la princesa accedió cuando le pidió la mano.
En 1963, la Cancillería italiana envió a Farace como embajador en Montevideo, que lleva consigo a sus hijos. En este período la princesa Ekaterina tomó contacto por primera vez con Uruguay: en 1966 llegó para asistir a la boda de Nicoletta con un empresario uruguayo y volvió a Roma al año siguiente. Salvo Nicoletta, los hijos del matrimonio se fueron del país suramericano: Giovanni a Francia y Fiammetta a EEUU.
Farace murió en 1970 de cáncer, acompañado de su esposa hasta los últimos días de su vida en Roma. Tras enviudar, Ekaterina se fue con Fiammetta a EEUU, pero regresaba a Uruguay para pasar las Navidades con Nicoletta.
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"En 1982, Ekaterina Ioánnovna decide mudarse definitivamente al Uruguay. En Montevideo llevaba una vida aislada y pausada. La mayor parte de su tiempo lo dedicaba a la educación de sus nietos y a la lectura. En su casa pintaba mucho e invariablemente tenía gatas persas", describe Koroliov.
Apasionada por la música clásica y el cine, la princesa tenía una vida social en la colectividad británica de Uruguay. Lejos de los recuerdos de la infancia en Pávlovsk, su vida transcurría entre la localidad estival de Punta del Este, a orillas del Atlántico, y el silencioso y elegante barrio de Carrasco.

En esta etapa, la princesa desarrolló "una cercanía espiritual" con el padre Vladímir Shlenev, sacerdote de la Iglesia Ortodoxa Rusa en el extranjero. Así como ella, el religioso se crió entre inmigrantes blancos.
"Ekaterina Ioánnovna amaba ardientemente a Rusia. Seguía con atención las noticias de nuestro país. Al final de su vida, durante mucho tiempo veía la BBC y, según su hija, siempre con mucho interés escuchaba las emisiones de los discursos de Vladímir Putin procurando traducírselos a Nicoletta y a sus nietos directamente", apunta Koroliov.
La princesa falleció el 13 de marzo de 2007 a los 92 años. Su círculo más íntimo organizó una ceremonia privada, con la participación del padre Vladímir. Con su muerte, la rama de la dinastía Románov Konstatínovichi se cortó también por la línea femenina.
A pocos meses, en el sepulcro principesco de la Catedral de San Pedro y San Pablo de San Petersburgo, se llevó a cabo una misa de réquiem por la princesa. En Moscú, el Patriarca de Moscú y Toda Rusia bendijo la memoria de Ekaterina en una misa.

Sputnik intentó hablar con Nicoletta, hija de la princesa, para poder tener un testimonio sobre Ekaterina, pero prefirió no hablar, por considerar "muy triste" la sucesión de hechos que vivió su madre a partir de la Revolución.