El 31 de agosto de 2016 Temer asumió de forma definitiva el mando de Brasil, después de gobernar de forma interina desde mediados de mayo de ese año, cuando se apartó temporalmente a la entonces presidenta Dilma Rousseff (2011-2016).
"Prometo mantener, defender y cumplir la Constitución, observar las leyes, promover el bien general del pueblo brasileño, sostener la unión, la integridad y la independencia de Brasil", dijo el presidente con una mano sobre la Carta Magna en el Senado, donde apenas tres horas antes se había resuelto la destitución de la mandataria izquierdista.
El hasta entonces vicepresidente alcanzó el poder y puso en marcha un programa de corte neoliberal nunca refrendado en las urnas, dando un vuelco a las políticas aplicadas durante 13 años por el Partido de los Trabajadores.
Lea también: "Brasil va camino a una dictadura"
En realidad, el programa de Temer ya se venía implementando desde mayo, cuando asumió la presidencia de forma provisional después de que la Cámara de Diputados autorizara el inicio del proceso de "impeachment" a Rousseff.
Agenda neoliberal
El Gobierno logró su primera victoria en el Congreso en diciembre, al aprobar un cambio en la Constitución que congeló los gastos públicos por los próximos 20 años.
También consiguió aprobar la reforma laboral el pasado mes de julio, a pesar de las fuertes protestas sociales (hubo dos huelgas generales, aunque el seguimiento fue menor del esperado por los sindicatos).
Lea más: Reforma política ampliará distancia entre Congreso y sociedad de Brasil
El Gobierno argumentó que flexibilizar las leyes del trabajo ayudará a generar empleo, pero los críticos remarcan que se acaba con derechos conquistados por los trabajadores en los últimos 30 años.
El crecimiento del déficit fiscal sigue desbocado y el propio Gobierno ya elevó las previsiones oficiales y espera que llegue a los 159.000 millones de reales este año (más de 50.500 millones de dólares).
La dificultad para cortar gastos públicos que son obligatorios, el relativo aumento de los impuestos (los aliados de Temer son reacios a aprobar una reforma tributaria) y la lenta recuperación económica hacen que el Estado recaude menos de lo previsto.
Tampoco se cumplen las previsiones económicas más generales; el ministro de Economía, Henrique Meirelles, revisa continuamente a la baja las previsiones de crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB).
Más aquí: Brasil podría subir impuestos para cubrir agujero de casi 19.000 millones de dólares
Si a principios de año se esperaba que en 2017 se lograra un crecimiento del PIB de más de uno%, las previsiones más recientes apuntan a un aumento de menos del 0,5%.
En cualquier caso, se trata de los primeros datos positivos en mucho tiempo.
El primer signo de recuperación económica se produjo en el primer trimestre de este año, cuando el PIB creció uno% respecto del período anterior, después de seis trimestres seguidos de caídas.
En 2015 y 2016 el PIB brasileño se contrajo un 7,2%.
El desempleo aumentó en los primeros meses de gestión de Temer, pero poco a poco da señales de que empieza a descender: en agosto del año pasado 11,8% de la población económicamente activa no tenía trabajo, situación que llegó a su ápice al final del primer trimestre de 2017 con 13,8% de desempleo.
Los datos oficiales divulgados este jueves sobre el segundo trimestre del año apuntan a una leve caída del desempleo, a 12,8%, aunque sea gracias al aumento del trabajo más precario (personas que no cotizan en la seguridad social o que trabajan por su cuenta).
Le puede interesar: El desempleo en Brasil afecta a 14 millones de trabajadores
Bajo el argumento de aumentar la recaudación, aligerar la maquinaria pública y atraer inversiones, el Gobierno brasileño también ha puesto a la venta decenas de bienes del Estado.
En la última remesa se dispuso ceder a la iniciativa privada 57 bienes, desde la Casa de la Moneda hasta la empresa eléctrica Eletrobras, pasando por decenas de puertos, aeropuertos y líneas de transmisión.
Incólume pese a corrupción
El año de Temer estuvo dominado también por la corrupción; desde el principio varios de sus ministros se vieron envueltos en escándalos relacionados con los casos Petrobras y Odebrecht y una decena de ellos dimitieron en los últimos meses.
El mandatario remarcó en todo momento que no pensaba dimitir, defendiendo su inocencia y alegando que se debía preservar la estabilidad institucional para no perjudicar la recuperación económica.
Guiados por este argumento, la mayoría de los diputados archivaron la denuncia que la fiscalía presentó contra el mandatario por corrupción pasiva, pero Brasil podría revivir en las próximas semanas el terremoto político, ya que se espera que el fiscal general Rodrigo Janot presente una nueva denuncia contra Temer, en este caso por un supuesto delito de obstrucción a la justicia.
No se lo pierda: "La crisis económica en Brasil no existe"
Mientras tanto, Temer se convirtió en el presidente más impopular de la historia reciente de Brasil, pues tan solo cinco% de los consultados aprueban su gestión, según una encuesta divulgada a finales de julio por la consultora de opinión pública Ibope.