Basia Laube tenía 14 años cuando Alemania invadió Polonia en 1939 y estalló la guerra. Proveniente de una familia judía de buen pasar económico, de la noche a la mañana comenzó a sufrir la barbarie del nazismo. Fue despojada de su casa en Lodz y obligada a usar una estrella de David amarilla, como otros miles de judíos, que fueron objeto de vejaciones y ataques.
Durante más de cuatro años sobrevivió al hacinamiento, el hambre, el frío y la enfermedad junto a su madre, su padre y su hermana en una pieza en el gueto de su ciudad. Debió soportar los trabajos forzados en una fábrica de uniformes militares con una ración mínima de alimentos: un pequeño trozo de pan y un puñado de harina, azúcar y cebada cada ocho días.
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"La gente con el hambre que tenía no aguantaba: recibía el pedazo de pan y se lo terminaba de comer en cinco minutos. Esos eran los que morían antes. Mi madre era muy disciplinada y nos tenía muy controladas para que no comiéramos más que una rodajita. Eso nos ayudó para sobrevivir hasta 1944", contó.
"Todas las mañanas, a las seis de la mañana, pasaba una carretilla con caballos y juntaban a todos los cadáveres puestos que estaban en la calle. No había ni siquiera con qué taparlos: no había diarios, no había papel, no había nada", dijo Basia.
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La muerte en el gueto se había vuelto algo tan cotidiano que cuando una noche murió su tía, los que estaban en la pieza decidieron seguir durmiendo, porque tenían que sobrevivir e ir al trabajo forzado a la mañana siguiente. Las estrategias de supervivencia llevaron a Basia a renunciar por dos semanas a su mínima ración de azúcar para conseguir una inyección que permitiera a su madre no morir de una neumonía.
"Cuando uno lo cuenta, a veces uno mismo no puede creer cómo se endurece. Entramos 14 personas [al apartamento en el que vivía en el gueto, en 1940]. En 1944 éramos siete nada más", aseveró.
"Nos hicieron bajar y vimos el letrero que decía 'Arbeit Macht Frei', que quiere decir en alemán 'el trabajo libera'. Vimos chimeneas de las que salía humo, vimos barracas. Como no sabíamos de la existencia de campos de concentración, pensamos que eran fábricas en las que íbamos a trabajar. No sabíamos que era Auschwitz", evocó la sobreviviente.
La larga cabellera rubia de la entrevistada la ayudó a conservar su dignidad en medio de tanta barbarie. Un oficial alemán dio la orden de que no se le rasurara la cabeza como sucedía con todas las prisioneras. En cambio se lo cortaron, pero conservó parte de su pelo. Su madre y su hermana también pudieron conservarlo. "Teniendo el pelo, uno parecía más gente, más persona", relató.
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"Fuimos las tres únicas que quedamos con pelo de las 2.000 que vinieron en ese transporte. Parece una cosa fútil pero es sumamente importante. Usted no se puede imaginar lo que es una mujer sin pelo, con una cabeza que era puro hueso. Ya habíamos pasado varios años de hambre. La cara quedaba hundida y los ojos saltones. Tanto cambiaba que cuando se le cortaba el pelo a la mujer, una hija no reconocía a su madre y al revés", evocó.
Tras la liberación, Basia emigró a Uruguay. Durante muchos años, al igual que otros tantos sobrevivientes del Holocausto, decidió no hablar del tema, para evitar pasar el trauma a sus hijos. Pero cuando empezaron a surgir versiones que negaban este momento trágico de la historia, decidió hablar para que lo que vivió "no vuelva a pasar en ningún lugar".
"Se dice que la nación que no tiene memoria no tiene futuro. Antes éramos nosotros, pero no sabemos si una cosa así no puede volver, si no se cuida la memoria. Una vez nos mataban por ser judíos. Pero ahora, por ejemplo ISIS [Daesh, grupo terrorista proscrito en Rusia y otros países] quema vivos a los cristianos en Siria e Irak", concluyó.
Escuche el testimonio completo de Basia Laube y otros sobrevivientes del Holocausto en 'Telescopio' por Radio Sputnik.
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