Pero ahora, reforzada su autoridad, ha puesto en marcha una purga masiva y despiadada que no solo tiene como objetivo a los militares golpistas sino también a los fiscales y jueces considerados rebeldes. De la "caza de brujas" no se han salvado ni los funcionarios del Ministerio de Educación. El Ejecutivo de Ankara ha despedido a 15.200 empleados de ese departamento. Y lo mismo está haciendo con los decanos de las universidades. La cifra total de detenidos, imputados y represaliados llega a las 30.000 personas.
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Resulta obligatorio partir de la base de que el golpe era inaceptable, irresponsable e insensato a todas luces. Ha costado la vida de más de 250 personas, entre civiles, policías y militares. De haber triunfado, las consecuencias habrían sido imprevisibles no solo para Turquía sino para toda la región pues habría ocasionado efectos insospechados en la lucha armada en Siria e Irak contra el movimiento terrorista Daesh.
El líder absoluto de la cofradía se llama Fethullah Gulen, un teólogo musulmán moderado pero intrigante, exiliado desde 1999 en Estados Unidos, proisraelí y contrario a la intervención turca en Siria. Fue mentor de Erdogan cuando este era alcalde de Estambul y su alianza se prolongó hasta 2013, cuando sus ansias de poder les enemistaron definitivamente. Ahora el presidente turco le considera el cabecilla del grupo terrorista. El propio Gulen, que ha condenado el levantamiento y se enfrenta a una petición de extradición, dice que la asonada pudo ser fingida. ¿Está en lo cierto?
A modo de revancha, el presidente turco está perpetrando una especie de golpe de Estado civil. Las imágenes de los blindados arrollando coches y personas o los cazas atacando con proyectiles el Palacio Presidencial en Ankara le han servido de excelente pretexto para reforzar su deriva autoritaria. Con la excusa de que las masas exigen ahora que los traidores sean ejecutados, Erdogan pretende incluso recuperar la pena capital, abolida en 2004. Eso significaría romper el proceso de adhesión a la Unión Europea, pues la ausencia de la pena de muerte representa un elemento esencial dentro del código penal comunitario.
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Sin dejar el plano exterior, Erdogan parece también dispuesto a tensar aún más las relaciones diplomáticas con EEUU al haber autorizado declaraciones que son hostiles a la Casa Blanca, pues algún ministro suyo ya acusó a Washington de haber apoyado a los sediciosos. Lo cierto es que resulta sospechoso el retardo de la OTAN en repudiar públicamente la intentona. En los primeros momentos, la respuesta del secretario de Estado, John Kerry, fue demasiado vaga, apoyando la "estabilidad, paz y continuidad". Y cuando salió el presidente Barack Obama, la revuelta ya parecía controlada.
Pero, ¿quién estaba detrás de la rebelión? ¿Hasta qué punto han estado implicados oficiales 'gulenistas'? Ese es otro detalle que incrimina a Erdogan, porque acusó a Gulen y su círculo de colaboradores sin dilación ni dudas, como si ya supiera de antemano que realmente ellos habían estado relacionados. ¿Les tendió una trampa?
En resumen, la virulenta actitud de Erdogan contra sus enemigos reales e imaginarios solo va a fracturar más a la sociedad turca, lo que dará más oportunidades a Daesh de causar terror y muerte.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK
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