El ejemplo más claro es el protagonizado, por desgracia para él, por el escritor y periodista argelino Kamel Daoud, que ha sido linchado por un grupo de sociólogos y antropólogos de la escena francesa por escribir sobre ”la relación 'enfermiza' hacia la mujer en el mundo árabe-musulmán”.
Refiriéndose al problema de la inmigración masiva de musulmanes en Europa, Daoud propone un ”acompañamiento cultural” para hacer comprender los valores de un espacio donde a las mujeres se las considera como personas con los mismos derechos y libertades que el hombre, ”al contrario de lo que sucede en el mundo árabe-musulmán”.
Daoud es, además de escritor, periodista desde hace más de 20 años. Fue redactor-jefe del diario argelino ”Quotidien d'Oran”. Sus escritos sobre la libertad de la mujer y, en general, contra el obscurantismo islamista le valieron una ”fatwa”, amenaza de muerte que pende sobre él desde entonces.
En Francia, concretamente, el término islamofobia sirve para cerar la boca, la pluma o el teclado de cualquier crítica hacia el Islam, el islamismo o la situación de la mujer en la sociedad árabo-musulmana. Otros la esgrimen como insulto incluso cuando alguna voz se atreve a sugerir que los refugiados provenientes de paises musulmanes deberían adaptarse a la sociedad que les acoge.
La inquisición de los celadores de lo políticamente, religiosamente, o culturalmente correcto ya han obtenido en Francia otros éxitos, obligando al silencio o al exilio a intelectuales que pretenden ser libres o disentir de la línea oficial.
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Tras los atentados de enero de 2015 en París, se empezó a liberar la palabra y los escritos sobre el islamismo radical y el debate, en general, sobre el Islam. La sangre vertida pareció poder liberar la represión mental de ciertos sectores que, enseguida, encontraron el antídoto para frenar la crítica: la acusación de islamofobia.
La nueva censura no escrita frena cualquier intento de abordar con claridad los problemas, y en especial cuando las víctimas son las mujeres, como demostraron la policía y los políticos locales en Alemania, y también, antes, en Suecia y otros países nórdicos. Daoud, que tras la polémica ha decidido dedicarse solo a la literatura y abandonar el periodismo, siempre ha condenado la utilización que la derecha y la extrema derecha podían hacer de estos asuntos.
Mientras a orillas del Sena una capillita de intelectuales denosta a Daoud, escritores del espacio árabe-musulmán le prestan su apoyo. El último, la tunecina Fawzia Zouari: ”Sí, es cierto, arrastramos una mentalidad milenaria que define a la mujer como un señuelo y algo vergonzoso; sí, tenemos una relación patológica con la sexualidad; si, existe un racismo que insinúa que se puede violar a una mujer no musulmana sin consecuencias; sí, algunos de los árabes-musulmanes que llegan a Europa deben hacerse a la idea de la igualdad de sexos y del laicismo”.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK
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