"En [la facultad de] Medicina tenemos cinco campus, y uno siempre los va eligiendo por afinidad. El campus sur se conoce por ser un lugar muy amoroso con sus estudiantes, y la tía Doris es su emblema", señala a Sputnik Hans Gülling, quien cursa el 7º año de Medicina.
"Y ahí ya me abrí paso en esta sociedad, y hoy voy a cumplir 80 y sigo trabajando, como muchas chilenas, porque esto es mi vida", remarca.
Su historia es también la historia del Chile del siglo XX, humilde y esforzado. La tía Doris es un retrato fiel de la mujer popular, trabajadora, solitaria, de la madre y abuela latinoamericana.
Una vida de empeño y lucha
Esta mujer de pelo entrecano, disimulado con tintura y manos curtidas por el trabajo en la cocina, recuerda esos primeros años de vida cuando a los 5 años tuvo que separase de su madre quien, tras parir a su cuarto hijo al interior del campo chileno y en medio de la pobreza campesina de los años 40, se enfermó y fue hospitalizada.
"Usted sabe que en los campos la gente los tenía a los hijos en la casa, había infecciones, la gente se rajaba abajo y nadie lo veía, y a mi madre le vino una septicemia. Después de eso estuvo tres meses en el hospital y la guagüita (bebé) que ella había tenido estaba muy mal, mi hermanito", rememora.
Esta forzosa separación le permitió conocer a la mujer que marcaría su vida, su profesora primaria Trini Claire, quien por medio de una enseñanza didáctica y la exigencia permanente de un buen hablar, le entregó varias herramientas y sabidurías que Doris nunca olvidará y siempre pondrá en práctica.
"Había una profe que era no chilena, de nacionalidad francesa, que hablaba bastantes idiomas. Nosotros éramos muy poquitos, 15 alumnos, y ella tenía todo el tiempo del mundo para enseñarnos. Nos enseñaba en la forma que yo creo es la más maravillosa que puede ser. Si había ciencias sociales, siempre nos sacaba afuera, nunca encerrados en una sala. Cuando nos enseñaba las ciencias naturales, también, nos llevaba de excursión y nos enseñaba desde el nacimiento del fruto. Nos enseñó todos los usos del cáñamo".
Doris también recuerda que fue esta profesora quien le enseñó a hablar correctamente, a pronunciar bien las "eses", y también a ser respetada y valorada como mujer.
"Ella era muy valiosa. Esa profe nos enseñó que la mujer tenía que no ser sumisa. Nos decía 'cuando ustedes tienen la verdad deben imponerse, deben ser fuertes'", detalla.
Caminando junto a la historia de Chile
Tras cumplir los 16 años Doris regresó al hogar materno, la familia había crecido y ya eran siete hermanos vivos, los Zamora Valencia, porque otro retoño junto con el cuarto bebé también había fallecido. El hacinamiento, la pobreza y la falta de oportunidades impulsaron Doris a emigrar a la capital.
"Había muchos niños, mucha necesidad, y después de tener una cama sola tenía que dormir con mi hermana, entonces yo dije no, esta vida no es para mí, yo tengo que ir a trabajar. Y una persona de la zona me trajo acá a Santiago a trabajar".
Doris fue una de tantos campesinos que migraron a los centros urbanos, un movimiento de personas constante que se había iniciado en las primeras décadas del siglo XX en Chile. Tanto así que Santiago, la capital del país, acogió en pocos años un aumento muy significativo de personas. Entre 1907 y 1930 la población nacional aumentó 1,36 veces, mientras que la de Santiago creció 2,14 veces.
Un crecimiento urbano que se debía a que la economía chilena estaba basada en mercados externos, por la venta de materias primas, y por lo tanto muy vulnerable a sus crisis, que afectaban principalmente a la minería y la agricultura.
Entre 1907 y 1970 Chile vio triplicada su población, mientras que Santiago creció casi 9 veces (8,60). Un incremento que también se vio potenciado por una incipiente industrialización a partir de los gobiernos radicales de los años 40.
"Entre los años 40 y 60 se da un proceso muy masivo de migración campo-ciudad, y toda esa migración se enfrenta a ciudades que no están preparadas para recibir esa población. No existen los servicios básicos de salud, vivienda, educación, y en ese contexto los pobres que viajan migrando del campo se toman por la fuerza un lugar donde habitar", explica en diálogo con Sputnik, Gabriel Astudillo, sociólogo e investigador sobre desigualdad y conflictividad social de la Universidad de Chile.
Tras la llegada a la capital
La tía Doris luego de arribar a Santiago y trabajar como mesera en distintos casinos y restaurantes, donde la paga de propinas era diaria y le permitía manejar una economía a escala, contrajo matrimonio con un vecino de su pueblo natal Collagüe, don Juan Sergio Lártiga Saavedra, quien, decidido a casarse con ella, vino en su búsqueda.
"El que sigue la consigue. A pesar de ser de pocas palabras, mi padre era un sobreviviente de la vida y no era de aspiraciones, aunque nunca dejó de trabajar. La única lucha que hizo fue seguir a mi madre y conseguirla", relata Jenny, la hija Doris y Juan, en conversación con Sputnik.
Los recién casados se fueron a vivir como allegados a la casa de la suegra de Doris, nada menos que en la emblemática población La Victoria, que se fundó en 1959 tras una toma de terreno. Allí, cerca de 1.200 familias provenientes del cordón de la miseria ubicado en las orillas del llamado del Zanjón de la Aguada se instalaron en una chacra localizada en la zona sur de Santiago y fundaron su vecindad.
"Las tomas de terreno en Santiago la dotaron de su actual geografía. Porque antiguamente Santiago antes era un anillo más reducido [hasta rotonda Américo Vespucio]. Todo lo demás, lo que hoy es el gran Santiago, se formó por tomas de terreno, que eran propiedades del latifundio, que no eran productivas, solamente un ejercicio de poder el tener estas tierras. Y los pobres entonces dicen 'mi vida es más importante que la propiedad'", profundiza Astudillo.
Charles de Gaulle y el sueño de la casa propia
En distintos barrios pobres del Santiago de los años 60, varias familias pensaban cómo solucionar su problema habitacional. Algunos vivían de allegados, como la tía Doris, otros arrendaban con sacrificio un lugar donde vivir. Muchas de esas familias unieron sus demandas, a través de comités o diferentes formas de organización social para lograr avanzar hacia la obtención de una vivienda digna.
Y agrega "nos tomamos ahí, frente a la municipalidad de San Miguel. Estuvimos unos casi dos meses, y supimos que venía el presidente de Francia, me acuerdo, y Frei papá [presidente de Chile entre 1964-1970] dio la orden de que tenían que sacarnos de alguna forma, porque venía el presidente francés y tenía que pasar por aquí. La comitiva pasaba por aquí por la Gran Avenida, entonces cómo iban a ver toda esa 'toma' ahí".
La toma estaba en un punto neurálgico de la ciudad, en la céntrica comuna de San Miguel, cuya vía más importante es hasta hoy la Gran Avenida, lo que no dejó indiferentes a las autoridades de la época, quienes justo en octubre del año 1964 habían preparado la visita de Estado del presidente de Francia Charles de Gaulle.
La necesidad de mostrar una buena imagen del país obligó al gobierno a trasladar a los cientos de familias que habían tomado este terreno. Se debía impedir a toda costa que De Gaulle viera los campamentos, ubicados en el paso obligado de la comitiva presidencial.
"Nos llevaron a un sector, a Traslaviña. A un basural, donde había un basural. Donde tuvimos un pedacito chiquitito de tierra para que armáramos nuestra carpa. Nosotros armábamos las cosas como podíamos, con frazadas, con tablas, con lo que sea".
"No me diga, yo vengo de la caca misma mi amor, pero, cuando uno se quiere levantar, se levanta de ahí con la fuerza interior que uno tiene y por luchar por sus hijos y por los sueños que uno tiene", declara Doris.
Con congoja revela: "Estuvimos dos años en Traslaviña y nos llevaron a un terreno definitivo. Pero me llevaron con una pena tan grande porque poco tiempo antes se me murió el niño de tres años y medio, mi hijo mayor. De la noche a la mañana le vino una septicemia. Fue negligencia médica. Yo estuve al borde de la locura, me salvó mi hija pequeña y además que estaba embarazada".
"Mi hermano mayor murió porque éramos pobres. Él tenía una hernia inguinal, recibió el golpe y comenzó con fiebre. Lo llevamos al hospital y lo mandaron a la casa con dipirona. Siguió con fiebre y regresamos al hospital, y el médico dijo que no tenía camas, pero la verdad ya era tarde, ya estaba con septicemia. Si hubiéramos tenido recursos lo habría llevado a otro lugar en forma particular y quizás se habría salvado", señala Jeny.
La dirigente y la cantora
A pesar de la pérdida Doris siguió luchando por mejorar sus condiciones de vida y las de sus vecinas. Sus dotes de maestra, su enorme convicción y cariño que entregaba le permitió organizar a las mujeres de su población en un centro de madres.
"Yo les dije: ¿qué les parece que hagamos aquí un centro de madres grande? ¡Inscribí 450 mujeres! ¡450!", cuenta Doris.
"Tenía una tremenda visión, de lograr cosas, porque las organizaciones funcionan para lograr cosas. A mi madre le quedó tan arraigado de su profesora, sobre cuando una mujer es valiosa y tiene la verdad, tiende que defenderla. Con ese ímpetu que tuvo desde pequeña, que vio las carencias y se abrió las puertas, quiso también que otras mujeres también mejoraran sus condiciones de vida", comenta Jeny.
"Se produce un fenómeno bien especial en esta época de tomas, porque el movimiento sindical, de trabajadores era un movimiento fundamentalmente masculino, mientras que el movimiento de pobladores, que es un espacio de organización territorial es un espacio de organización espacialmente femenino, debido a la división sexual del trabajo, entre las tareas reproductivas o del hogar, y las productivas o de generación del salario", puntualiza Astudillo.
"Era una época muy machista, le pegaban a las mujeres, les sacaban la mugre. Las mujeres tenían que quedarse al otro día con los ojos negros y ahí tenía que andar, nada más", recuerda Doris y reconoce y valora la lucha de las jóvenes de hoy.
Por eso apoya las demandas del 8M, "porque las mujeres somos las más fuertes, las que nos llevamos la carga más grande, tienen que ir a trabajar, dejar sus hijos para salir a batallar, para recibir un sueldo mínimo, una mísera plata que no les alcanza. Ahora la educación, dígame usted, ¿para educarse cuánto cuesta? La salud… Pero ¿por qué esa desigualdad tan horrible?", sentencia.
Fue en el Centro de Madres donde Doris pudo desplegar su parte artística, de cantora popular, talento que heredó de su madre y que siempre compartió con su familia.
"Mi mamá siempre nos cantaba, y donde podía aprovechaba a tocar guitarra, un talento que viene de mi abuela Sara", cuenta Jeny.
El golpe de Estado y la autogestión
El 11 de septiembre de 1973, el golpe de Estado que derrocó al gobierno popular de Salvador Allende, a Doris la encontró en su casa. Había recién dado a luz a su ultimo hijo, Marco, y en su hogar fue testigo de la persecución y la muerte.
"Fue tremendo, fue muy espantoso porque mataban a mucha gente. Mataron a mucha gente ese día. En mi población, en todas partes. Pero lo peor vino después. Después del 73, 74, 75 fueron los años más terribles, ¿sabe por qué? Porque ahí nos iban a buscar a la casa. Empezaron a buscar a los comunistas... ¡solamente por tener una ideología diferente! Y los sacaban de la casa y no volvían nunca más".
"Con mi marido nos separamos cuando mi niño más chico tenía cinco años. Porque mi marido tomaba. Entonces, como me enseñaron, yo era poco menos que una prostituta sin sueldo. Acostarse con un hombre sin sentir nada. Entonces yo digo ¿por qué? Yo estoy trabajando, ¿por qué tengo que aguantar esto?", relata.
Y agrega "entonces como soy justa, lo senté y le dije: mira, tú eres mi marido por la ley, me ayudaste a que tengamos esta casa, pero yo no quiero más contigo nada. Hacete una pieza al fondo y nunca te va a faltar un plato de comida y te voy a respetar, pero tú nunca me vas a preguntar dónde voy o qué hago".
Fue en esta época cuando se separó que comenzó a trabajar en distintos casinos de la Universidad de Chile. La crisis económica de los años 80 la obligó a volver a trabajar fuera de la casa en forma permanente. 10 años estuvo trabajando en diferentes cargos, partió como mesera y llegó a ser jefe de cocina, hasta que en 1988 pudo tener su negocio propio.
"Empezó de la nada, con una caja de bebidas y de chicles. De ser jefa de cocina, decidió comenzar de cero, con un quiosco chiquitito. Con empeño y decisión comenzó a trabajar, sumó a sus hijos. Ella es el cimiento y nos dio donde trabajar y amar el trabajo, y hacer cada plato como si uno se lo va a comer, saludar a cada persona. Ser amable y tender una mano es lo que ella hace. Para mí trabajar con ella es darme cuenta de lo grande que es", confiesa Jeny.
Profesora y militante de la vida
Recorrer la vida de tía Doris es recorrer la vida de muchas chilenas que todos los días trabajan por su familia, por mejorar su entorno y el de quienes la rodean. Una vida sin mayores lujos pero donde la riqueza está en saber valorar y saber tratar al otro y que a la Tía Doris la distingue.
"Ella es la figura matriarcal por excelencia, de la familia chilena real. Para el campus de medicina significa casi que su sello. Es el centro de reunión del alumnado por años, donde está la tía y su familia", cuenta Roberto Bermudez, médico y exalumno del Campus Sur.
"Fíjese, usted, que Pablito Espina se fue a Harvard de intercambio y de allá me trajo una libreta para mi cumpleaños. Y le puso para la profesora más grande que haya existido en la Facultad. Eso de ser profesora de la vida. Porque si usted no sabe la forma de la gente, conocer el fondo de la gente, ¿de qué le vale? Es una cosa muerta, sin alma" sentencia Doris.
Es imposible no preguntarle a la Tía Doris qué opina del estallido social y por qué cree que se produjo ahora, pensando que las injusticias han atravesado su vida y la de gran parte de los chilenos más pobres, y señala:
"Es lo mejor que pudo pasar, porque ya está bueno, ¡basta ya! Estos sinvergüenzas ninguno arregló nada. Mire, el Aylwin se sobaba las manos y dejaba pasar todas las cosas con esa pasividad tan horrible y, al contrario, vendió un poco de país. Todos han vendido algo. Todos han hecho canjes, Lagos, Frei hijo, ¡de nuestro Chile que nos pertenece a todos!"
"Ella es militante de la vida; su compromiso con los derechos de las personas es de siempre, está en su ADN. Nostras luchamos aquí, en el negocio, de boca en boca. Aquí concientiza a las personas, porque mi madre está de acuerdo con lo que está sucediendo, con la colaboración, con la organización y con los derechos de las mujeres, es un ejemplo a seguir" conluye su hija Jeny.
La tía Doris es una incansable que hoy trabaja junto a dos de sus hijos, Jeny y Marco, atendiendo con su comida a pacientes, estudiantes, médicos y profesionales de la salud. También es voluntaria los fines de semana en el Hospital visitando enfermos sin familia, y este 16 de marzo cumple 80 años. Ocho décadas de lucha, esfuerzo y sobre todo de generosidad y entrega de una chilena de a pie.