"Estamos tocando la banda presidencial", dijo recientemente el ultraderechista, en una campaña electoral marcada por su ausencia de los debates de televisión, a los que se negó, y denuncias por presunta financiación ilegal para la difusión masiva de noticias falsas en redes sociales.
La maniobra fue de tal envergadura que podría haber influenciado el resultado electoral de la primera vuelta del 7 de este mes.
El Partido de los Trabajadores (PT) y el Partido Democrático Laborista (PDL) presentaron recursos para impugnar la candidatura de Bolsonaro ante la justicia electoral, que está investigando el caso.
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El candidato se defendió alegando que no puede controlar todo lo que hacen sus simpatizantes.
Pero estas y otras polémicas no hacen mella en su popularidad.
Tiene el 57% de la intención de voto, frente al 43% de Haddad, según una encuesta divulgada el martes por el Instituto Brasileño de Opinión Pública y Estadística (IBOPE).
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Miembro del ejército varias veces sancionado por insubordinación e incluso acusado de haber planificado actos violentos, terminó su carrera como capitán de la reserva y se convirtió en diputado.
A lo largo de su trayectoria acumuló decenas de comentarios racistas, machistas y homófobos.
Apenas concluida la primera vuelta prometió acabar "con todo tipo de activismo" y el pasado 21 de octubre dijo en un mensaje dirigido a una manifestación en Sao Paulo (sur) que los miembros de partidos de izquierda, sindicatos y movimientos sociales tendrán que elegir entre el exilio o la cárcel, además de advertir que pretendía imputar de "terrorismo" las ocupaciones de fincas que practican campesinos sin tierra.
En diversas entrevistas declaró que prefería tener un hijo muerto que gay o que sus hijos nunca tendrían una novia negra porque fueron bien educados; en una ocasión incluso increpó a una parlamentaria de la izquierda diciéndole que no "merecía" siquiera ser violada.
Su programa está nutrido de propuestas para otorgar beneficios a las Fuerzas Armadas, facilitar el porte de armas o endurecer las penas de los delitos, excepto cuando estos sean cometidos por agentes de seguridad o para defender el patrimonio privado.
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El líder de la extrema derecha brasileña también prometió colocar a altos mandos militares en varios ministerios y privatizar buena parte de las empresas estatales, así como acabar con las políticas en favor de los derechos humanos o la demarcación de tierras indígenas, por ejemplo.
Bolsonaro no tiene reparos en admitir que sus conocimientos en economía son limitados, y que para ello confía en el equipo liderado por Paulo Guedes, un neoliberal que asumiría el cargo de ministro de Economía en su Gobierno.
A pesar de que en un principio despertaba recelos en el mercado financiero, la elite económica acabó abrazando su candidatura y la Bolsa de Sao Paulo sube con fuerza cada vez que una encuesta lo sitúa como claro favorito.
Para los analistas políticos, Bolsonaro supo canalizar el cansancio de los brasileños con la dirigencia política tradicional, y sus dardos se dirigen especialmente al PT del expresidente Luiz Inácio Lula da Silva (2003-2011) especialmente cuando la popularidad de ese partido hacía agua por numerosos escándalos de corrupción.
Sus seguidores, que lo llaman "Mito", se articulan con fuerza en las redes sociales y son una legión en Facebook (es el candidato con más seguidores, 6,4 millones).
Pero Facebook eliminó la semana pasada 68 páginas dirigidas por grupos altamente articulados y 43 cuentas bajo acusaciones de violar las políticas de spam.