Su comportamiento fue avalado por el Sindicato Médico de Rio Grande do Sul, cuyo presidente dijo que esa actitud le hizo ganar su "admiración" y que ella debe estar orgullosa por la decisión tomada.
En el mismo período, el comandante de un vuelo de Avianca que salía de Salvador, llamó a la Policía para expulsar al actor Érico Brás por considerarlo una "amenaza" para los demás pasajeros. Brás es un conocido actor de la Red Globo, pero es negro y mantuvo una discusión por el lugar donde debía colocar las maletas su esposa, también negra, porque no había espacio suficiente. El actor dijo que fue "tratado como un terrorista". Ocho pasajeros salieron del avión en solidaridad en un acto que fue calificado como racista, por el tono y los modales de la tripulación.
Se trataba de 270 obras de 85 artistas que defienden la diversidad sexual. Las críticas provinieron del Movimiento Brasil Libre (MBL). En un comunicado, el Santander llamó a reflexionar "sobre los retos a los que nos debemos enfrentar en relación con las cuestiones de género, diversidad y violencia". Pero la amenaza de boicot pudo más que cualquier razonamiento.
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La derecha militante, formada por pequeños grupos de clase media, sobre todo estudiantiles, comprendió que había llegado su oportunidad para salir de la marginalidad política y se volcó a la calle ante la pasividad de la izquierda gubernamental, en particular del PT y los sindicatos.
Hasta ese momento los grupos de derecha eran minoritarios, pero ya no marginales.
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Antes de junio de 2013, una nueva derecha había ganado los centros de estudiantes de universidades estatales como Minas Gerais, Rio Grande do Sul y Brasilia, espacios donde antes dominaba la izquierda. En 2011, la derecha ultra convocó a marchas contra la corrupción en 25 ciudades, siendo la de Brasilia la más numerosa con 20.000 personas con el apoyo de la Orden a Abogados de Brasil (OAB). Recién en 2014 nacen los grupos que convocaron a millones por la destitución de Dilma Rousseff: Movimento Brasil Livre, Vem Pra Rua y Revoltados On Line.
En apenas una semana se registraron hasta 50 agresiones contra gays y lesbianas, contra negros y mulatos y contra personas que llevaban pegatinas de la izquierda.
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Las agresiones y la intolerancia provienen de las clases medias angustiadas ante la posibilidad de perder sus privilegios de color, de clase y de género. Los agresores suelen ser varones blancos, que viven en barrios 'nobles', como se llama en Brasil a los barrios de clase media para distinguirlos de las favelas y los barrios plebeyos.
Por eso se aferran a algo, como el náufrago se aferra a una madera que ahora lleva el nombre de 'orden' y 'seguridad', en una sociedad violenta que es la más desigual del mundo.
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Esta nueva derecha no puede combatirse con argumentos ideológicos, ni aplicándole adjetivos como "fascista" que solo entiende una minoría militante formada en universidades. La clave está en la disputa viva de la vida cotidiana. Eso es lo que vienen haciendo en las últimas décadas las iglesias evangélicas y pentecostales, con un éxito sorprendente.
Los pentecostales atacan la cultura negra para disciplinar a los más pobres, que encuentran en las religiones de origen africano formas de relacionarse sin mediaciones, horizontales y con cierta autonomía en espacios propios, como los 'terreiros'. En apenas cinco años, las denuncias por "intolerancia religiosa" crecieron 4.960%, de 15 en 2011 a 759 en 2016.
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Atacan también a gays y lesbianas y a quienes defienden el aborto. Con una masa de 42,3 millones de personas —22% de la población—, los evangélicos son determinantes en las elecciones brasileñas. Tienen mucha más responsabilidad en el viraje derechista de los brasileños que el propio Bolsonaro, quien, sin embargo, se ha beneficiado de esa inflexión reaccionaria.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK