Los mexicanos leen menos que hace 7 años: ¿qué desafío abre esto a la política cultural y editorial?
Los mexicanos leen menos que hace 7 años: ¿qué desafío abre esto a la política cultural y editorial?
Sputnik Mundo
En los últimos siete años, los lectores en México disminuyeron poco más de 12%, de acuerdo con un análisis elaborado por el Instituto Nacional de Estadística y... 17.05.2023, Sputnik Mundo
La dependencia de evaluación de indicadores sociales, económicos y políticos emitió este abril de 2023 un análisis que identifica que en 2016 la población de 18 años en adelante que leía era del 80,8%, frente a un total de 68,5% de lectores registrado en 2023. Los materiales culturales considerados para elaborar la estadística de hábitos lectores son los libros, las revistas, periódicos, historietas (o cómics), páginas de internet, foros y blogs.El porcentaje lector más alto entre la población del país latinoamericano se concentra entre los jóvenes de 18 a 24 años, con un total de ocho de cada diez personas leyendo, mientras que hacia adultos mayores de 65 años solo seis de cada 10 hombres lo hacen, y se reduce el indicador entre las mujeres de ese rango de edad, donde solamente cinco de cada diez revisa estos contenidos culturales.El análisis también identificó que la población leyó en promedio 3,4 libros en los últimos 12 meses anteriores al levantamiento de la información estadística, con el 44,6% motivada por entretenimiento. Otras razones para leer en el país latinoamericano consignadas por el Inegi son el trabajo, el estudio, cultura general o la religión.Entre la población que no suele leer, el 83% declaró que no fue estimulada a acudir a bibliotecas o librerías, el 79,7% señaló que ni sus tutores ni sus padres leían y el 60,7% explicó que en su casa no había libros distintos a los diseñados para la educación básica por la Secretaría de Educación Pública (SEP) federal, conocidos como libros de texto.A propósito de estos indicadores y sus implicaciones, Sputnik conversó con un empresario del libro, un editor rescatista de autores olvidados y un promotor de la cultura desde la editorial del Estado mexicano, el Fondo de Cultura Económica (FCE).Un problema de desatención histórica"La falta de esfuerzos por el fomento a la lectura es histórica", asienta en entrevista con Sputnik el poeta y editor Iván Cruz Osorio, fundador de los sellos editoriales Malpaís y Dogma, que rescatan la obra de voces rezagadas por la política cultural tradicional del catálogo literario latinoamericano, como la guatemalteca Alaíde Foppa o el poeta experimental mexicano Jesús Arellano.El escritor considera que históricamente el fomento de la lectura en México no se ha hecho como una política sistémica desde el Estado, sino que ha surgido como consecuencia de motivaciones aisladas, como la de quien fue titular la SEP en la década de 1920, José Vasconcelos, o Narciso Bassols, Jaime Torres Bodet y Agustín Yáñez, todos ellos al frente de la dependencia federal en algún periodo de la historia de México."El asunto es particularmente notable hoy en día con los (hablantes y escritores en) lenguas originarias, ya que resulta que no tienen lectores; si no fuese por las traducciones al castellano, pasan casi totalmente inéditos", acusa, no obstante que, de acuerdo con el Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas (INPI), en el país se hablan 69 lenguas originarias.Así, cuando se habla de la lectura en México sólo en una segunda dimensión se piensa en las lenguas indígenas nacionales. "Es una labor que en el caso de promoción de la lectura no ha hecho ni el Estado ni el creador en castellano, y eso es decididamente nuestra culpa y nuestro daño", pondera.A manera de reconocimiento a estas voces desatendidas por el Estado, menciona al poeta ñuu savi (mixteco) Kalu Tatyisavi y al poeta Hubert Matiúwaà, escritor en lengua mè'phàà, activa en el centro del estado de Guerrero.Acerca del respaldo institucional a las alternativas editoriales, Cruz Osorio sostiene que las dependencias de cultura a nivel federal y en los estados en ocasiones compran ejemplares a sellos autogestivos."Sabemos que pasan estas compras con editoriales privadas de medio tamaño, como Sexto Piso y Almadía, o en poesía con Era", sin embargo, sellos como este último, asienta Cruz Osorio, sobreviven por la venta de libros de poetas canónicos. En su catálogo figuran autores consagrados, como José Emilio Pacheco, Coral Bracho, Jorge Volpi, Carlos Monsiváis, José Revueltas y Elena Poniatowska."Es decir, en términos económicos el canon sigue inamovible, el Gobierno compra para sus bibliotecas a los mismos", asienta y considera que la actual Administración federal, encabezada por el presidente Andrés Manuel López Obrador, ha fallado en promover una política cultural distinta a la que heredó el premio Nobel Octavio Paz, acusado de cacique cultural por distintas voces y respaldado por intelectuales como Guillermo Sheridan, Enrique Krauze y Gabriel Zaid, agrupados en torno a la revista Letras Libres.En la diversificación de la oferta literaria en México, pues, Cruz Osorio considera que en todo caso la academia, mediante ciertos investigadores, sí ha hecho la diferencia en abrir el panorama."Ahora bien, desde mi punto de vista el editor autogestivo debe llevar una postura tanto estética como política y difundir lo que comulgue con sus ideas, la distribución de estos títulos en librerías es nuestro gran reto", estima."Somos lectores parciales, analfabetos de un contexto cultural; es decir, si a mi amigo español sólo le interesa la poesía pop o cibernética, lo que leeré es poesía de ese subgénero; si antes se leían los picos de una tradición para después decantarnos por lo que nos gusta, hoy obviamos la tradición. La importancia de la lectura es muy grande porque nos damos cuenta que ignoramos más de lo que suponíamos", considera Cruz Osorio.Promover el libro y la lectura desde el EstadoLa editorial del Estado mexicano, el Fondo de Cultura Económica (FCE), tiene al mismo tiempo una historia célebre y polémica, con episodios de censura presidencial contra la edición de obras como Los hijos de Sánchez —centrada en la pobreza de la Ciudad de México— y al mismo tiempo un catálogo histórico insoslayable para estudiantes, académicos, investigadores y lectores en general del ámbito hispanoparlante, con presencia, además de México, en Colombia, Argentina, Ecuador, España, Estados Unidos, Guatemala, Chile y Perú.La Administración de López Obrador, que arrancó en diciembre de 2018, inició su política editorial con el nombramiento del escritor y divulgador de literatura Paco Ignacio Taibo II como director del Fondo de Cultura.Fogueado durante años como expositor en la plaza pública, este novelista ha implementado varias políticas de divulgación de la lectura desde su puesto directivo, como la vinculación administrativa de las librerías Educal y las del FCE, con presencia nacional, para evitar duplicación de funciones; la multiplicación de títulos e impresiones en la Colección Popular, que ofrece ejemplares hasta por cinco dólares y un espectro de autores que va de Luisa Josefina Hernández a Erich Fromm; el constante comentario a títulos de la casa editorial en redes sociales y espacios públicos, así como la organización de ventas masivas de ejemplares, como el remate de libros celebrado apenas en abril de 2023 en el Monumento a la Revolución de la Ciudad de México.La implementación de estas políticas, sin embargo, coincide en términos generales con el periodo en que el Inegi identificó la disminución de la lectura entre la población mexicana, con poco más de 12 puntos porcentuales de reducción.En conversación con Sputnik, uno de los colaboradores más cercanos de Taibo, Ezra Alcázar, quien figura en la nómina gubernamental como subgerente de control de gestión del Fondo de Cultura, consideró que hay que interpretar los datos descendentes del Inegi de manera compuesta."Nuestras instituciones dedicadas a hacer estos análisis no se han actualizado, yo creo que a la hora de omitir, digamos, a las redes sociales o ponerlas como una advertencia para la lectura, la gente no supo bien qué contestar (...), entonces yo creo que ahí pudo haber un descenso interesante", evalúa sobre la elaboración del análisis y la recolección de datos.En tanto, considera que uno de los desafíos de la promoción de la lectura hecha desde el Fondo de Cultura es ampliar el concepto de lector y romper barreras que diferencian, por ejemplo, el entretenimiento del estudio."Tiene que ver con otra cosa, que es cómo hemos crecido viendo la lectura a lo largo de los años; en mi infancia, adolescencia, la lectura siempre era algo de obligación de la escuela o de castigo (...), asociar la lectura con un castigo, asociar la lectura con la educación formal creo que es una de las principales tareas y retos (a vencer)", pondera.Otro problema que identifica Alcázar es la desigualdad, donde la gente en México a veces no tiene la oportunidad cultural y social de considerarse cercana a la lectura, a la que asocian a élites con un poder adquisitivo superior o un mejor acceso a la formación académica tradicional.Frente a estos desafíos, el trabajador del FCE piensa que la relevancia de la lectura radica en su facultad de fomento de la capacidad imaginativa."El leer lo que nos está haciendo es educar y cuidar nuestro aparato imaginativo, en la escuela nos enseñaron muchísimo a cuidar nuestro aparato digestivo, nuestro aparato respiratorio, todo ese tipo de cosas, porque a lo mejor podemos identificarlas físicamente en nuestro cuerpo. Sin embargo, la lectura, como la música y otras artes, nos ayuda a ejercitar ese aparato imaginativo, del cual no siempre somos conscientes pero que todos tenemos", ejemplifica.Ventajas y problemas del catálogo alternativoOtro fenómeno importante de la relación social con la lectura es el dominio de editoriales trasnacionales de fuerza empresarial multimillonaria, que publicitan a autores con estrategias de marketing complejas en favor de voces y puntos de venta dominantes en el panorama cultural del país latinoamericano, como sucedería con los sellos Gandhi y El Sótano en el caso de la Ciudad de México.Una consulta de Sputnik realizada al sitio web de la librería Gandhi este 15 de mayo arroja que entre los 10 títulos más vendidos de esa empresa figuran al menos cuatro del conglomerado editorial Penguin Random House: un dominio del 40% de la oferta lectora empresarial. Tres más los imprime y distribuye Planeta, otra firma de alcance multinacional, con lo que un 70% de esta muestra de ejemplares vendidos estaría dominado por grandes sellos de la impresión libresca.Ante esta realidad, existen alternativas de pequeñas y medianas empresas que buscan alcanzar catálogos distintos a los ojos de nuevos lectores en otros espacios, como sucede con la librería Cafeleería, ubicada en avenida Tasqueña, sur de la Ciudad de México, y gestionada por Marcel Castro, con quien conversó este medio.En su catálogo figuran autores relativamente fuera del canon dominante, como el rumano Mircea Cartarescu, el cineasta estadounidense John Waters, que publicó algunos títulos de una especie de periodismo gonzo, o un compilado de entrevistas con el director de cine bávaro Rainer Werner Fassbinder, editado por la casa editorial argentina El cuenco de plata.Este empresario cultural identifica que los lectores se acercan a la curiosidad literaria mediante plataformas como Twitter o TikTok, "donde la gente genuinamente lo está buscando, lo necesita, pero sí es un círculo muy pequeño", matiza, "pero genuinamente hay un alza"."Yo trabajo a partir de un grupo o un nicho de personas que buscan o tienen la misma afinidad que el lugar, entonces la idea es tener libros distintos para que la gente sienta que hay sorpresas, eso es muy interesante", expone sobre su experiencia al frente de Cafeleería.Marcel Castro recuerda un episodio reciente de la vida lectora mexicana, relacionado a un sitio web de hackeo de obras literarias identificado como La Pirateca. El espacio es coordinado de manera anónima por divulgadores de la cultura para albergar en su dominio digital decenas de obras en formato pdf.Cafeleería y otros espacios de distribución, como Impronta Editorial en Jalisco, albergaban alcancías con la iconografía de La Pirateca para recaudar fondos solidarios en virtud de la iniciativa, sin embargo, padecieron un requerimiento legal desde el Instituto Mexicano de la Propiedad Industrial como queja contra el que consideraron un acto irregular de piratería."La verdad es que cuando La Pirateca subía libros pirateados se disparaba la venta (de tomos originales) en todos los sitios, entonces era algo muy curioso porque los autores estaban contentos de que su obra estuviera pirateada, es algo muy chistoso, pero es algo muy real", contrasta el divulgador."Esta gente, que son dinosaurios, los del IMPI no lo reconocen o no lo saben, pero genuinamente la piratería ayuda a que la pieza física funcione porque (los lectores) se cansan de tener (el libro) digital y lo quieren físico".Si bien Cafeleería y otros espacios alternativos han logrado consolidar un catálogo diferenciado de los nombres dominantes del panorama literario, suele suceder que estos se conforman mediante editoriales extranjeras que importan sus ejemplares a México, lo que dispara los precios incluso hacia los 50 dólares por ejemplar.Los libros llegan a ser carísimos, adjetiva el propio Castro y reconoce que es inusual que un ejemplar pueda fijar su precio en torno a los 10 dólares, lo que produce dificultades para vender y que el público que adquiere los títulos más caros sea únicamente un nicho "que busca el objeto físico y que tiene la oportunidad de comprarlo".Las librerías independientes, subraya, sí necesitan mucho de la divulgación de voz a voz, de persona a persona, para facultar sus operaciones de distribución de ejemplares.
En los últimos siete años, los lectores en México disminuyeron poco más de 12%, de acuerdo con un análisis elaborado por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi).
La dependencia de evaluación de indicadores sociales, económicos y políticos emitió este abril de 2023 un análisis que identifica que en 2016 la población de 18 años en adelante que leía era del 80,8%, frente a un total de 68,5% de lectores registrado en 2023. Los materiales culturales considerados para elaborar la estadística de hábitos lectores son los libros, las revistas, periódicos, historietas (o cómics), páginas de internet, foros y blogs.
El porcentaje lector más alto entre la población del país latinoamericano se concentra entre los jóvenes de 18 a 24 años, con un total de ocho de cada diez personas leyendo, mientras que hacia adultos mayores de 65 años solo seis de cada 10 hombres lo hacen, y se reduce el indicador entre las mujeres de ese rango de edad, donde solamente cinco de cada diez revisa estos contenidos culturales.
El análisis también identificó que la población leyó en promedio 3,4 libros en los últimos 12 meses anteriores al levantamiento de la información estadística, con el 44,6%motivada por entretenimiento. Otras razones para leer en el país latinoamericano consignadas por el Inegi son el trabajo, el estudio, cultura general o la religión.
Entre la población que no suele leer, el 83% declaró que no fue estimulada a acudir a bibliotecas o librerías, el 79,7% señaló que ni sus tutores ni sus padres leían y el 60,7% explicó que en su casa no había libros distintos a los diseñados para la educación básica por la Secretaría de Educación Pública (SEP) federal, conocidos como libros de texto.
A propósito de estos indicadores y sus implicaciones, Sputnik conversó con un empresario del libro, un editor rescatista de autores olvidados y un promotor de la cultura desde la editorial del Estado mexicano, el Fondo de Cultura Económica (FCE).
Un problema de desatención histórica
"La falta de esfuerzos por el fomento a la lectura es histórica", asienta en entrevista con Sputnik el poeta y editor Iván Cruz Osorio, fundador de los sellos editoriales Malpaís y Dogma, que rescatan la obra de voces rezagadas por la política cultural tradicional del catálogo literario latinoamericano, como la guatemalteca Alaíde Foppa o el poeta experimental mexicano Jesús Arellano.
El escritor considera que históricamente el fomento de la lectura en México no se ha hecho como una política sistémica desde el Estado, sino que ha surgido como consecuencia de motivaciones aisladas, como la de quien fue titular la SEP en la década de 1920, José Vasconcelos, o Narciso Bassols, Jaime Torres Bodet y Agustín Yáñez, todos ellos al frente de la dependencia federal en algún periodo de la historia de México.
"El asunto es particularmente notable hoy en día con los (hablantes y escritores en) lenguas originarias, ya que resulta que no tienen lectores; si no fuese por las traducciones al castellano, pasan casi totalmente inéditos", acusa, no obstante que, de acuerdo con el Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas (INPI), en el país se hablan 69 lenguas originarias.
Así, cuando se habla de la lectura en México sólo en una segunda dimensión se piensa en las lenguas indígenas nacionales. "Es una labor que en el caso de promoción de la lectura no ha hecho ni el Estado ni el creador en castellano, y eso es decididamente nuestra culpa y nuestro daño", pondera.
A manera de reconocimiento a estas voces desatendidas por el Estado, menciona al poeta ñuu savi (mixteco) Kalu Tatyisavi y al poeta Hubert Matiúwaà, escritor en lengua mè'phàà, activa en el centro del estado de Guerrero.
Acerca del respaldo institucional a las alternativas editoriales, Cruz Osorio sostiene que las dependencias de cultura a nivel federal y en los estados en ocasiones compran ejemplares a sellos autogestivos.
"Sabemos que pasan estas compras con editoriales privadas de medio tamaño, como Sexto Piso y Almadía, o en poesía con Era", sin embargo, sellos como este último, asienta Cruz Osorio, sobreviven por la venta de libros de poetas canónicos. En su catálogo figuran autores consagrados, como José Emilio Pacheco, Coral Bracho, Jorge Volpi, Carlos Monsiváis, José Revueltas y Elena Poniatowska.
"Es decir, en términos económicos el canon sigue inamovible, el Gobierno compra para sus bibliotecas a los mismos", asienta y considera que la actual Administración federal, encabezada por el presidente Andrés Manuel López Obrador, ha fallado en promover una política cultural distinta a la que heredó el premio Nobel Octavio Paz, acusado de cacique cultural por distintas voces y respaldado por intelectuales como Guillermo Sheridan, Enrique Krauze y Gabriel Zaid, agrupados en torno a la revista Letras Libres.
En la diversificación de la oferta literaria en México, pues, Cruz Osorio considera que en todo caso la academia, mediante ciertos investigadores, sí ha hecho la diferencia en abrir el panorama.
"Ahora bien, desde mi punto de vista el editor autogestivo debe llevar una postura tanto estética como política y difundir lo que comulgue con sus ideas, la distribución de estos títulos en librerías es nuestro gran reto", estima.
"Somos lectores parciales, analfabetos de un contexto cultural; es decir, si a mi amigo español sólo le interesa la poesía pop o cibernética, lo que leeré es poesía de ese subgénero; si antes se leían los picos de una tradición para después decantarnos por lo que nos gusta, hoy obviamos la tradición. La importancia de la lectura es muy grande porque nos damos cuenta que ignoramos más de lo que suponíamos", considera Cruz Osorio.
Promover el libro y la lectura desde el Estado
La editorial del Estado mexicano, el Fondo de Cultura Económica (FCE), tiene al mismo tiempo una historia célebre y polémica, con episodios de censura presidencial contra la edición de obras como Los hijos de Sánchez —centrada en la pobreza de la Ciudad de México— y al mismo tiempo un catálogo histórico insoslayable para estudiantes, académicos, investigadores y lectores en general del ámbito hispanoparlante, con presencia, además de México, en Colombia, Argentina, Ecuador, España, Estados Unidos, Guatemala, Chile y Perú.
La Administración de López Obrador, que arrancó en diciembre de 2018, inició su política editorial con el nombramiento del escritor y divulgador de literatura Paco Ignacio Taibo II como director del Fondo de Cultura.
Fogueado durante años como expositor en la plaza pública, este novelista ha implementado varias políticas de divulgación de la lectura desde su puesto directivo, como la vinculación administrativa de las librerías Educal y las del FCE, con presencia nacional, para evitar duplicación de funciones; la multiplicación de títulos e impresiones en la Colección Popular, que ofrece ejemplares hasta por cinco dólares y un espectro de autores que va de Luisa Josefina Hernández a Erich Fromm; el constante comentario a títulos de la casa editorial en redes sociales y espacios públicos, así como la organización de ventas masivas de ejemplares, como el remate de libros celebrado apenas en abril de 2023 en el Monumento a la Revolución de la Ciudad de México.
La implementación de estas políticas, sin embargo, coincide en términos generales con el periodo en que el Inegi identificó la disminución de la lectura entre la población mexicana, con poco más de 12 puntos porcentuales de reducción.
En conversación con Sputnik, uno de los colaboradores más cercanos de Taibo, Ezra Alcázar, quien figura en la nómina gubernamental como subgerente de control de gestión del Fondo de Cultura, consideró que hay que interpretar los datos descendentes del Inegi de manera compuesta.
"No habla tanto de jóvenes, sino que lo lleva a un universo más general; de hecho, interesantemente o curiosamente, es de 18 a 24 años los que considera más lectores del plano general", destaca el promotor cultural.
"Nuestras instituciones dedicadas a hacer estos análisis no se han actualizado, yo creo que a la hora de omitir, digamos, a las redes sociales o ponerlas como una advertencia para la lectura, la gente no supo bien qué contestar (...), entonces yo creo que ahí pudo haber un descenso interesante", evalúa sobre la elaboración del análisis y la recolección de datos.
En tanto, considera que uno de los desafíos de la promoción de la lectura hecha desde el Fondo de Cultura es ampliar el concepto de lector y romper barreras que diferencian, por ejemplo, el entretenimiento del estudio.
"Tiene que ver con otra cosa, que es cómo hemos crecido viendo la lectura a lo largo de los años; en mi infancia, adolescencia, la lectura siempre era algo de obligación de la escuela o de castigo (...), asociar la lectura con un castigo, asociar la lectura con la educación formal creo que es una de las principales tareas y retos (a vencer)", pondera.
Otro problema que identifica Alcázar es la desigualdad, donde la gente en México a veces no tiene la oportunidad cultural y social de considerarse cercana a la lectura, a la que asocian a élites con un poder adquisitivo superior o un mejor acceso a la formación académica tradicional.
Frente a estos desafíos, el trabajador del FCE piensa que la relevancia de la lectura radica en su facultad de fomento de la capacidad imaginativa.
"El leer lo que nos está haciendo es educar y cuidar nuestro aparato imaginativo, en la escuela nos enseñaron muchísimo a cuidar nuestro aparato digestivo, nuestro aparato respiratorio, todo ese tipo de cosas, porque a lo mejor podemos identificarlas físicamente en nuestro cuerpo. Sin embargo, la lectura, como la música y otras artes, nos ayuda a ejercitar ese aparato imaginativo, del cual no siempre somos conscientes pero que todos tenemos", ejemplifica.
Ventajas y problemas del catálogo alternativo
Otro fenómeno importante de la relación social con la lectura es el dominio de editoriales trasnacionales de fuerza empresarial multimillonaria, que publicitan a autores con estrategias de marketing complejas en favor de voces y puntos de venta dominantes en el panorama cultural del país latinoamericano, como sucedería con los sellos Gandhi y El Sótano en el caso de la Ciudad de México.
Una consulta de Sputnik realizada al sitio web de la librería Gandhi este 15 de mayo arroja que entre los 10 títulos más vendidos de esa empresa figuran al menos cuatro del conglomerado editorial Penguin Random House: un dominio del 40% de la oferta lectora empresarial. Tres más los imprime y distribuye Planeta, otra firma de alcance multinacional, con lo que un 70% de esta muestra de ejemplares vendidos estaría dominado por grandes sellos de la impresión libresca.
Ante esta realidad, existen alternativas de pequeñas y medianas empresas que buscan alcanzar catálogos distintos a los ojos de nuevos lectores en otros espacios, como sucede con la librería Cafeleería, ubicada en avenida Tasqueña, sur de la Ciudad de México, y gestionada por Marcel Castro, con quien conversó este medio.
En su catálogo figuran autores relativamente fuera del canon dominante, como el rumano Mircea Cartarescu, el cineasta estadounidense John Waters, que publicó algunos títulos de una especie de periodismo gonzo, o un compilado de entrevistas con el director de cine bávaro Rainer Werner Fassbinder, editado por la casa editorial argentina El cuenco de plata.
Este empresario cultural identifica que los lectores se acercan a la curiosidad literaria mediante plataformas como Twitter o TikTok, "donde la gente genuinamente lo está buscando, lo necesita, pero sí es un círculo muy pequeño", matiza, "pero genuinamente hay un alza".
"Yo trabajo a partir de un grupo o un nicho de personas que buscan o tienen la misma afinidad que el lugar, entonces la idea es tener libros distintos para que la gente sienta que hay sorpresas, eso es muy interesante", expone sobre su experiencia al frente de Cafeleería.
Marcel Castro recuerda un episodio reciente de la vida lectora mexicana, relacionado a un sitio web de hackeo de obras literarias identificado como La Pirateca. El espacio es coordinado de manera anónima por divulgadores de la cultura para albergar en su dominio digital decenas de obras en formato pdf.
Cafeleería y otros espacios de distribución, como Impronta Editorial en Jalisco, albergaban alcancías con la iconografía de La Pirateca para recaudar fondos solidarios en virtud de la iniciativa, sin embargo, padecieron un requerimiento legal desde el Instituto Mexicano de la Propiedad Industrial como queja contra el que consideraron un acto irregular de piratería.
"La verdad es que cuando La Pirateca subía libros pirateados se disparaba la venta (de tomos originales) en todos los sitios, entonces era algo muy curioso porque los autores estaban contentos de que su obra estuviera pirateada, es algo muy chistoso, pero es algo muy real", contrasta el divulgador.
"Esta gente, que son dinosaurios, los del IMPI no lo reconocen o no lo saben, pero genuinamente la piratería ayuda a que la pieza física funcione porque (los lectores) se cansan de tener (el libro) digital y lo quieren físico".
Si bien Cafeleería y otros espacios alternativos han logrado consolidar un catálogo diferenciado de los nombres dominantes del panorama literario, suele suceder que estos se conforman mediante editoriales extranjeras que importan sus ejemplares a México, lo que dispara los precios incluso hacia los 50 dólares por ejemplar.
Los libros llegan a ser carísimos, adjetiva el propio Castro y reconoce que es inusual que un ejemplar pueda fijar su precio en torno a los 10 dólares, lo que produce dificultades para vender y que el público que adquiere los títulos más caros sea únicamente un nicho "que busca el objeto físico y que tiene la oportunidad de comprarlo".
Las librerías independientes, subraya, sí necesitan mucho de la divulgación de voz a voz, de persona a persona, para facultar sus operaciones de distribución de ejemplares.
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