- Sputnik Mundo, 1920, 11.02.2021
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Ansiedad, angustia y miedo: la otra pandemia invisible que deja el COVID en España

© Foto : Pixabay / geraltUna mujer se tapa la cara (imagen referencial)
Una mujer se tapa la cara (imagen referencial) - Sputnik Mundo, 1920, 05.03.2021
Una mujer se tapa la cara (imagen referencial)
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El Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) ha sacado por primera vez desde que comenzó la pandemia unos datos demoledores sobre las consecuencias psicológicas que el año del coronavirus está teniendo en la población española. Sputnik recoge varios testimonios sobre los trastornos mentales provocados en la era COVID.
La investigación plasma sobre el papel lo que la sociedad ha experimentado en carne propia durante los últimos 12 meses: ansiedad, depresión, miedo, tristeza, ganas de llorar todo el tiempo, terror hacia lo desconocido y un largo etcétera de síntomas recurrentes y emociones que, dependiendo de la persona, se han tornado incluso en trastornos de mayor gravedad.
Los principales datos recogidos del informe del CIS, tras una encuesta realizada a 3.083 personas mayores de edad entre los días 19 y 25 de febrero de 2021, señalan que el 23,4% de los españoles ha sentido "mucho o bastante miedo" a morir por culpa del coronavirus, el 35% ha llorado por culpa de la pandemia, uno de cada cinco se ha sentido deprimido o sin esperanza, y el 16% (unos siete millones de personas) han tenido uno o más ataques de ansiedad o pánico.
Esto es grave.
Para Ángel Luis Rodríguez Domingo, médico psicoterapeuta y encargado del servicio de psicología del sindicato AMYTS, explica en entrevista con Sputnik que cree que "los datos del CIS son solo la punta del iceberg de lo que estamos viviendo. Por debajo hay mucho más malestar psicológico".
"La ansiedad se ha disparado por el temor a lo desconocido. Estamos en una situación que la gente no ha vivido nunca porque la anterior pandemia fue hace 100 años. Pensar: "¿estaré vivo dentro de tres meses?" se ha convertido en un pensamiento recurrente que está provocando un estrés psicológico muy grande en la población".
El experto señala que "todos tenemos una homeóstasis psicológica, un equilibrio entre las obligaciones que todos tenemos como seres humanos y un sistema de premios o recompensas que recibimos a cambio; pero ese equilibrio ahora se ha roto". Las obligaciones serían ir a trabajar, resolver los problemas cotidianos o realizar todas aquellas tareas necesarias para el buen desarrollo individual, pero que no suponen un descanso o placer, explica el médico.
Las recompensas serían recibir, a cambio de haber cumplido con esas obligaciones, premios como ir de vacaciones, salir a comer, quedar con unos amigos, ir a una discoteca a bailar…
"Todo eso ha desaparecido con la pandemia y se ha descompensado ese sistema de equilibrios. La gente tiene las mismas obligaciones que antes o incluso más, pero no tiene la recompensa".
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Para Rodríguez Domingo, nos encontramos ante "un sistema de cansancio permanente y fatiga pandémica provocado además por inputs negativos que vienen de las noticias donde constantemente todos los mensajes son de crisis, enfermedad, colas del hambre o muerte. Todo ello genera un pozo de tristeza permanente".

"Veía las noticias y me ponía a llorar"

Es lo que le pasaba a Mónica Sánchez, una catalana de 46 años que lleva 6 viviendo en Madrid con su marido, Jesús. Fue el amor lo que la hizo mudarse desde Barcelona a la capital, y desde entonces su vida transcurre en el madrileño barrio de Villaverde. El último año, literalmente, porque desde que empezó la pandemia y se declaró el primer confinamiento, Mónica no ha salido prácticamente de casa.
Algún paseo puntual por el barrio, ir a comprar el pan o la farmacia. Hace poco se atrevió a meterse en un restaurante para comer con unos amigos, pero solo después de pensárselo mucho y de comprobar que sería un almuerzo al aire libre. Aún así, ella y su marido estaban en una mesa solos, separados de los demás.
Mónica cuenta en entrevista telefónica con esta agencia que, al principio, "como todo el mundo", no le dio la importancia suficiente a la enfermedad.
"Era un virus que estaba por China y pensábamos que aquí nunca iba a pasar nada. Incluso hacíamos bromas con una compañera del trabajo que llevaba gel desinfectante y nos reíamos de ella porque pensábamos que era una exagerada".
El "click" lo hizo cuando ya una vez encerrados en casa y pensando que eso sería cosa de pocos días o un par de semanas a lo sumo, comenzó a ver los informativos y cada día bombardeaban los espacios de noticias de las televisiones con nuevos casos y más y más enfermos y muertes. "Me angustiaba muchísimo y empecé a tener mucho miedo. Me proponía a mí misma no ver más las noticias, pero luego no podía apagar la tele y las volvía a ver". Era como una droga, reconoce.
Mónica temía por ella, porque padece asma, pero lo que peor la puso fue la ansiedad de pensar en su madre, que vivía sola en Cataluña y en una provincia diferente a la de su hermano. Ese sentimiento de culpa y preocupación por su madre siempre la ha acompañado, sobre todo desde que se mudó a Madrid, pero inevitablemente se acrecentó con la pandemia hasta el punto de llegar a obsesionarse y provocarle una tristeza crónica por la impotencia de no poder hacer nada por ella, no poder moverse y no poder participar de la vida familiar.
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El 30 de marzo nació su sobrino, el hijo de su hermano pequeño, que según cuenta, le hacía "especial ilusión". Eso también se lo perdió.
"Tenía mucho miedo de que mi cuñada se contagiara estando embarazada y después, cuando nació, fue horrible ver las fotos y no poder estar allí, perderme los primeros meses del bebé. Fue muy duro. No lo conocí hasta julio".
Mónica llora al teléfono recordando cómo fueron aquellos meses.
"Creo que lo he interiorizado tanto que ya no me acordaba de lo mal que lo pasé", explica.
Sigue cuidándose en extremo. En su casa recibe solo a amigos muy bien seleccionados previamente, que ella sepa que no han estado en contacto con mucha gente y que como ella, se cuidan. Y en mitad de toda esta marabunta de emociones, Mónica reconoce que se siente mal por su marido, por Jesús, porque ha sido su "mayor y más grande apoyo", pero "sé que lo arrastro y hemos discutido muchas veces por este tema porque llega un momento en el que ya no puedes más; y yo sé que si no fuera por mí, él haría más cosas, pero yo me he puesto muy extremista. Ahora estoy empezando a ceder".
A pesar del miedo que permanece, de la tristeza y de los momentos tan duros, Mónica asegura que se siente "más fuerte que hace un año". "Soy más fuerte de mente, de pensamiento. Me propuse cuidarme y lo estoy haciendo y me da igual lo que piense la gente".

Extranjera e interna con una enferma de alzhéimer

Es el caso de Mercedes, una venezolana que lleva cuatro años en España con una visa de residencia humanitaria. Tiene 54 años, es abogada, tiene dos postgrados, vivió muchos años en EEUU, también trabajó como funcionaria para el gobierno de Hugo Chávez y ahora vive en Madrid, en el barrio de Peñagrande, interna en una casa con una anciana enferma de alzhéimer que empeora por momentos.
Vino a España trasladada desde su trabajo en EEUU, y lo que se preveía como algo temporal se prolongó en el tiempo con el objetivo de conseguir la nacionalidad y poder ayudar a sus hijas, que actualmente viven en Venezuela.
La señora con la que vive es la madre de un conocido, y a cambio de cuidarla puede vivir en la casa sin pagar alquiler, lo que supone un gran alivio para su maltrecha situación económica. En España no ha podido encontrar trabajo como abogada. Explica a Sputnik que ser latinoamericano en este país te obliga, por muy preparado que estés, a trabajar de "rider", en la hostelería, limpiando o cuidando ancianos, como es su caso.
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Durante los últimos dos años, el acuerdo con esta familia y la vida transcurrieron de manera tranquila, pero la pandemia lo trastocó todo. Llegó el encierro y durante dos meses, vivió confinada con una enferma mental que requiere cada vez más atenciones, y aterrada por el pánico a que alguna de las dos se contagie, sobre todo la anciana, porque "si le pasa algo yo tendría que mudarme y eso para mí sería una carga económica muy fuerte y no podría seguir ayudando a mis hijas".
Mercedes, que se describe como una mujer fuerte, valiente y que ha dado la vuelta al mundo; que es capaz de todo y se considera muy preparada en lo académico, por primera vez en su vida, se siente vulnerable y reconoce que tiene miedo a morir.
"Al tercer mes de confinamiento, se me disparó el cansancio acumulado y un día, mientras traía a la señora del baño nos caímos. Yo me puse debajo para que ella no sufriera y me fracturé la espalda. Pensaba que me había roto las vértebras porque el dolor era insoportable y estuve dos semanas convaleciente y casi sin poder moverme".
Este episodio le cambió la vida, y la mujer fuerte, arrecha, como dicen en su país, se sintió "humana". "Comencé a sentir una ansiedad bárbara y mi fragilidad como persona porque yo siempre me había visto como invencible; siempre he gozado de buena salud. Empecé a darme cuenta de que me podía enfermar y mi angustia crecía porque todavía no he terminado la labor con mis hijas. Ellas me necesitan. No me puedo morir", asegura.
La pandemia, la convalecencia, el encierro, le provocaron un pensamiento recurrente que no le dejó dormir durante días y semanas: "No paraba de pensar en que me iba a morir y en cómo me iba a morir. Desarrollé un miedo terrible a la muerte".

El estigma de ser médico y tener miedo al COVID

El personal sanitario ha sido, sin duda, el sector más castigado por la pandemia.
Según el psicoterapeuta Ángel Luis Rodriguez, "pasaron un estrés tremendo y están sobrepasados. Muchos comenzaron a medicarse con ansiolíticos, hipnóticos o antidepresivos para poder ir a trabajar, sobre todo durante la primera ola".
El médico asegura que hasta el 20% de los sanitarios se ha planteado abandonar su profesión durante el último año, que un 15% se automedica de una manera incorrecta y desmedida, y sin ser supervisado por colegas profesionales; y que la población médica tiene más del doble de posibilidades de suicidarse que el resto de la población.
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A Beatriz (nombre ficticio para salvaguardar su intimidad), una médica de atención primaria de 53 años y con años de experiencia en un centro de salud en Madrid, le persigue, además, el estigma, de sentirse vulnerable al COVID.
Cuando todo comenzó, Beatriz explica a Sputnik que no había directrices sobre cómo tenían que actuar, prácticamente no había EPI (Equipos de Protección Individual) y sentía miedo a lo desconocido, porque no sabía qué iba a encontrarse cada día.
"Me sentí muy sola. Cuando hablaba con mis coordinadores me decían que me cogiese la baja y yo les decía que no quería cogerme la baja, que solo quería saber cómo teníamos que trabajar para poder hacerlo sin ansiedad". Pero los días pasaba en un "que cada uno se las apañe como pueda".
Miedo (imagen referencial) - Sputnik Mundo, 1920, 19.05.2020
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Ante el riesgo de contagio, se redujeron a las imprescindibles las visitas de los pacientes al centro de salud y los médicos tenían que desplazarse a los domicilios. Y a Beatriz, esos "avisos", como se les denomina en la jerga médica, comenzaron a aterrarle porque "no sabía lo que me iba a encontrar en la casa, cuánta gente iba a haber, si estarían enfermos o no…".
Sufrió dos crisis de ansiedad muy fuertes en el centro de salud: mareos, desfallecimiento, llanto… Así que le hicieron un informe y le dieron la "adaptación de puesto de trabajo para no ver COVID y fue peor", cuenta.
"La presión por parte de mis compañeros fue espantosa porque parecía que yo lo estaba haciendo para fastidiarles a ellos. Me sentía castigada, estigmatizada, señalada con el dedo”.
Actualmente, Beatriz continúa en este puesto con otra compañera y asegura que hacen el doble de guardias que los demás "porque de alguna manera tenemos que compensarles por no ver COVID".
Dice que ahora, al menos, ha aprendido a no llevarse la ansiedad del trabajo a casa, que sabe tomar distancia y que gracias a su familia, su marido e hijos, que la apoyan muchísimo, está mejor. También ha dejado de tomar los hasta tres orfidales diarios que consumía hace unos meses para poder hacer frente a su trabajo en el centro de salud, y no deja de llamarle la atención la actitud irresponsable de mucha gente que asegura que no se da cuenta del trabajo durísimo que llevan a cabo desde su sector.

¿Habrá secuelas?

El médico de AMYTS se muestra optimista a este respecto y cree que la pandemia no dejará secuelas en la mayoría de la población. "Sí lo hará en gente más vulnerable o con patologías previas", y algunos tendrán "estrés postraumático, sobre todo los que han estado enfermos, que pueden experimentar pesadillas o revivir situaciones de cuando estuvieron ingresados durante un tiempo".
Sobre los datos de la encuesta el CIS, merece la pena resaltar algunos otros numeros, como que más de la mitad de los encuestados afirma sentirse "cansado o con pocas energías" de manera crónica, un 41,9% dice que tiene problemas para conciliar el sueño y un 38,7% asegura haber padecido dolores de cabeza, taquicardias y mareos.
El miedo a que la pandemia no se vaya nunca o que nos tengamos que conformar acostumbrándonos a convivir con el COVID o con otra pandemia que venga después, lo tiene un 59,6% de los encuestados y hasta un 74% asegura tener miedo a que el virus continúe propagándose.
Hasta un 53% de los españoles cree que nada volverá a ser igual.
Y parece, y es, una cifra dura; pensar que más de la mitad del país ve el vaso medio vacío, resopla, se resigna y asiente con terror a la sensación de haber perdido su vida al menos como la conocía hasta hace un año; o peor, a perderla literalmente hablando en un futuro no muy lejano.
La próxima pandemia quizá no sea tan visible y evidente como la que conlleva ver a miles de personas agonizando en hospitales, o experimentar en carne propia la pérdida de un ser querido y su muerte y duelo en soledad. La próxima pandemia mundial amenaza con atacar a lo más profundo de la humanidad que es su estabilidad emocional, el núcleo de su praxis. 260 millones de personas en el mundo sufren algún tipo de trastorno de ansiedad según la OMS, y muchos de ellos ni siquiera son conscientes.
El coronavirus también ha provocado esto: levantar los muros del tabú o la ignorancia ante una enfermedad planetaria a la que no se le ha prestado la atención que debería. Ahora, afloran el miedo y la angustia como mecanismo de defensa inevitable ante un "algo" (un virus) desconocido que amenaza la supervivencia; y el problema hay que atajarlo de raíz, y enfrentarlo reinventándose como sociedad, o terminará destruyéndonos tal y como nos conocemos hasta hoy; irremediablemente.
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