Después tomé mis cosas y me fui a casa sin escribir una línea más. Por el camino, en el metro, leí infinidad de mensajes del mundo del fútbol, la política, de los artistas y de gente común, que lloraban, todos, la partida del más grande jugador que mis ojos vieron.
Luego me dormí. Y soñé. Fue un sueño a retazos, casi intermitente. De esos que se van y vuelven, en el cual siempre el Diego era el protagonista, unas veces con la pelota y otra sin ellas. Hasta el amanecer.
Crónicas bestiales
Tenía 60 años Maradona. Los había cumplido el 30 de octubre. Y con esa edad cualquiera puede morir, de cualquier cosa. Aunque para morir no hay edad, solo basta con haber nacido y tener un poco de mala suerte, la misma que tuvo el Diego hace un día, poco después de haber pasado por el quirófano para corregir algo en su cabeza.
Pero lo mejor está en los medios. José Luis Hurtado lo hace genial desde una columna en Marca, con aquello de "Mira hijo, Maradona no sabía meter goles feos". O Jorge Valdano desde El País con "Adiós a Diego y adiós a Maradona", donde describe, como nadie, las dicotomías de la vida del astro con el cual compartió en la cancha momentos de gloria.
Nunca vi tanto dolor en las redes, ni tantas portadas en los medios. Ni con la muerte del papa Juan Pablo II, ni con la de Kobe Bryant, el 26 de enero de este año fatídico para el deporte, y para muchos.
Un balón para soñar
En su vida, el Diego solo necesitaba un balón para convertir en arte aquellos toques. El golpeo cariñoso a la pelota lo hizo grande, lo convirtió en un artista infinito y perdurable, del cual casi nadie puede pasar. La mayoría para bien. Algunos para mal.
En el otro, los que que creen que su amistad con ciertos personajes y su adicción lo lastraron para siempre.
Yo me quedo con mi sueño de anoche: una habitación semioscura, con un sofá enorme en una esquina, sobre el cual descansaban una pelota y un viejo violín Stradivarius. Todo delante de una mesa con unas partituras encima, una botella de Capitán Morgan (cualquiera sabe porqué) y un habano aún ardiendo.
De la habitación, por una ventana entre el humo, mucho humo, se iba Diego.