—En octubre 2019 el pueblo chileno pareció despertar y desde entonces ocupan las calles para reclamar cambios. ¿Qué pasó para que se produjera ese cambio?
—No creo que haya sido un estallido social o que haya partido de manera espontánea. Se trata de un proceso, tremendamente largo, de acumulación de fuerzas que nació el mismo año en que terminó formalmente la dictadura. En ese momento, la mayoría del sistema político chileno apostó a salir de la dictadura con la Constitución, con el modelo y la cultura organizacional de la dictadura, esparcida por todas las instituciones del Estado y de las FFAA, fuerzas del orden y de seguridad. Si bien al principio tuvo el apoyo mayoritario de una parte de la sociedad y del sistema político, fue perdiendo respaldo en la medida en que las promesas que hacían se fueron al tacho de la basura. Cuando uno mira los 30 años ve las mismas demandas, las mismas organizaciones sociales, los mismos partidos políticos que estuvieron siempre: los secundarios, los universitarios, los trabajadores fiscales, la gente de la salud. Lo que sucedía era que había protestas por intereses particulares por separado y ahora, todos juntos ponen en tela de juicio al modelo en términos generales. No lo veo como un estallido social, sino como un proceso que termina en la revolución de octubre. Esta es una batalla que aún no ha terminado.
—Chile fue un modelo de neoliberalismo impuesto a sangre y fuego. ¿Hubo un tiempo en el que los chilenos creyeron en ese modelo?
—El modelo neoliberal te promete que si tú haces todo lo que el sistema te dice —estudiar una carrera técnica, ponerte a trabajar y aceptar un salario miserable— y dejas que el modelo funcione, llegarás a tener una buena vida. Las generaciones que aceptaron inicialmente esas promesas se portaron muy bien en Chile, pero 30 años después, se dieron cuenta de que era todo mentira.
—Además de aprobarse un cambio constitucional en el plebiscito se decidió que fuera a través de una asamblea constituyente.
—En realidad, una asamblea constituyente tiene plenos poderes. Y lo que sucedió en Chile es que, después de un mes de protestas de toda la ciudadanía, el sistema político intenta seguir teniendo el control del proceso. Es decir, se aprobó un cambio constitucional a través de un plebiscito de entrada, convención constitucional y plebiscito de salida, pero en donde el soberano es el Congreso. En esta asamblea o convención constitucional hay cosas que no se pueden discutir. Por ejemplo, la convención constitucional no puede discutir ninguno de los tratados de libre comercio. Por eso digo que no es una asamblea constituyente porque no es soberana ni tiene plenos poderes. Es un poder delegado de quien se considera el soberano. Es una mayoría del sistema político que le impone esta salida institucional al pueblo chileno, que lo que quería, en realidad, era una asamblea constituyente. Este proceso es lo mejor que pudimos conseguir en estos 30 años para tirar al basurero de la historia la Constitución de Pinochet. No es, y esto por voluntad de una mayoría del sistema político, lo que la ciudadanía estaba demandando.
—Aún sí ¿se van a discutir las bases del modelo económico neoliberal que ha generado esta concentración tan grande de la riqueza que tiene Chile?
—Eso sin dudas. Pero voy a hacer una diferencia conceptual: más que una asamblea constituyente, será una asamblea destituyente, porque le han puesto el quórum de los 2/3 para la aprobación de lo que vaya a quedar en el texto final y que luego será sometido a la ciudadanía en un plebiscito. Es un quórum altísimo. Y es así porque la derecha tiene un 33% de votos (1/3), lo que significa que la derecha tiene el poder de veto de aquellas cosas nuevas que se quieran incorporar.
—En Chile hay un alto nivel de concentración en los medios de comunicación que nunca se ha tocado. ¿Planteas para Chile una ley de medios como la hubo en Argentina?
—Es imprescindible. Todos vimos con mucho estupor lo que ocurrió en Perú. Resulta que ahora los medios chilenos están cubriendo la violación a los derechos humanos y escriben sorprendidos: "Brutales violaciones a los derechos humanos en Perú con dos muertos". Acá llevábamos meses y varias decenas de muertos y todavía no vi publicado ningún titular como sobre la violación de los derechos humanos en Chile. Los medios de comunicación chilenos no son medios de comunicación: son medios de inducción social; están absolutamente politizados. La mayoría son de extrema derecha. Los más "democráticos" están en la centroderecha. Y todos son profundamente partidarios del neoliberalismo.
—Tu gestión en la comuna Recoleta está muy bien valorada. ¿Por qué es tan exitosa?
—En la actual Constitución, el Estado tiene prohibido por ley incurrir en actos de comercio. Por lo tanto, no puede poner empresas estatales ni vender cosas. En Recoleta, descubrimos una fórmula para cumplir con la letra de la ley pero violar el espíritu. El acto de comercio se define tanto por la compraventa, que es la transacción que uno hace con quien vende y con quien compra, como al lado de la fijación de precios. Y la fijación de precios se define cuando tú compras a un valor y vendes a otro valor. De tal manera que en la diferencia de valor pones los costos operacionales y la utilidad.
Nosotros establecimos una serie de servicios populares y para evitar esta línea de la ley, compramos cosas a un valor y las vendíamos al mismo valor, de tal manera que nadie pudiera decir que había acto de comercio, asumiendo los costos operacionales del "giro" como parte del presupuesto general del municipio.
—¿Por ejemplo?
—Hicimos una farmacia popular que logró bajar el valor promedio de los medicamentos un 70%. Los costos operacionales los paga el municipio a través de su área de salud. Lo mismo con la óptica popular: los lentes cuestan 75 u 80% menos. Instalamos un centro de diagnóstico auditivo para hacer audífonos populares a 200 dólares, que sigue siendo caro para la gente del mundo popular, pero que son mucho más asequibles que los 1.500 dólares que valen en cualquier otra parte de Chile y los nuestros tienen una tecnología inmensamente superior a la de los audífonos del mercado.
También pusimos una inmobiliaria popular que construye departamentos municipales para arriendo a precio justo. El arriendo no puede ser más del 20% del ingreso familiar. Esto fue tan fuerte que otras comunas y otras ciudades nos comenzaron a copiar. Incluso alcaldes de derecha. Luego nos empezamos a asociar con esas municipalidades y formamos asociaciones de municipios que comenzaron a importar medicamentos desde afuera, mucho más baratos que los que tenía el mercado. Nos pusimos nosotros a producir lentes y medicinas. Financiamos estudios universitarios. Todo lo que no estaba haciendo el Estado central en los últimos ocho años, a través de una gestión tremendamente disruptiva, lo terminaron haciendo muchos municipios que se fueron sumando y que además desarrollaron una carrera frenética entre los gobiernos locales por innovar. Y cambió la forma de entender los gobiernos locales en todo el país.
—¿Estas acciones las llevan a cabo municipios de todo Chile?
—De todo Chile. Hoy día la farmacia popular está presente en cerca de 200 municipios en Chile, que constituye un 70% del territorio nacional.
—¿Cómo describirías sociológicamente a la comuna de Recoleta?
—Esta es una comuna popular en la que más del 85% de la población está en el límite, un poquito más arriba o más debajo, de lo que define la pobreza. En el neoliberalismo, la clase media no existe. Sociológicamente entendemos la clase media como aquella que vive una vida modestamente acomodada, es decir, que no gasta todas sus necesidades, materiales e inmateriales, sin tener que endeudarse. Y eso es casi inexistente en un país neoliberal. Nuestra comuna es fundamentalmente popular y con pocos recursos. Al sur tenemos la comuna de Santiago, la comuna capital, que tiene tres veces más recursos por habitantes que nosotros. Al norte limitamos con la comuna de Las Condes que tienen entre cinco y seis veces más recursos que Recoleta. Nosotros con muchos menos recursos hemos logrado hacer muchas más cosas que las otras comunas.
—Tu nombre suena como posible candidato a la presidencia para las elecciones de noviembre 2021. La izquierda a veces va con varios candidatos y eso favorece a la derecha. ¿Están previendo alianzas dentro del arco progresista?
—Se está trabajando para que la alianza sea lo más amplia posible. Sin embargo, hay que poner algunos límites: la alianza tiene que ser antineoliberal. No queremos que por ser tan amplia o por asegurar el triunfo termine llevándonos a gobiernos como ya tuvimos antes del kirchnerismo en Argentina, que eran supuestamente gobiernos de centroizquierda, socialdemócratas, pero que solo desarrollaron políticas neoliberales. La izquierda real tiene que asumir primero que está fuertemente permeada por los valores del neoliberalismo, y tremendamente volcada hacia los proyectos personales más que a colectivos. Y eso hace que se fragmente.
—Los valores neoliberales han calado hasta zonas muy profundas ¿hay posibilidad de cambiar eso?
—Recoleta es una muestra elocuente de que se pueden combatir los valores del neoliberalismo. Acá llegamos a la conclusión de que financiar con la plata de todos, con impuestos, el abaratamiento y la facilitación de la vida de las personas es un objetivo deseable.
—Hay movilizaciones en Colombia, Perú, Chile. ¿Pensás que hay vientos de cambio en la región, vientos antineoliberales?
—Tuvimos una década completa donde el progresismo en América Latina avanzó. Pero debe hacerse una autocrítica. Muchos de esos procesos fueron caudillistas, muchos no lograron transformar la base productiva de los países y de las sociedades que lideraron. Solo se limitaron a repartir de manera más equitativa la renta de los recursos naturales. Muchos de esos procesos fueron profundamente laxos con la corrupción y la transparencia, con la eficiencia y con la eficacia, conceptos que parece que se los hubiéramos regalado a la derecha. Y a la derecha en Latinoamérica nunca le ha significado un problema ser ladrones o corruptos porque es parte de su esencia.
Cuando vino el agotamiento de los proyectos progresistas, por ejemplo, cuando ganó democráticamente en Argentina Mauricio Macri, muchos dijeron: "Se viene el neoliberalismo". No se equivoquen, porque el programa neoliberal es incompatible con la democracia. El programa neoliberal se basa en seis puntos esenciales: dejar que el valor de las cosas suba, que los salarios caigan, cambiar la fuerza de trabajo humana por fuerza de trabajo robotizada, traspasar a los consumidores la última fase del proceso productivo, para que termines trabajando gratis para las empresas, como los muebles desarmados que tú los terminas de armar en tu casa. Además nos venden cosas que por la obsolescencia programada sabemos que van a dejar de funcionar para que tengamos que comprarlos de nuevo. Y como si fuera poco tienen que pagar menos impuestos. No creo que el neoliberalismo tenga ninguna opción en América Latina y el mundo. El gran desafío es que la izquierda haga su trabajo.
—¿Fracaso de la restauración conservadora?
—No es que haya fracasado la restauración neoliberal. Simplemente es imposible a causa de los efectos que genera. Los fracasos anteriores son nuestra responsabilidad y tenemos que abocarnos a eso. Es claro que el neoliberalismo no es una opción para los pueblos y que por lo tanto se nos vuelve a dar una nueva oportunidad para que corrijamos nuestros errores. La deuda histórica es que la izquierda asuma el desafío de gobernar de manera eficaz y eficiente, pero con mucha participación, y que empecemos a usar el lenguaje de la emancipación y no el lenguaje de la dominación con el que venimos comunicándonos hace 30 años.