Las protestas en Bielorrusia, donde la oposición al presidente vigente, Alexander Lukashenko, se niega a reconocer los resultados de las recientes elecciones presidenciales y el presunto envenenamiento del opositor ruso Alexei Navalni, que actualmente está ingresado en un hospital alemán, han desencadenado un intenso intercambio de acusaciones cruzadas entre Occidente y Moscú.
Moscú acusa a Washington y Bruselas de injerir en los asuntos internos de Bielorrusia y de falsificar la "historia del envenenamiento de Navalni", mientras los líderes occidentales a su vez acusan a Rusia de ayudar a Lukashenko en su lucha contra la oposición, así como de un intento de aniquilar a un importante adversario político (Navalni).
Los medios internacionales no ocultan el hecho de que el Kremlin es el objetivo (y el adversario) principal en ambos casos, el de Bielorrusia y el de Navalni. "Lukashenko: si Bielorrusia cae, Rusia caerá después", titula a una de sus crónicas la edición en español de Euronews.
Vemos que Lukashenko por un lado no cede a las presiones de Washington y Bruselas y por el otro lado ofrece una salida de la crisis que en teoría tendría que encantar a los líderes de las democracias europeas: una reforma constitucional y elecciones anticipadas para 2022. Pero al parecer, no es lo que quiere Occidente. Lo que pretende es que Lukashenko dimita ahora y que la oposición decida ya el futuro del país.
Semejante guión causa una fuerte sensación de déjà vu. Vimos ya algo parecido en Ucrania en 2013-2014 con resultados bastante desastrosos. La situación se complica aún más por el caso Navalni. Según la versión de los médicos alemanes, Navalni, de 44 años, fue envenenado en Rusia por un agente neurotóxico de tipo Novichok. Rusia, por su parte, pone en duda esta versión y denuncia una "campaña de desinformación" para imponer nuevas sanciones.
"Alemania aumenta la presión sobre Rusia por el caso Navalni", titula a otra de sus crónica la edición en español.
Los ministros de Relaciones Exteriores de Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón y Reino Unido afirmaron en un comunicado estar "unidos en la condena, en los términos más fuertes, del envenenamiento confirmado" de Navalni. El "atentado" sufrido por Navalni supone un "duro golpe" al pluralismo democrático, agregó el texto, que recordó a Moscú la obligación de atenerse a los compromisos con los derechos fundamentales, entre ellos la libertad de opinión.
Sin embargo, al cabo de unos días Alemania que encabezaba el movimiento europeo a favor de nuevas sanciones contra Rusia suavizó su posición. "Los intereses económicos enfrían la condena de Merkel a Rusia por el caso Navalni. La oposición critica a la canciller por proteger más el gasoducto Nord Stream 2 que al activista ruso", titula el diario nacional español El ABC.
Hace mucha ilusión el hecho de que la oposición critique a Merkel por proteger más el gasoducto que al opositor ruso. Francamente, este doble juego de Alemania que destaca en su crónica El ABC es muy comprensible sabiendo el coste y la importancia del proyecto Nord Stream 2 para varios países europeos.
La verdad es que muchos coinciden en que si esta tubería queda bloqueada los europeos se dispararían en la rodilla. Analista internacional Ángel Tortolero considera que, al atacar a Rusia y al gasoducto "Nord Stream 2", la Unión Europea pone en riesgo la estabilidad de una zona que no tiene por qué subordinarse al afán de EEUU.
En diciembre de 2019 Donald Trump firmó una ley que impone sanciones a las empresas que colaboren en su construcción. Cabe recordar que hay en juego nada menos que 12.000 millones de euros de inversiones. Cinco importantes grupos europeos contribuyeron cada uno con 950 millones de euros. El resto fue financiado por el gigante energético ruso Gazprom, que es propietario al 100% de Nord Stream 2.
Sería solo una parte del coste total de los juegos políticos en torno a nuevas posibles sanciones antirrusas. Como hemos dicho ya, la oposición critica a Merkel por proteger más el gasoducto que al opositor ruso. Pero en la realidad, lo que los críticos de Merkel le están pidiendo es que se dispare en la rodilla. O, mejor dicho, que dispare en la rodilla de Alemania, si así se podría decir.