¿Calidad literaria o estrategia comercial? La controversia está, de nuevo, servida: las editoriales suelen enfrentarse a menudo a esa disyuntiva. Más aún en la era de las redes sociales, donde un nombre arropado por una legión de seguidores puede ostentar el cetro del bestseller. El escándalo se agranda cuando la decisión responde a la entrega de un galardón, en la que no solo es una decisión empresarial sino que media un jurado y se acompaña de una dotación económica.
Todo empezó el 4 de septiembre. La nota de prensa remitida por la editorial sobre el premio ESPASAesPOESÍA decía: "El jurado, compuesto por Luis Alberto de Cuenca, Ana Porto, Marwan, Alejandro Palomas y Ana Rosa Semprún, en representación de la editorial, ha fallado, por mayoría, en un almuerzo celebrado en Madrid el 3 de septiembre, que la obra ganadora de este año sea Alzando vuelo y su autor Rafael Cabaliere. Del poemario ganador el jurado ha destacado su conexión y empatía con las nuevas generaciones".
La obra 'Alzando vuelo' de Rafael Cabaliere, se ha alzado con el premio ESPASAesPOESÍA en su tercera edición.
— Editorial Espasa (@editorialespasa) September 4, 2020
¡Enhorabuena @RafaelCabaliere!https://t.co/qXjrzCYj2h#PremioESPASAesPOESÍA pic.twitter.com/jJNPdfud8g
Seguía con una breve descripción del escritor: "Rafael Cabaliere nació hace 34 años en Venezuela y es ingeniero informático y publicista. Su poesía tiene un tinte juvenil y motivador, fresco y urbano, con cientos de miles de seguidores. Este es su primer poemario", indicaban, señalando que "el autor, al conocer el fallo, ha declarado sentirse emocionado y con mucha ilusión al recibir el premio" y que, en total, se habían presentado 554 obras de diferentes países de habla hispana.
Pasaron los días y aumentó la extrañeza. Ni siquiera valía que los otros dos galardonados anteriormente respondieran al mismo patrón. La bloguera Irene X ganó la primera edición con La chica no olvida. Y David Galán, conocido como Redry, la segunda, por Huir de mí. Ambos destacaban por su audiencia juvenil o millenial, por su volumen de seguidores (más de 60.000 y 412.000 en Instagram, respectivamente) y por sus composiciones esquemáticas, libres de métrica o rima.
"A veces las cosas no salen bien porque no les estamos abriendo del todo la puerta", reza un aforismo de Irene X. "Que te abracen fuerte sin necesidad de preguntar cuál es tu problema, sin necesidad de responder por qué. Eso también es magia", apunta uno de Redry.
Cabaliere era un caso similar: 900.000 seguidores en Twitter, 715.000 en Instagram. Pero ni siquiera se conocían libros suyos y los versos que compartía suscitaban recelos en cuanto a la calidad. Así es el último colgado: "Que al terminar el día te quedes con lo que hizo brillar tus ojos, lo que sumó magia a tu vida, con todo aquello que agrandó tu sonrisa. Y que mañana sea mejor". Quien afirma que sus publicaciones en redes sociales "no son poesía" podría ser un invento desde el 31 de marzo de 2019. Su primer post ya es aclamado por más de 56.000 personas y genera centenares de comentarios. Aunque una cuenta anterior, con otro apodo, apenas tuviera interacciones.
Quizás porque sabe que la tormenta no se ha calmado. Que el ganador exista no suprime el fondo de la cuestión inicial: ¿se está abusando de una fórmula fugaz en detrimento de la literatura? Luna Miguel, editora de Caballo de Troya y poetisa nacida en 1990 cree que sí. "Está claro: si es un premio literario y se concede por sus seguidores, no es literario", responde por teléfono.
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"Hacer eso supone hasta un insulto a los autores de esa casa, donde hay grandes voces", continúa, "y juega en contra de quien tiene una motivación creadora, porque significa darle más dinero, más espacio, a quien tiene redes sociales". Alude a otros señalamientos controvertidos, como el de Elvira Sastre, que ganó el Biblioteca Breve en 2019, y al de la citada Irene X, distinguiendo que "son autoras más allá de su obra: tienen un compromiso y llevan a gente a la literatura".
"Me parece muy hipócrita criminalizar la banalización de la poesía cuando vivimos en el reino de la frase. La poesía siempre ha sido algo que el sistema no ha podido comprar, siempre ha sido rock and roll, aunque ahora sea la época de la pop-esía. Y ya no hay lectores sino live-tores", indica el argentino a Sputnik. "Evacuar poemitas: el premio Espasa no lo ha ganado Rafael Cabaliere, sino Twitter e Instagram", titulaba Antonio Lucas su última columna del diario El Mundo.
Esto me ha sorprendido últimamente leyendo prensa cultural. Escritorxs menores de 40 que tienen cierto número de seguidores en redes sociales: "influencers". Escritorxs con más de 40 que tienen cierto número de seguidores en redes sociales: "escritorxs de éxito".
— Luna Miguel (@lunamonelle) September 13, 2020
Ni siquiera los miembros del jurado han roto la lanza a favor del premiado. Marwan o Alejandro Palomas, por ejemplo, confesaban a El País que se sentían "incómodos" por la decisión y destacaban que no había sido unánime sino "mayoritaria". Una polémica que ha recordado a cuando Juan Marsé abandonó el jurado del premio Planeta en 2005 por la baja calidad de los aspirantes. "Tendremos que votar a la menos mala", afirmó antes de dejar su puesto y de que el galardón recayera en María de la Pau Janer.
Me gusta cuando me llamas influencer, porque estás como pensando que soy lo suficientemente guapa para no pagar las cosas que me gano trabajando. 💕
— Irene Domingo (@ireneequis) August 13, 2020
Ocurre lo mismo, en menor medida, con otra variante: la de los seudónimos. El enigma Elena Ferrante ha alentado esta corriente. La superventas italiana, cuyo nombre auténtico no ha salido a la luz, se ha trasladado a nuestro país. Valen como ejemplos Carmen Mola –con una trilogía de suspense de gran éxito en Alfaguara- o Greta Alonso, autora de El Cielo de tus días en cuya biografía solo se indica que "nació en los ochenta cerca del Cantábrico".
Para ella, según defiende por chat a Spuntik, "el anonimato perjudica a las ventas, porque dificulta y en muchos casos impide la promoción. No hay firma de ejemplares, ni asistencia a ferias, ni entrevistas cara a cara. De hecho, por causa de la línea roja que impuse en su día, de publicar con seudónimo, varias editoriales rechazaron el manuscrito".
"Si se valorara el número de seguidores a la hora de publicar a autores, mi manuscrito seguiría en un cajón: ni siquiera tenía redes sociales cuando firmé el contrato de cesión de derechos con Planeta. Las editoriales son empresas, buscan rentabilidad, pero en ellas trabajan personas, y creo que aún existen editores que apuestan por la calidad de una obra; sin importar la fama del autor, su visibilidad en redes o el hecho de que vaya o no a participar en la promoción. En mi contrato hay una cláusula por la que rechazo participar en cualquier clase de promoción, y aun así, apostaron por la novela... Quedan personas enamoradas de la literatura, profesionales del mundo editorial que se la juegan. Esa es mi experiencia", incide.