En este breve lapso, la transición hacia un mundo centrado en Asia no ha dejado de progresar, pero para cerrar este ciclo falta una alternativa a la previsible, y no necesariamente cercana, "muerte del estándar del dólar".
Los datos sobre la producción material hablan solos.
El punto de inflexión fue la primera década de 2000, ya que en 2007 producía ya el 36,5% del acero mundial.
Si ponemos la lupa en la producción de vehículos, el ascenso chino es tan impresionante como el estancamiento de Occidente: las fábricas del Dragón lanzaron dos millones de vehículos en 2000 para ascender a 29 millones en 2019. En tanto EEUU, Alemania y Japón retrocedieron o se estancaron.
Para quienes crean que el ascenso chino está focalizado en la producción masiva de mercancías de baja y mediana tecnología, la lista top500.org que analiza las 500 supercomputadoras más potentes del mundo, es más que ilustrativa. Recién en 2002 China entró en la lista, cuando EEUU sumaba el 48,6% de las mejores supercomputadoras.
En junio de 2020, la última lista difundida, China obtiene el 45,5%, duplicando a EEUU que obtiene sólo el 23,4% de las supercomputadoras.
El diplomático Alfredo Toro Hardy nos recuerda en el Observatorio de la Política China, que el Dragón es ya una superpotencia tecnológica, que "posee nueve de las 20 mayores empresas de alta tecnología en el mundo", encabezadas por Alibaba, Tencent, AntFinancial, Bytendance y Baidu, pero a renglón seguido nos dice que "las 11 remanentes son todas estadounidenses".
El último dato es importante porque EEUU está en declive, pero en modo alguno es una potencia derrotada, ni siquiera en lo económico. China es el segundo mayor inversor del mundo en investigación y desarrollo tecnológico después de Estados Unidos, aunque el Dragón crece cuatro veces más deprisa.
Por eso, Toro Hardy concluye: "Estados Unidos y China mantienen una competencia en la que el primero lleva aún la delantera, pero donde la segunda descuenta aceleradamente la ventaja. Como en las carreras de caballos, quien alcanza gana".
Creo que es un buen ejemplo que echa luz sobre los conflictos en curso. Sin embargo, la gran ventaja de Washington es el dólar. Como destaca el Laboratorio Europeo de Anticipación Política (LEAP), "el tema más crítico de toda la transición mundial, es la reforma del sistema monetario internacional".
Más de una década después, aún no está claro cómo se resolverá la sucesión del dólar. Uno de los cambios más notables, anotados por el LEAP, es que el mercado de futuros del petróleo, que cotizan en yuanes en la Bolsa Internacional de Energía de Shanghai, ya representan el 10% de los volúmenes de hidrocarburos comercializados en el mundo.
Se trata de un importante avance, pero insuficiente. El último boletín del LEAP anticipa que "las monedas vinculadas al dólar perderán; mientras que las monedas vinculadas a la potencia china y al euro serán áreas de estabilidad monetaria".
Estamos en un punto decisivo y delicado. El ascenso de China es un hecho, pero EEUU aún tiene la capacidad de impedir que siga avanzando. Si nos basamos en la historia de las transiciones hegemónicas (de España a Inglaterra y de ésta a EEUU, por mencionar las más recientes), todas implicaron guerras que consagraron las tendencias de fondo.
Añade que "no hay absolutamente ninguna manera de que la Flota del Pacífico de EEUU pueda ganar una guerra de disparos en el Mar del Sur de China".
Es posible que sea así, aunque el anti-imperialismo suele exagerar las capacidades de quienes se oponen a EEUU y desconsiderar las fortalezas que conserva y desarrolla aún la superpotencia.
Por el contrario, el especialista en seguridad mundial Michael T. Klare, considera que la principal limitación de EEUU es su frágil situación interna. Si la guerra fría en curso se deslizara hacia una guerra caliente, EEUU afrontaría la limitada capacidad de reclutamiento del Pentágono:
"A diferencia de la Guerra Fría original, los hombres jóvenes en este país ya no están obligados a servir en el ejército de los EE. UU", argumenta Klare.
En efecto, en las guerras de EEUU desde el 11S, se utilizaron incentivos económicos para alentar a los soldados profesionales y así "evitar la protesta pública por esas guerras", como sucedió en Vietnam, una guerra perdida en las ciudades y campus estadounidenses.
Una sociedad quebrada por el empobrecimiento de la clase media y el brutal enriquecimiento de los más ricos y la 'epidemia de opioides', que se traducen en la disminución de la esperanza de vida, un caso único entre los países desarrollados.
Un país que está "demasiado roto para combatir el coronavirus", como señala una columna de The New York Times, no puede encarar ninguna empresa seria. El casi amotinamiento que vivió la tripulación del portaaviones Theodore Roosevelt, en apoyo al comandante Brett Crozier, ante el brote de coronavirus en la tripulacion y desobedeciendo al alto mando, es una pequeña muestra de lo que puede suceder en una sociedad en pie de guerra contra el 1%.