"Por lo menos, me dan 6.000 euros", esgrime un vecino de Vallecas, barrio al sur de Madrid, ante la mirada de cuatro colegas. Se reúnen cerca de una tienda de compraventa de oro y plata. Entre sus manos, resbaladizo como una culebra, un collar de eslabones macizos. El valor que calcula es lo que se sacaría por el abalorio, si decidiera empeñarlo. "Hasta que no me vea mal, ni de coña", resuelve, en consonancia con lo que suele ocurrir: este metal se erige como un refugio en época de crisis. Su precio alcanza máximos inauditos y apenas nota las turbulencias de otros activos.
Lo que se sabe en estos días es que la onza alcanzó el 27 de julio los 1.940 dólares (unos 1.655 euros), una cifra mayor a los 1.921,17 que se marcó en septiembre de 2011 y la máxima registrada. En ambas ocasiones, un denominador común: la crisis y la incertidumbre del mercado. En una época en que el trabajo y las recaudaciones de cada país se desploman, crecen las tensiones entre potencias como Estados Unidos y China o se fuerza una recuperación por culpa de la pandemia, este metal es un seguro estable para inversores y particulares.
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— Gualestrit (@gualestrit) July 27, 2020
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"Sube porque hay crisis", apoya Abraham, metido desde hace pocos años en el negocio del oro, "es siempre un material seguro: la bolsa puede subir o bajar, los bancos fijan unas condiciones, pero esto no se resiente". Según comenta, en España la "cultura" de este elemento ha desaparecido, pero en otros lugares del mundo sigue siendo fuerte: "Es algo que tiene dos niveles. Los mayores son los clientes más fijos, los que aún mantienen esa tradición de que el oro se guardaba porque era parte de los ahorros. Los jóvenes están perdiendo eso y solo venden algunas joyas de sus abuelos. Y entre medias ya no hay nada", explica este chico de 31 años que tiene su propio local.
En lugares como Madrid, por ejemplo, las tiendas de este tipo solían concentrarse en el centro. En la Puerta del Sol, los llamados hombre-anuncio, con un cartel de Compro Oro colgado, fueron un elemento más del paisaje urbano. Ahora, cada vez más tiendas afloran en callejuelas periféricas. Tener una en alguna arteria de un barrio ya no es tan raro, y no se ve como un oficio gremial propio del casco histórico, como cuando este se dividía según las profesiones. También es más normal que se tire de estos establecimientos para empeñar las alhajas de otros tiempos, algunas más refinadas que las actuales.
José María Martínez Gallego, director de la web Oroinformacion.com, defiende esa capacidad del metal para consagrarse como un colchón en tiempos de incertidumbre.
"Siempre ha sido un refugio. Y solo hay que ver cómo las excavaciones hay lingotes o monedas que siguen siendo valiosas", analiza. "El oro siempre tiene valor, hasta en el fondo del mar", prosigue, "y ahora hay una pandemia global que se está llevando mercados y divisas". Lo recomendable, según el experto, es buscar lingotes o papel de oro. "Lo que lleva un español no suele ser oro puro. Es de 18 quilates, y entonces se negocia para bajarle el precio, porque esa chatarra de oro (como se conoce) se vuelve a fundir", apunta.
Martínez analiza cómo cualquier pieza con oro, "igual que un coche", pierde valor en cuanto sale de las manos de un artesano, que le añade su labor manual. Y, por eso, comenta que la mejor inversión es en lingotes o las monedas de inversión, que en la jerga se apodan bullions: "Ahora está claro: la intensificación de la disputa entre Estados Unidos y China y un dólar más débil hacen que repunte este metal. Como reacción a la crisis, los inversores buscan en el oro el valor refugio por excelencia, el bálsamo de fierabrás para todos los males. De ahí su alta demanda y su aumento de precio en los mercados mundiales de metales preciosos, con un récord histórico", insiste.
"Hay ferias en las que la gente va con sus onzas o sus bullions en la mano. Eso demuestra que aunque no parezca algo usual, tiene mucho tirón en ciertas esferas", sentencia Martínez. Más, en épocas de tribulaciones económicas y sociales: las diferentes fiebres del oro han coincidido con las épocas duras, en las que el desempleo campa a sus anchas (en España ya sobrepasa el 15,3%, según la Encuesta de Población Activa publicada el 28 de julio) y el futuro se vislumbra oscuro. Será entonces, quizás, cuando el varón que muestra su cadena en Vallecas suelte el broche y la empeñe. Como hacen a cuentagotas otros particulares, con la esperanza de obtener unos billetes que sustituyan el sueldo perdido.