Javier Botet lleva 15 años dedicándose al cine. En su filmografía se puede ver un puñado de títulos con su nombre detrás de la cámara y una lista más larga frente a ella, pero generalmente detrás de varias capas de maquillaje.
Botet prefiere centrarse en su profesión y no en sus dolencias. Salió de Ciudad Real a los cinco años y pasó por Cuenca y Granada, donde se licenció en Bellas Artes. El gusanillo del cine ya le reptaba por el estómago. "Hacía dibujos, ideaba historias", comenta. Su destino definitivo fue Madrid. En la urbe española probó suerte como técnico de efectos especiales y se introdujo en el círculo del diseño gráfico, los cómics y el cine.
Ahora, no obstante, tenía ganas de quedarse por España y de probar con otra de sus pasiones: la comedia. "Adoro que se valore mi trabajo y me encanta todo lo que he recibido del terror, pero es refrescante variar", afirma quien acumula más de un millón de visitas solo por un corte con las pruebas de movimiento del trabajo en Mamá. Las diferencias en cuanto a las condiciones son abismales, expresa, pero también se ha dado cuenta de las ventajas de vivir en España.
"En Hollywood tratan el cine como una industria sólida, que da trabajo para muchas familias, no como un entretenimiento", arenga el actor, "se le tiene mucho cariño; hay un cariño y un respeto que se nota. Aquí se hacen muchas horas por poco dinero".
Incide Botet en que ni con esas ventajas quiere dejar sus papeles en el territorio nacional. "Sí que he pensado alguna vez en establecerme allí, pero después de un rodaje largo en Los Ángeles lo vi de otra forma", comenta.
"El 3D es bueno para algunas cosas, pero no para el tejido vivo, que sientes la interacción. Y, en cualquier caso, yo seguiré contando historias como sea", agrega.
No va a acabar con él ni lo virtual ni las plataformas como la que está financiando su último papel.
"Hay hueco para todo. Yo, por ejemplo, he echado mucho de menos ir al cine. Era una necesidad. Y si esto afloja, se abrirán más salas y se podrá ir", cavila, aunque sostiene que "el futuro pinta raro". De momento, él tiene algunos proyectos en el cajón, pendientes de estrenar, y cada día se somete a unos controles inauditos para la jornada laboral. Esa del oficio con el que soñaba desde pequeño y que ha cumplido, aunque no siempre se le reconozca.