"Estamos en Tarma (pequeño pueblo andino en el departamento de Junín). Acá nos agarró el virus y no hemos podido regresar a Lima. Estuvimos esperando que el Gobierno diga que ya podemos funcionar, pero nada. La carpa la hemos guardado porque se malogra con el clima", dice Álvarez a Sputnik.
Risa de barrio
Con un poco de asombro, el dueño pregunta tres veces qué medio es el que lo está llamando para saber de su circo, y esa curiosidad es fácil de entender: el Tony Perejil tomó fama cuando se volvió una suerte de cantera para artistas cómicos que luego brillaron en la televisión; sin embargo, ahora ese es un recuerdo que viene con dificultad a la memoria de una generación que supo de sus mejores tiempos, pero que, cumpliendo una ley de vida, está desapareciendo.
"Yo imaginé un incendio, un terremoto, pero nunca esto", dice Álvarez por la tragedia imprevista de la pandemia que ha puesto en jaque el negocio que lleva 56 años y que heredó de su padre cuando este falleció en 1987.
Ahora está pasándola mal, cuenta, junto con su hermano, también payaso como él, y otro hombre dedicado a los números con animales: un chivo, dos perros y un carnero. "La gente del pueblo (Tarma) nos regala alguna comida de vez en cuando y luego nos estamos apoyando con los ahorros, pero se están acabando", dice.
¿Y solo tres son los integrantes del elenco?, preguntamos. "No, había otros tres más, pero se fueron a Lima luego de que tuvimos que cerrar por el virus, pues". Álvarez habla de una mujer de más de 50 años que hacía contorsiones, de otra que equilibraba objetos con su nariz, conocida como La Mujer Foca, y un payaso más.
Temporada baja
En una buena función, el Tony Perejil lograba sacar de 350 a 400 soles (100 a 114 dólares) con entradas a 3,5 soles (1 dólar) para niños y 5 soles (1,42 dólares) para adultos. Ahora la boletería, una cabina de madera vieja que Álvarez controlaba, está guardada en un terreno cercado, junto con los demás cacharros rudimentarios y los animales, ignorantes de lo que sucede en las cabezas atribuladas de sus compañeros pues, más allá del circo, no saben ni desean dedicarse a otra cosa.
Con algunos recortes de periódico que dice conservar de aquellos años en los que el Tony Perejil era el circo de las familias peruanas, Álvarez espera que un extraño cambio de suerte vuelva a alzar su carpa y encender los focos de su espectáculo itinerante. "Vamos a ver hasta dónde resistimos", dice calculando que quizá la difícil realidad de un Perú enfermo no dé más para la risa y el Perejil tenga que ver el final de su función de tantos años.