"Hace ya un mes que no trabajo como payaso, tuve que montar la motocicleta y me defiendo como repartidor, llevando mercancías y comidas a las viviendas", cuenta Israel Muñoz a Sputnik, quien prefiere ser presentado por su nombre artístico, Babú.
Ahora, por primera vez en un siglo, lo que no pudieron ni las guerras civiles, ni otros desastres de la naturaleza, las carpas circenses han sido paralizadas por el nuevo coronavirus (causante de la enfermedad COVID-19) que ha inoculado de tristeza hasta a sus payasos.
"Ahora está 'cañón' [difícil], apenas me defiendo económicamente llevando los pedidos, y aunque ando con tapabocas y manga larga, trato de provocar alguna risa a los clientes, es algo que no lo puedo evitar, les digo algo chistoso trato de darles ánimo en las entregas", relata Israel, vía telefónica desde el puerto de Playa de Carmen, en Yucatán, en el Caribe.
Lo que extraña el comediante no son los 100 o 200 dólares que puede ganar en una hora de trabajo, sino la cercanía y el contacto con el público.
"Yo siento que algunos hasta podríamos trabajar gratis, con tal de presentarnos, pero con las medidas sanitarias hay que tomar distancia, pues ni modo, espero que se normalice todo", expresa mientras toma aire, evocando los buenos tiempos.
Un triste payaso
Israel tiene 36 años y hace más de 15 tomó la decisión de trabajar como payaso, aunque no proviene de una familia circense ni relacionada con el arte.
Israel también ha logrado trabar amistad con grandes payasos contemporáneos como el brasileño Claudio Carneiro, una de las figuras del internacional Cirque Du Solei, quien es protagonista del espectáculo Varekai.
"Tuve la oportunidad de conocerlo e incluso de estar en dos ocasiones en su casa, es un gran payaso y un gran ser humano", cuenta entusiasmado.
Una famosa canción popular mexicana resume su sentimiento en estos días: "¿Conoces la canción de Javier Solís, aquella del Triste Payaso? Claro —se responde a sí mismo con prisa—, ahora estamos todos como un poco así ¿no?".
El circo que no volverá
Para el payaso Babú esta crisis provocada por la pandemia no es sino otro desafío que se le presenta al mundo del circo.
Aunque las medidas sanitarias y las que obligan a no congregar multitudes harán que sea cada vez más difícil volver a hacer reír a la gente, cree que el circo, como institución, sí podrá superarlo.
"Cada vez nos hemos visto obligados a innovar y eso está en el alma del circo, fíjate que raíz de la prohibición de utilizar animales en los espectáculos pensamos que mucha gente se iba a alejar, y es cierto afectaron a algunos, pero el público volvió", relata entusiasmado.
El público volvió para seguir disfrutando a sus malabaristas, trapecistas y comediantes, reinventados.
"Ahora el circo está no solo en las grandes carpas, también en los teatros y otros escenarios, puede que las formas se hayan adaptado, pero su espíritu es el mismo de siempre", argumenta el estudioso de su arte.
"Esta cañón, no se ve nadie", exclama antes de colgar, para continuar con su nueva "chamba" [trabajo momentáneo] de repartidor de mercancías.
En el aire queda la canción ranchera del Triste Payaso de Solís que luce "su careta de alegría", pero tiene "por dentro el alma rota".