Con paso apretado atraviesan la avenida principal del cementerio de San Fernando en Sevilla. A primera hora, el primer grupo de familiares y visitantes se sorprende de lo grande que es el recinto, nadie espera descubrir una excavación de las dimensiones que hay al fondo a la izquierda del cementerio: la fosa común de Pico Reja es una de las más extensas e importantes en suelo urbano del mundo.
Tras los meses de confinamiento, el pasado 26 de junio se permitía por primera vez el acceso de familiares, curiosos y visitantes a los trabajos de en Pico Reja para informar sobre los procesos que se llevan a cabo.
Con dos catas —fosas— abiertas, se está analizando dos puntos de Pico Reja, que según los cálculos de los técnicos a cargo de los trabajos de exhumación y análisis de los restos, se extiende hasta prácticamente conectar con otra fosa aledaña, la de Monumento, que también contiene restos de los represaliados durante el golpe de estado que desembocó en la Guerra Civil de 1936. Según el historiador José Díaz Arriaza, encargado del estudio previo de la Oficina de la Memoria Histórica de Sevilla, al menos 1.103 personas represaliadas yacen en Pico Reja, unas 2.613 en Monumento.
En total, más de 4.500 fusilados entre 1936 y 1958 estarían enterrados en el cementerio sin lápida o identificación, según revelan los expedientes apilados en el Archivo Municipal. Este operativo, impulsado por el Ayuntamiento de Sevilla en cumplimiento de la Ley de Memoria Histórica de 2007, pretende identificar a los fusilados y sacar de debajo de la alfombra los secretos de la represión franquista.
Para muchas personas, este proceso ofrece respuestas tras décadas de preguntas y anhelos ninguneados.
"Sé que está enterrado aquí, en Pico Reja, ya me hice las pruebas de ADN, ahora solo me queda esperar a que den con sus restos", nos explica Ángel Rodríguez Franco, que con 87 años, es uno de los pocos descendientes directos de represaliados que quedan vivos. "Me acuerdo de mi madre, que se pasó años buscando y rezando para que mi padre volviera. Será un alivio si lo encuentran, meteré sus restos en la tumba de mi madre para que puedan volver a estar juntos".
Ángel solo tenía 6 años cuando unos falangistas se llevaron a su padre. El padre, Eugenio Rodríguez, era trabajador de las alfarerías en el barrio de Triana. Según el parte de defunción que el hijo halló años después, fue ajusticiado por afiliación sindical. A expensas de su madre, "que nunca me contó nada ni quiso que se hablara en casa del tema", Ángel había buscado respuestas a la desaparición de su padre, "durante mucho tiempo no hemos podido decir nada, yo tenía solo 14 años cuando un cura me denunció a la Guardia Civil por comunista, simplemente porque no iba a catequesis, yo no creía en los mandamientos porque ya habían incumplido el 5º, el de no matarás, con mi padre".
Junto a Ángel un matrimonio más joven habla con la coordinadora de la excavación.
"Es indignante que ni siquiera sepamos los nombres de los que murieron ese día, deberían ser considerados héroes y no sabemos nada de ellos", dice ella. La que expresa este anhelo es Beatriz Alonso López, nieta de uno de los más célebres nombres sepultados en la fosa: Ignacio Alonso Alonso lideraba la guardia de asalto que trató de frenar el levantamiento militar el mismo 18 de julio de 1936, cuando las tropas franquistas tomaron Sevilla. Ignacio Alonso, según las investigaciones de su nieta, murió en la defensa del edificio de Telefónica, en las inmediaciones del Ayuntamiento. Beatriz se topó "por pura casualidad, con una novela del cronista Nicolás Salas que mencionaba el nombre de mi abuelo y el capítulo de su muerte", pero lo que esa novela aparentemente histórica documentaba, no concordaba para Beatriz, así fue como hace 10 años, empezó a remover archivos y a llamar a puertas.
Otra historia silenciada es la de Antonio León. "Mi madre siempre comentó que el hermano de mi abuelo fue asesinado por temas políticos, en el pueblo —Aznalcázar— se le acusó de quemar la iglesia, no podemos saber si fue o no culpable, solo sabemos que se lo llevaron y nunca más volvimos a verlo". En su caso, ni siquiera saben la fecha de su posible muerte. Antonio decidió visitar la Oficina de la Memoria Histórica y para su sorpresa, halló el nombre de su tío-abuelo en los expedientes de represaliados y enterrados en Pico Reja.
"Cuando lo encontré mi madre ya había fallecido, pero aún así, sentí que había cumplido con mi deber. Fue una sensación agridulce, a pesar de lo trágico, conseguíamos al fin la reparación de nuestros antepasados".
Historias como la de Beatriz Alonso y Antonio León son ejemplo de cómo las generaciones pasan su duelo de diferente manera. En casa de sus padres siempre se prohibió hablar del tema, secretismo y tabús. Pero una generación después, criados en democracia, Beatriz y Antonio quieren romper con ese silencio impuesto, liberados al fin del miedo.
📎📷 ¿Qué rol han tenido las exhumaciones en la construcción de memoria, verdad y justicia en España? #1Juniohttps://t.co/xA0j7CqnY3
— Sputnik Mundo (@SputnikMundo) June 1, 2019
"Es el dolor compartido, las víctimas de una guerra civil, posguerra o violación de los derechos humanos no son solo las víctimas directas y sus familiares, sino el conjunto de toda la sociedad", explica Silvia María Álvarez Merino, sicóloga que lleva años analizando el trauma social que implica la desmemoria histórica de España, "toda la sociedad es víctima de estas ocultaciones y miedos".
Una de las cosas que más llama la atención, en la reapertura de Pico Reja a los familiares, es la emoción de los visitantes ante la fosa. "Es normal, el ejemplo lo tenemos muy reciente, con todos los familiares que no han podido despedirse de los suyos por el coronavirus", explica Álvarez Merino. Las visitas de familiares confirman que, a pesar de que hayan pasado 80 años, los sentimientos siguen intactos, "al no haber despedida, no se ha cerrado el duelo, no ha habido aceptación y adaptación de la realidad, de la pérdida. Es por eso que los sentimientos siguen estando a flor de piel".
Todos los familiares con los que hemos conversado tienen algo en común: al buscar los restos de los suyos, no solo quieren recuperar y dignificar la memoria de sus familiares, enterrados entre miles de cuerpos anónimos, sino que, además, tratan de vencer el miedo y la vergüenza de sus padres. Antonio León, con la esperanza de hallar a su tío-abuelo, nos cuenta que su intención es llevar los restos recuperados al panteón familiar:
"Cuando eso pase, no será un día alegre, porque se tratará de un funeral, pero para mí, significará todo lo contrario a un entierro".
Desenterrar a los muertos, al fin y al cabo, puede suponer el nacimiento de una paz y reconciliación con el pasado que más de 80 años después de la guerra, miles de españoles desconocen.