"Nada, nada, nada. No hay nada". Repite esta letanía Carles Castillo, actor valenciano de 61 años. Al frente de la compañía Imprebís desde hace décadas —junto a Carles Montoliú— y habitual en la cartelera de teatros en distintas ciudades españolas, Castillo lamenta la situación actual del gremio. Tanto en las tablas como en las salas de cine. "¿Si un avión o un tren pueden ir llenos, por qué nosotros no?", se queja. Como él, algunas voces de la cultura llevan reclamando una mayor atención del Gobierno tras la pandemia de coronavirus.
"Explíquenmelo en otro idioma, porque en español últimamente no lo entiendo: ¿cómo puede venir un avión lleno, cuando a veces el viaje tarda más que una obra de teatro, y dejar cerrados los teatros? En un teatro cabe más de un avión repartiéndolo por plateas, palcos, etcétera. La cultura no es un lujo, es un derecho. Pido que se cambie de actitud, que habléis con profesionales, que esto se arregla entre todos", declara Castillo en un vídeo subido a Youtube, antes de alegrarse por la apertura de algunos locales, aunque sean públicos. "En esos no importa tanto si va más gente o no, porque terminamos pagando los mismos. Pero hay que pensar en las salas pequeñas, que solo pueden alojar 60 personas, ¿qué van a hacer?", cuestiona el actor, que justo acaba de ser contratado para estrenar Giramundo, un texto escrito durante la epidemia.
Precisamente, Ulloa declinó participar hace unas semanas en lo que llamaron Apagón Cultural, una protesta virtual de los creadores. Pretendía llamar la atención de las autoridades y ser considerados dentro de la crisis sanitaria y económica sufrida a raíz de la pandemia del coronavirus. Según los últimos datos del Ministerio, el sector sumaba 690.000 empleos y suponía un 3,2% del PIB (Producto Interior Bruto) del país en 2018. Además, como defienden desde el gremio, ha sido uno de los pilares del confinamiento: no han sustituido a la levadura para el pan casero, pero sí que han alimentado las horas a través de las pantallas.
Consciente de que vivimos rodeados de expertos en la materia por todas partes, ¿alguien con criterios sanitarios/epidemiológicos puede explicar la convivencia de estas dos imágenes? pic.twitter.com/haL1i0RL7L
— 𝐓𝐫𝐢𝐬𝐭á𝐧 𝐔𝐥𝐥𝐨𝐚 🏳️🌈 (@TrisUlloa) June 29, 2020
"Debería tener un papel prioritario porque es una necesidad básica, ha hecho que mantuviéramos la cordura", advierte Joe O’Curneen, fundador de la compañía Yllana y director del teatro Alfil, en Madrid. Esta sala, de 200 localidades, va a permanecer cerrada al menos hasta octubre. Sus 12 empleados, además, tuvieron que acogerse a un Expediente de Regulación Temporal de Empleo (ERTE).
"Uno de los mayores problemas es que no sabemos a lo que nos atenemos. Antes teníamos unos parámetros y, aunque el teatro nunca haya sido muy rentable, nos acogíamos a eso. Ahora iremos escalonadamente, abriendo dos días a la semana", sopesa quien aglutinaba espectáculos matinales, obras de madrugadas y ciclos de flamenco.
O’Curneen no quiere azuzar la polémica comparándose con otros sectores. Ve cierta "incoherencia" en algunas decisiones, pero piensa que quizás se deba a que el transportes es de primera necesidad. "Lo que está claro es que hay muchas variables que no controlamos y están en juego muchos negocios", defiende. Pol Gil Marimon, responsable de la Mostra de Igualada, en Cataluña, coincide con él. Las iniciativas privadas están en la cuerda floja. "Y las compañías también se llevan un golpe muy fuerte", cuenta quien tuvo que cancelar el festival en marzo y no ve salida hasta septiembre.
"Creo que la cultura siempre se va hacia un derrotero peligroso, pero al final retoma el camino y se salva", dice Gil, optimista.
Últimamente, de hecho, ha habido dos alegrías para el gremio. Por un lado, el Teatro Real de Madrid se inauguró en la era pos-COVID con La Traviata, obteniendo un gran éxito de críticas y un aplauso por su adaptación a las restricciones. Y en el Liceu barcelonés, igual: el artista Eugenio Ampudia llenó las butacas de plantas para representar el Concierto del bioceno, recibiendo halagos y foco mediático. Además, la Red Española de Teatros, Auditorios, Circuitos y Festivales de Titularidad Pública (Redescena) presentó un documento con "52 medidas extraordinarias para afrontar las consecuencias de la crisis sanitarias".
Àngels Queralt, distribuidora de 49 años y responsable de Dos Orillas Cultura, narra vehementemente que justo se ha subido a un tren y no podía ni moverse. "La gente sin mascarillas, todos juntos…", protesta. Vive en Perpiñán (Francia), donde su marido regenta un teatro, y viaja a menudo a Barcelona.
"No sé qué decir porque no soy científica, pero no comprendo por qué unos sitios sí y otros no. Creo que hay que cumplir con nuestras responsabilidades y que abrir con cuidado, porque lo de la pandemia no se recupera, pero podemos ganar algo de aire abordando el corto plazo de forma razonable. Si no, se nos aniquila el futuro", indica.
Futuro, en cualquier caso, incierto. "El teatro siempre ha sido y será una ruina. Con esto, se convierte en una ruina al cuadrado", apostilla al respecto Marta Arán, actriz y directora. Ella empezaba recientemente a "pensar en vivir de él". Finalista a Mejor Autoría Revelación en los premios Max por Els dies mentits (Todos los días en que mentí, en castellano) tiene "poca esperanza": "Hay mucha inquietud. Perder estos meses supone mucho en las programaciones y en las compañías. Y no acabo de entender las diferencias de trato. Supongo que será porque no somos rentables".
Concretamente, esta agrupación solicita que se adapten los ERTE por fuerza mayor a la limitación de la actividad y pide un fondo "específico y finalista" que ajuste el coste de mantener los cines cerrados. También han hablado de precios de alquiler proporcionales al aforo disponible, ayudas directas de compensación a los costes del protocolo de reapertura, fondos autonómicos "de rescate" y medidas en el ámbito local que contemplen la bonificación y exención del pago de impuestos como el IBI y el IAE (de bienes inmuebles y hacienda).
Ver esta publicación en Instagram
Un grito de auxilio que tiene su contrapunto en Miguel Ángel Pérez. Este productor decidió abrir un cine antes de la pandemia. Su apuesta ya era una locura entonces, con el cierre progresivo de estos espacios. Estos meses, el coronavirus ha estado a punto de sepultar lo que considera "un sueño desde pequeño". Finalmente, este 3 de julio abre las puertas con tres películas. Entre ellas, Cinema Paradiso, su emblema. "Estoy muy contento. No me quejo de nada. Hay que adaptarse a la situación y dar seguridad al público. Eso es lo importante", zanja.