La Real Academia de la Lengua pinta el turismo como "actividad o hecho de viajar por placer". Detrás de esta escueta definición, sin embargo, hay unos cuantos factores que influyen en la política, el medio ambiente o la simple fisionomía de un territorio. Con el coronavirus, este acto de moverse alegremente de un lado a otro ha quedado en suspenso.
Tal es su peso que, según avanzaba el año y se aproximaba el verano austral, recién inaugurado, los gobernantes debieron elegir entre endurecer las medidas para controlar el virus o aflojar la soga y permitir el asueto. Hace unos días, Pedro Sánchez, el presidente de España, presentaba un plan "para relanzar al turismo".
"Es el momento de dar un paso más, de volver a impulsar el sector", añadía el presidente, otorgando 4.250 millones de euros del presupuesto estatal. La partida económica se distribuía en cinco ramas: medidas higiénico-sanitarias que ofrezcan confianza al viajero, campañas de promoción de España como destino seguro (márquetin y promoción), medidas de apoyo empresarial, iniciativas de mejora de la competitividad del sector y la creación de un observatorio de inteligencia turística.
Pero no solo es un asunto de España. El turismo se ha erigido en los últimos años como una pieza clave de la rueda económica mundial. El Consejo Mundial de Viajes y Turismo habla de "situación devastadora" por los 200 millones de puestos de trabajo en riesgo. Y el secretario general de Naciones Unidas, Antonio Guterres, ha recalcado recientemente el papel excepcional del turismo, incluso en la consecución de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible.
"El turismo puede servir de puntal para superar la pandemia. Al reunir a las personas, el turismo puede promover la solidaridad y la confianza, ingredientes cruciales para impulsar la cooperación global que tan urgentemente se necesita ahora", espetó.
Caprichoso e imprevisible, el turismo no deja de estar en el centro del tablero. A pesar de que solo una pequeña parte de la población pueda disfrutarlo, 1.400 millones de personas se desplazaron en 2018 por el mundo, según la Organización Mundial del Turismo de las Naciones Unidas. El crecimiento sostenido año tras año, que se ha acelerado en las últimas décadas, se ha asomado de repente a un precipicio.
Con el progreso económico, ese traslado se convirtió en algo fijo. Proliferaron los apartamentos y las segundas residencias en familias medianamente acomodadas. Hasta que, a principios del siglo, coincidiendo con la burbuja inmobiliaria y la liberalización consumada del espacio aéreo, se tantearon destinos internacionales. De repente, no era tan raro volar a la Riviera Maya mexicana, a las playas de República Dominicana o a aventuras por la jungla del sudeste asiático.
"Hay dos factores para esto: el COVID-19 y la preocupación ambiental. Desde antes de la pandemia ya se notaba un nuevo modelo de consumo", analiza. Según el consultor turístico, se apuntará a formas "más saludables y responsables". Sigue Capellà, consultor de 65 años: "Esta pandemia nos hará replantearnos qué queremos y cómo gastamos nuestro ocio. El reto no va a ser estar en el mayor número de sitios posible, sino sumergirnos en uno. Vamos a conocer territorios en vez de coleccionar países".
▶️ @mincoturgob lanza una campaña para incentivar el turismo nacional mostrando los atractivos turísticos de nuestro país.
— La Moncloa (@desdelamoncloa) June 18, 2020
🌅 Este verano descubre que "Lo increíble está más cerca de lo que crees". #DescubreLoIncreíble pic.twitter.com/uz5injPn9K
La planificación turística tenderá al valor añadido. ¿Qué quiere decir esto? Pues que querremos visitar lugares que tengan un significado, no colmenas vacías que solo pliegan sus toldos dos meses al año. "Crearemos mejores lugares para vivir, porque serán los mejores lugares para ser visitados", sintetiza Capellà. La fatiga de moverse entre postales de cartón piedra y aguantar colas rodeados de foráneos muestra síntomas de agotamiento.
Un respiro para el aire y para el medio ambiente. Según AENA, el gestor de los aeropuertos españoles, España recibió el día 22 de junio unos 100 vuelos procedentes de la Unión Europea y el espacio Schengen. Hace un año, la cifra era de unos 3.500. Por eso, la asociación Ecologistas en Acción ha aprovechado para recordar que miremos al avión como "el medio de transporte más perjudicial".
Los canales de Venecia están más limpios debido a las restricciones que establecieron las autoridades italianas para evitar la propagación del brote de covid-19 pic.twitter.com/S3fXJCSeQG
— RT en Español (@ActualidadRT) March 17, 2020
Hay que apostar por otras formas de movilidad y turismo "sostenibles desde los puntos de vista ambiental, social y sanitario", según la campaña Quédate en casa, iniciada por la asociación. "Un modelo turístico de masas es un elemento de riesgo para el coronavirus", alegan. Entre 2009 y 2013, informaron desde Ecologistas en Acción, la huella de carbono del sector turístico creció de 3,9 a 4,5 gigatoneladas de dióxido de carbono. Esto supone el 8% de las emisiones de gases de efecto invernadero a nivel mundial.
Pablo Muñoz, director de la campaña, indicaba en un comunicado que "para construir una 'nueva normalidad' más justa y que cuide más de las personas y del planeta, hay que cambiar nuestra manera de hacer las cosas".
Reclamos que muchos colectivos han sostenido desde hace tiempo. En Mallorca, la plataforma Tierraferida ha alertado del riesgo de colapso si seguían llenándose las islas. En los últimos 60 años, sobre todo gracias al turismo, se ha urbanizado una hectárea al día. Es una cifra extraordinaria", expone Jaume Adrover, el portavoz. Siguiendo este ritmo, harían falta 14 mallorcas para proveer de recursos naturales —agua o espacio, por ejemplo— a tanto huésped pasajero.
Ante la llegada del periodo vacacional y el fin del estado de alarma, lanzamos esta campaña para incentivar el turismo de proximidad y la utilización de medios de transporte sostenibles. Abrimos hilo. 👇🏾#VeranoSinAviones #QuédateEnTierra https://t.co/LGkLQMVwda
— Ecologistas en Acción (@ecologistas) June 18, 2020
Y un estudio del Instituto de Ciencia y Tecnología Ambientales de la Universidad Autónoma de Barcelona de 2018 contabilizó hasta 400.000 residuos diarios en sus playas por kilómetro cuadrado, con mayoría de plásticos o colillas de cigarrillos. Estampa que, comparada con esos canales cristalinos de Venecia o esa brisa melódica del Panteón romano, pocos quieren repetir. "Será todo mucho más slow", zanja Capellà, "incluso si se abren las fronteras o se produce una recuperación a partir de julio".