Mari Carmen Ortega tenía 26 años cuando el 8 de septiembre de 1976 las contracciones le avisaban que su primer hijo estaba a punto de nacer.
"Cuando llegó la tuvieron como cinco horas dilatando, le dieron opiáceos para que no sintiera dolor, nunca los sintió, y justo unos 10 o 15 minutos antes del parto le pusieron anestesia general, aunque el parto fue vaginal y no por cesárea. Cuando despertó le dijeron que el bebé había muerto y que era mejor que no lo viera. Al poco tiempo llegó mi padre, que también insistió en ver al bebé, pero le decían que no. Él insistió tanto que lo llevaron a unos sótanos de la maternidad y le enseñaron un bebé envuelto en una sábana. Mis padres estaban los dos llorando, hechos polvo y los del hospital les dijeron que no se preocuparan que ellos se encargarían de todo", relata Mónica Ardura Ortega, la segunda hija del matrimonio Ardura Ortega y hoy secretaria de S.O.S. Bebés Robados Madrid.
Al día siguiente, Mari Carmen y Marino se iban del hospital sin nada: sin su hijo, sin un certificado de defunción y sin mayores explicaciones. Rotos de dolor se acercaron al cementerio de la Almudena para intentar despedirse del bebé.
"Cuando aparecieron por el cementerio de La Almudena les dijeron que ¿qué hacían ahí? Que ahí no había nada que ver, que ahí los niños se enterraban en un foso y que solo iban a ver muertos, que no iban a ver nada y que se fueran de ahí. Mis padres, que eran primerizos, nunca sospecharon que les estaban engañando", explica Mónica Ardura.
El tráfico de niños
Lo que vivió la familia Ardura Ortega no fue un caso aislado. Desde 1940 hasta los años noventa en España operó una red criminal que involucraba a médicos, enfermeras, curas, monjas y funcionarios públicos que se dedicaba a robar y vender niños.
"Hay una primera etapa que es claramente política, que es cuando Franco gana la Guerra Civil y dicta un decreto fascista que establecía que los hijos de las mujeres comunistas y republicanas se les podían quitar porque querían hacer una especie de limpieza política y social. Pasó el tiempo, las mujeres encarceladas dejaron de estar embarazadas y lo que se hizo fue que crear una especie de mafia, hay que llamarla así, les quitaban los niños a sus madres, bien sea engañándolas o con coacciones, y los entregaban en adopción. Eso se hizo con la connivencia de la clase política de derecha y con la participación muy directa de la Iglesia católica. Era un negocio y, por supuesto, se cobraba por eso cantidades muy importantes", explica el abogado español Enrique Vila Torres.
En 1982, la periodista María Antonia Iglesias y el fotógrafo Germán Gallego, de la revista Interviú, desvelan el escándalo del tráfico de niños en España y señalan al ginecólogo Eduardo Vela, socio de altos jerarcas del franquismo, y a la monja Sor María Gómez, como responsables de esta trama en la clínica San Ramón de Madrid.
"El caso típico de niño robado es el de una mujer que va a dar a luz, casi siempre de clase media baja, soltera, otras veces no, porque también hubo mujeres casadas, clase media, o de mujeres que ya tenían hijos o con el caso de mellizos, que cuando llegaba al hospital, si caía en manos de una de estas mafias, le decían que el bebé había fallecido. Muchas veces, cuando los padres insistían mucho con ver el cuerpo del bebé, en algunas ocasiones, específicamente en la Clínica San Ramón, le mostraban un bebé que tenían congelado. Es muy duro decirlo, pero es así. Luego, al bebé recién nacido lo daban en adopción o lo presentaban como hijo falso a otra familia, y la mujer que había dado a luz se iba a casa pensando que su hijo había muerto", detalla Vila Torres.
La prueba de esta denuncia la consiguió el fotógrafo Germán Gallego que tras ingresar a la clínica San Ramón logró fotografiar al bebé que escondían congelado en un refrigerador y que luego enseñaban a los padres como supuesta evidencia de la muerte de sus hijos.
"En otras ocasiones a los padres les daban una caja precintada exigiendo que no la abriesen alegando cualquier excusa, como que había peligro de infección o que el niño estaba deforme y era mejor que no lo viesen, y cuando esas cajas ahora han sido exhumadas para comprobar qué había dentro, gran parte de ellas han aparecido vacías. No se enterraba nada. Hay un caso terrible en el que lo que apareció fue el resto de la pierna de un adulto que pusieron ahí para que pesase la caja. Son casos que dan terror de solo pensarlo, pero que han sido reales", denuncia Vila Torres.
Fuencisla y su bebé Aranzazú
Fuencisla Gómez fue una de las tantas víctimas del doctor Eduardo Vela, el único médico juzgado por esta trama, pero que murió en octubre de 2019 sin ser condenado.
"Fue un parto normal y la niña pasó toda la noche conmigo hasta las 4:00 pm del día siguiente cuando vino una enfermera a curarme. Ella me dijo 'parece que la niña tiene una flemita. La voy a bajar a la incubadora'. Como media hora o una hora después subió el doctor Vela con una enfermera y me dicen que la niña había muerto. Yo me quedé de piedra. El doctor Vela esperó a mi marido en el rellano del primer piso y le dijo: 'como ya sabían, la niña estaba mala, nació mal'. Mi marido le dice que no, que la niña estaba bien. Luego empezó a llorar y el doctor Vela le dijo que éramos jóvenes, que íbamos a tener más hijos. Mi marido pidió ver a la niña y el doctor Vela trató de convencerlo totalmente para que no la viera, y lo logró", explica Fuencisla Gómez.
Fuencisla y su esposo siempre quedaron con la inquietud de saber qué había pasado ese día. Treinta años después un reportaje de la Radio y Televisión Española titulado Vidas robadas, que hablaba sobre el robo de niños en España, les sacudió por completo.
"Quedé alucinada y llamé a mi marido para que viera. Vimos que los casos que contaba la gente eran iguales al mío. Me asusté muchísimo y nos pusimos a llorar. De inmediato nos pusimos a investigar, fuimos al registro en Madrid a pedir el legajo de aborto [certificado de defunción de la bebé] y nos atendió una funcionaria muy agradable que nos dijo: 'de este sanatorio se quemaron los archivos. No sé si podré localizarte algo, pero si lo logro te llamo'. A los 15 días vuelvo y me dice que el documento, por una parte, estaba bien, pero que investigara la parte de atrás porque estaba todo falsificado", manifiesta Fuencisla.
Entre las irregularidades que encontraron en esa autorización médica para el entierro estaba la firma falsificada de su cuñado, quien se había encargado de los trámites del entierro, y la fecha.
Ni Fuencisla y su esposo, ni la familia Ardura Ortega, ni miles más, podrán saber qué fue lo que enterraron en el cementerio de la Almudena porque los restos de esas tumbas fueron trasladados a una fosa común. Nunca les pidieron autorización, ni nunca les avisaron a dónde fueron a parar. Si ahí había alguna prueba de un presunto delito, ya no existe.
La Iglesia y sus secretos
El abogado Enrique Vila Torres tiene más de treinta años intentando esclarecer la trama de los bebés robados. En 2011 interpuso ante la Fiscalía General del Estado la primera denuncia colectiva por posible sustracción de 261 bebés robados.
"A partir de ahí se produjo una especie de efecto llamada y mucha gente que tenía sospechas, muchas madres y muchos hijos empezaron a denunciar. Eso provocó investigaciones masivas y fue cuando descubrimos que muchos féretros de esos supuestos niños muertos estaban vacíos, que los ADN no coincidían y que muchas inscripciones de niños eran falsas", detalla Vila Torres.
Enrique quiere llegar hasta el fondo de este caso porque también él es un hijo adoptado, posiblemente robado. Lo descubrió cuando tenía 23 años revisando unos papeles y luego su madre le confesó que lo había comprado por 1 millón de pesetas en 1965 en la Casa Cuna Santa Isabel de Valencia.
"Muchas de las madres pensarán que estamos muertos y si las encontramos se destaparía algo muy feo. En aquella época, cuando los padres querían conseguir a un niño preguntaban al cura del pueblo 'oye, ¿dónde puedo ir?' y el cura lo remitía a una casa cuna regentada por religiosas. Es un tema muy delicado. La clase política de la derecha española quiere ocultar todos los médicos y abogados que participaron en esta trama, pero también hay un tema evidente para mí y es la participación de la Iglesia católica española, que fue fundamental en todo esto. Todas las monjas que conseguían niños eran católicas. Esto es más grave de lo que parece porque gran parte del dinero que se pagó por nosotros los niños robados fue a la Iglesia católica española, entonces, lo que quieren ocultar ahora es la cantidad de millones de euros con los que se enriqueció la Iglesia católica vendiendo bebés durante más de 50 años", denuncia Vila Torres.
La caja de los truenos
Dácil Vera lleva unos tres años intentando saber quién es, de dónde viene, quién fue su madre y por qué se separaron. Dácil se enteró que era una hija adoptada, posiblemente robada, cuando estaba a punto de cumplir 40 años y de la manera menos imaginada posible.
—¿Cuántos partos ha tenido? Le preguntó el ginecólogo a la madre de Dácil en una consulta de rutina.
—Ninguno, respondió la señora.
Esa espontánea respuesta obligó a la madre de Dácil a confesar todo lo ocurrido.
"Cuando yo le pedí los papeles de adopción me dijo que no tenía, que no existían, que no había habido ninguna adopción. Yo pensaba que había nacido en Canarias y cuando me dijo que había nacido en Madrid recuerdo que busqué una foto de Eduardo Vela porque seguía la noticia, como medio país, de este señor que vendía bebés, y se la enseñé. Ella me dijo que sí, que había sido ese señor quien me vendió", cuenta Dácil, delegada en Canarias de S.O.S Bebés Robados Madrid.
"Yo tengo escritos de puño y letra de mi padre las cifras y fechas de los pagos que coinciden con las 180.000 pesetas que pagaron por mí y que coinciden en el tiempo de mi nacimiento. Un par de meses antes de yo nacer ya le había empezado a pagar", detalla Vera.
Dácil, como el resto de las víctimas del robo de bebés, lo único que quiere es saber la verdad, conocer a su madre, recuperar su identidad.
"A mí me gustaría encontrar a mi hermano y decirle la verdad, decirle que fue un hijo deseado, que nadie lo abandonó, que lo buscamos. Eso es lo único que queremos. No buscamos venganza ni cárcel ni dinero, solo queremos encontrarle y decirle la verdad", confiesa Mónica Ardura Ortega.
"Mientras mi marido y yo tengamos salud seguiremos luchando todo lo que podamos por encontrarla", confiesa Fuencisla.