La guerra no son solo disparos, granadas y enfrentamientos entre soldados, aviones y tanques. Los combatientes también deben alimentarse y, aunque esa parte no salga en las películas, la nutrición de los soldados puede ser un factor clave al momento de ganar una guerra. Durante la Segunda Guerra Mundial, una manera revolucionaria de nutrir a los soldados fue determinante y llegó a los campos de batalla desde muy lejos.
La historia comienza en 1865, cuando la Liebig Extract of Meat Company se instaló en la localidad uruguaya de Fray Bentos, 300 kilómetros al norte de Montevideo y con costas sobre el Río Uruguay. Si bien era una firma inglesa, debía su nombre al químico alemán Justus von Liebig, inventor del extracto de carne. Precisamente, el extracto de carne y el corned beef, nombre dado a la carne enlatada que hizo furor en las últimas décadas del siglo XIX, eran los productos estrella la planta instalada en el litoral de Uruguay.
La planta no solo realizaba esos dos productos. El historiador uruguayo René Boretto, que dedicó años a la reconstrucción de la historia de la fábrica, contó a Sputnik que pueden identificarse hasta 220 productos cárnicos diferentes que se producían en la planta Liebig.
De entre todos ellos, fue el corned beef el que logró consolidarse como producto insignia de la planta, dado que, apuntó Boretto, era fácil de stockear, transportar hacia Europa y permitía un consumo rápido, algo que ya comenzaban a exigir las sociedades europeas apuradas por la Revolución Industrial y el impacto de las guerras mundiales.
Al rescatar la historia de la fábrica, resulta ineludible mencionar la importancia que tuvo en la guerra la carne enlatada producida por el frigorífico Liebig, que en 1924 cambió su nombre a Anglo, ante la necesidad de presentarse ante el mundo con una denominación más británica y menos vinculada con Alemania.
El uso del corned beef para alimentar a los soldados comenzó en la Primera Guerra Mundial. Por aquellos tiempos, los británicos habían internalizado tanto el consumo de la carne producida en Uruguay, que la marca Fray Bentos que aparecía en las cajas se convirtió en un vocablo de uso común que acabó siendo sinónimo de carne de calidad.
Boretto recordó que hay registros de que, durante la Primera Guerra Mundial, los soldados británicos clamaban por carne fribentos cuando llegaba la hora del reparto de alimentos en las trincheras.
La Segunda Guerra Mundial volvió a llevar a los hombres a combate y puso nuevamente a las latas enviadas desde Uruguay en primera línea. Una curiosa anécdota recopilada por Boretto en sus años de trabajo otorga un inesperado protagonismo al corned beef fraybentino cuando aliados y alemanes peleaban en la frontera entre Francia y Bélgica.
De hecho, tal era la importancia de estas latas en el transcurso de la guerra que los nazis llegaron a idear planes para impedir el abastecimiento de las fuerzas aliadas. Boretto indicó que esa fue la razón de que algunos de los submarinos U 2 desplegados por los nazis se instalaran en la salida del Río de la Plata —cuya desembocadura con el Río Uruguay conectaba fácilmente el puerto del frigorífico Anglo con el Océano Atlántico— y sobre el final del trayecto que llevaba a los barcos con carne enlatada al puerto de Liverpool, en el Reino Unido. Así es que más de un buque que viajaba entre Fray Bentos y Liverpool acabó en el fondo del mar, con dotaciones de carne enlatada que nunca llegaron a destino.
El frigorífico Anglo no era el único productor de corned beef del momento, aunque la marca Fray Bentos sí logró posicionarse como una de las más importantes del mundo. Boretto recordó que existen registros de soldados soviéticos abriendo latas de corned beef Fray Bentos en 1945, aunque en ese caso se trataba de una partida elaborada en la ciudad de Colón, del lado argentino del litoral del Río Uruguay.
De la ruina a Patrimonio de la Humanidad
Lo que llegó a conocerse como "la cocina del mundo" tuvo el desenlace que tuvieron varias de las grandes fábricas durante la segunda mitad del siglo XX. El final de las grandes guerras, los adelantos tecnológicos y nuevas formas de alimentación hicieron que la demanda de carne cayera. El frigorífico dejó de funcionar en 1979, ocho años después de que fuera adquirido por el Gobierno uruguayo en un frustrado intento de relanzarlo.
Las colosales instalaciones del frigorífico quedaron vacías y en las décadas siguientes se convirtieron en el "depósito" de la ciudad de Fray Bentos, recordó el arquitecto Guillermo Levratto, gestor del sitio desde 2015. En aquellos años, el predio vacío del frigorífico pasó a albergar todo tipo de materiales en desuso. Algunos intentos erráticos de convertirlo en un parque industrial sobre fines de los ochenta tampoco supieron hacerlo despegar.
No se trataba de un predio menor: el frigorífico había dejado en el olvido 274 hectáreas con 30 edificios industriales. También quedó un barrio obrero —heredero de la costumbre de destinar una zona cercana para los trabajadores de las grandes fábricas— con 230 viviendas en las que aún hoy viven unas 900 personas.
A pesar del fracaso industrial, el predio comenzó a ser valorado de otras maneras. En 1987 fue declarado como patrimonio del departamento de Río Negro, del que Fray Bentos es capital. En 2008 el sitio pasaría a ser considerado patrimonio histórico nacional de Uruguay y en 2013 autoridades departamentales y nacionales iniciaron las gestiones para postular el lugar como patrimonio histórico de la humanidad ante la Unesco.
En la actualidad, el sitio recibe cerca de 16.000 turistas al año. Si bien la gran mayoría son uruguayos y argentinos, un 4% de los visitantes llegan desde fuera de la región, principalmente Europa, Estados Unidos y Canadá. Levratto apuntó que no se trata de los típicos turistas que visitan Uruguay para descansar o conocer sus playas sino que concurren al lugar con un particular afán de investigación y curiosidad por la historia.