Un 5 de mayo de 1945 los prisioneros del campo de concentración de Mauthausen (Austria), conocido como el campo de concentración de los españoles, recibían a las fuerzas aliadas con una inmensa pancarta que decía "los españoles antifascistas saludan a las fuerzas liberadoras". Ese día, después de sufrir tantas torturas y atrocidades, los sobrevivientes recuperaban la libertad.
Tras esta decisión, todos los 5 de mayo, España honrará "la memoria de estos españoles y reconoce que representan una parte fundamental de nuestra historia democrática por su ejemplo insuperable de sacrificio y lucha por la democracia y la libertad", tal como lo comunicó en su momento el ministerio de Justicia.
Sobre este reconocimiento, la lucha por la memoria histórica y el papel que jugó la Unión Soviética en la derrota del nazismo, Sputnik conversa con el historiador español, Antonio Sánchez Muñoz, profesor de la Universidad de Lisboa e investigador especializado en archivos alemanes.
—En 2019, después de 74 años, se reconoció a los españoles víctimas del nazismo. ¿Por qué tanto tiempo después?
—Durante el franquismo, evidentemente, no se honró oficialmente a los deportados a los campos de concentración. Hubiera sido un contrasentido, porque el propio régimen colaboró con el nazismo para que esos españoles acabasen en campos. Por lo tanto, durante los 40 años de dictadura, en España prácticamente no se habló de los deportados.
Desde hace 20 años existe pues este así llamado “movimiento de recuperación de la memoria histórica” que surge de la sociedad civil y empuja al poder político. Ninguno de los gobiernos, conservadores o socialistas, tuvieron nunca interés por el tema, pero la presión social les obligó a mover ficha, sobre todo en la época de Zapatero entre 2004 y 2011. Con el regreso de los socialistas al poder en 2018 de nuevo el movimiento memorialístico consigue algunas concesiones de los gobernantes, y así se llega a la decisión del gobierno de pedro Sánchez de declarar el 5 de mayo como día de homenaje a las víctimas españolas del nazismo.
—Se calcula que unos 10.000 españoles fueron deportados a campos de concentración. ¿Por qué enviaban españoles a campos de concentración si España no participó en la II Guerra Mundial?
—Los españoles que sufrieron los campos de concentración eran republicanos que habían perdido la Guerra Civil y que al final de la misma se exiliaron en Francia por temor a ser fusilados por Franco. Hay que recordar que los “nacionales” se rebelaron contra la República no apenas para acabar con la democracia sino también para erradicar la “antiespaña”, es decir a izquierdistas, nacionalistas, masones, etc. El objetivo era “limpiar” la patria de indeseables, de ahí las interminables matanzas de civiles y de soldados del Ejército Republicano.
Cuando Alemania ocupa Francia en la primavera de 1940, en el país quedaban 100.000 ex combatientes republicanos españoles. De ellos 10.000 acabaron en campos de concentración alemanes, es decir, el 10% del total. Es un porcentaje altísimo, incomparable con el caso de los franceses, belgas u holandeses. España no estaba en guerra, y sin embargo se deportó a los españoles de forma masiva ¿por qué? Evidentemente porque eran antifascistas.
Eran un peligro para Alemania porque era gente que tenía experiencia bélica, muchos de ellos socialistas, comunistas, anarquistas que estaban dispuestos a tomar otra vez las armas para luchar contra los nazis. Por eso los alemanes decidieron reprimirles, a unos deportándolos a campos de concentración en el Reich y a la gran masa de ellos enviándolos a campos de trabajo forzado, sobre todo en la costa atlántica de Francia.
—¿Cuál fue la situación que vivieron los españoles en esos campos de concentración?
—Los nazis tenían una denominación específica para los españoles que habían combatido en la Guerra Civil en el lado republicano. Era los Rotspanier, es decir, españoles rojos. Como los antifascistas alemanes, los Rostpanier eran considerados enemigos políticos del Reich. El jefe de las SS Reinhard Heydrich se refería a ellos en 1941 como “una peligrosa chusma comunista”.
—¿Cómo eran tratados los Rotspanier?
—Los españoles no fueron gaseados como los judíos, pero fueron sometidos a trabajos forzados como también lo hicieron con tantísimos millones de prisioneros de guerra soviéticos, eslavos, a quienes los nazis los consideraba como no humanos. Para los nazis, los españoles eran gente no aprovechable, gente que no tenía un lugar en la Europa que ellos querían construir y, por lo tanto, los sometían a trabajos forzados extremos para que muriesen.
—Usted sostiene que los españoles víctimas del nazismo son más de 10.000. ¿Por qué?
—Cuando hablamos de víctimas del nazismo casi siempre pensamos solo en los que fueron deportados a campos de concentración. Pero los nazis reprimían a los pueblos de Europa y a su propia población de diversas maneras.
De los algo más de 100.000 exiliados de la Guerra Civil, unos 10.000 hombres y unas 200 mujeres acabaron en campos de concentración. Otros 5.000 lucharon contra los alemanes como soldados de los ejércitos aliados. Su historia es también conocida. Pero ¿qué pasó con el resto? Pues la gran masa de exiliados fueron trabajadores forzados, tanto del III Reich como del régimen colaboracionista de Vichy. Ya en 1940, este régimen dirigido por el mariscal Pétain forzó a todos los hombres españoles entre 18 y 50 años sin empleo a servir a la economía francesa en los así llamados Grupos de Trabajadores Extranjeros (GTE). No cobraban salario, pero tampoco eran desde luego esclavos; si querían podían escapar, pero con la Alemania nazi a un lado y la España franquista al otro no llegarían lejos.
—¿Y estos trabajadores estaban bajo las órdenes de quién?
—Las obras del Muro Atlántico fueron dirigidas por Organización Todt, un organismo nazi creado en 1938 y que llevaba el nombre del ingeniero predilecto de Hitler, Fritz Todt. Este hombre fue el responsable en los años 30 de la construcción de autopistas en el Reich. Durante la guerra, la Todt se dedicó a poner en pie infraestructuras de todo tipo para asegurar el control de los territorios ocupados por la Wehrmacht.
—¿En qué condiciones trabajaron para la Todt?
—La Organización Todt, como era tan grande y diversa, tenía todo tipo de situaciones. Así mientras los franceses o los belgas se enrolaban de forma voluntaria, cobraban buenos salarios y tenían libertad de movimiento, los soviéticos, serbios, polacos o republicanos españoles eran deportados, vivían en campos vigilados y por lo general no tenían salario. Eran en fin, trabajadores forzados. Pero en Europa occidental, aún hoy en día, la mayoría de la gente cree que la Todt solo tenía trabajadores libres, que se habían enrolado de manera voluntaria. Pero no es así. Queda por tanto mucho trabajo de investigación y de difusión pública por hacer para que se conozca la historia de los cientos de miles de trabajadores forzados de la Organización Todt.
—Se celebran 75 años del fin de la II Guerra Mundial. ¿Qué papel jugó el Ejército Rojo, el pueblo soviético en la derrota del nazismo?
—Nadie pone en duda, y nadie puso en duda entonces, que el país que más se sacrificó para acabar con el nazismo fue la Unión Soviética. El Ejército Rojo perdió 25 millones de soldados durante la II Guerra Mundial. La cifra impone respeto. Sin embargo, durante la Guerra Fría no era apropiado en los países occidentales reconocer los méritos del ahora gran enemigo soviético en la salvación de Europa. Occidente creó su propio relato sobre la II Guerra Mundial, en el que los protagonistas eran por supuesto ellos mismos, y especialmente los americanos. A la construcción de ese relato contribuyeron los medios de comunicación de masas, sobre todo el cine. Todos conocemos películas de Hollywood sobre el desembarco de Normandía, el momento clave de la versión occidental sobre la liberación de Europa. Claro que el desembarco de Normandía fue relevante, pero la guerra por entonces ya estaba decidida del lado de los aliados, fundamentalmente gracias al Ejército Rojo. La apertura de un frente occidental en Europa aceleró por supuesto el fin de la guerra, pero sin desembarco de Normandía también Hitler se hubiera suicidado en su bunker, y quien sabe si hasta los soviéticos hubieran liberado París y la historia de Europa después de 1945 hubiera sido muy diferente.
—¿Cuál es el riesgo de que se imponga este relato?
—Como principio general, un relato falsificado de la historia no es sano para una sociedad. Ya sabemos que la historia es una cosa y otra distinta la manera en que se recuerda el pasado, esto es, la memoria histórica. Difieren, eso es natural y lógico. Pero cuanto más cercana sea la memoria histórica a la verdad histórica, menos espacio habrá para la manipulación.
—El año pasado, el Consejo Europeo aprobó una resolución en la cual ponen al mismo nivel los crímenes del nazismo con los del comunismo. ¿Qué se busca con esta resolución? ¿Hacia dónde puede llevar una resolución así?
—Eso es una memoria muy específica de Europa del Este, relacionada con su propia historia reciente y con el ascenso de movimientos ultranacionalistas en algunos países. Se puede entender que tras la dictadura comunistas Europa del Este tuviesen especial interés en remarcar que habían sido de alguna forma víctimas de la Unión Soviética. Pero lo que no pueden pretender es que su memoria nacional sea asumida como la memoria del conjunto de Europa.
—Europa está viendo un resurgimiento de partidos nacionalistas, extremistas. ¿Qué habría que hacer para que la historia no se repita?
—No es fácil erradicar el odio. Pero sí perseguir con la ley a los que lo siembran. A un partido que no respeta los valores humanos, que se basa en la mentira, y que desprecia la democracia, el Estado tiene la obligación de frenarlo.