"Está bravo", responde Marcos, al ser consultado sobre cómo la pandemia de COVID-19 ha cambiado la dinámica de los supermercados en Montevideo. Su expresión —uruguayísima— intenta resumir en solo dos palabras el estrés de los trabajadores por la posibilidad de enfermarse, las nuevas medidas que se cumplen en los locales y el nerviosismo creciente de los clientes.
Al igual que en casi todo el mundo, los supermercados y grandes almacenes son de los pocos sectores que no han dejado de funcionar desde el inicio de las restricciones a la circulación impuestas por el coronavirus que, en Uruguay, tuvo sus primeros casos el 13 de marzo. Los pasillos y góndolas se convirtieron así en una especie de trinchera en la que vecinos y trabajadores podían seguir viéndose las caras en plena crisis sanitaria.
En efecto, desde que la circulación del coronavirus en Uruguay se convirtió en una realidad, los supermercados han sido el teatro de operaciones de la pandemia. Las medidas comenzaron a mediados de marzo con las restricciones a las compras de algunos productos básicos que respondió a la explosión de la demanda de los días en que el confinamiento era todavía una novedad. Varios cajeros tuvieron entonces que detener a clientes que pasaban por caja con surtidos excedidos en papel higiénico, arroz, fideos, polenta y artículos de higiene.
El paso de los días fue diluyendo la avidez por llenar el carrito pero trajo otros desafíos: aún sin estar obligados por la normativa, las principales cadenas de supermercados introdujeron modificaciones en el funcionamiento para garantizar la "distancia social" cada vez más exigida por los usuarios. Algunas cadenas optaron por señalizar sus locales con cintas de colores adheridas al suelo para marcar la distancia adecuada de clientes en una fila o mientras esperan su turno en las secciones de carnes, quesos o fiambres.
En las cajas, las grandes cadenas instalaron unas pantallas de acrílico que impiden que el cliente quede cara a cara con la cajera (o el cajero) durante la transacción. "Está buenísimo, no sé por qué no existía desde antes", confiesa, bromeando, una trabajadora.
La forma de cumplir con el requisito de reducir la cantidad de clientes simultáneos varía según el local, incluso dentro de la misma cadena. Jorge, un guardia de seguridad de un local de Ta-Ta del barrio Cordón, entrega tarjetas numeradas a cada cliente que, al salir, debe devolvérsela. El sistema, rudimentario pero efectivo, garantiza que nunca haya más de 40 compradores al mismo tiempo.
En otros locales el control en la cantidad de clientes es más laxo o, como revela otro guardia de seguridad, "a ojo". La contracara es la acumulación, en ocasiones, de varias personas en la puerta de los supermercados, esperando turno para ingresar o aguardando la salida de un familiar.
Las mascarillas, la nueva vedette
Un acuerdo entre el Gobierno uruguayo y la Asociación de Supermercados del Uruguay —anunciado el 21 de abril por el secretario de Presidencia Álvaro Delgado —estipuló que el uso obligatorio de mascarillas (o "tapabocas", el término más frecuente en Uruguay) para clientes y trabajadores de todos los supermercados.
Unos días antes, los supermercados y el sindicato habían firmado un protocolo específico para la pandemia que obligaba a las compañías a entregar un tapabocas descartable cada 3 horas de trabajo o seis de tela cada tres meses.
La cadena que nuclea a las marcas Disco, Devoto y Géant llegó incluso a lanzar un spot publicitario con varios empleados destacando el uso de las mascarillas.
¿Miedo al coronavirus?
"Miedo no tengo", responde Marcos, interrogado sobre si teme contagiarse de COVID-19. Dice estar confiado por ser joven y no padecer otras enfermedades. Sin embargo, relativiza su tranquilidad con lo difícil que podría ser tener que "perder días de trabajo" en este momento y con la situación más compleja para compañeras embarazadas y empleados de mayor edad.
Si bien el miedo al coronavirus parece haber disminuido entre los trabajadores que ya llevan casi dos meses esquivándolo en las góndolas, ese temor sí pudo haber sido un problema en las primeras semanas. Según Riverón, luego del 13 de marzo se incrementó la cantidad de empleados que solicitaron certificaciones médicas.
Quizás por ese tipo de precauciones el primer caso de COVID-19 dentro de un supermercado uruguayo apareció recién el 23 de abril, cuando fue diagnosticada una funcionaria de una empresa tercerizada que realiza la limpieza en un local de la cadena Disco ubicado en Punta Carretas, un barrio acomodado en la costa sur de Montevideo.
La empresa aseguró, a través de un comunicado, que la trabajadora "no estuvo trabajando en ninguna de las áreas de atención al pública". De todos modos, el local fue cerrado inmediatamente para una "limpieza profunda y desinfección".
La empresa destacó que se actuó cumpliendo el protocolo que, algunos días antes, los supermercados habían acordado con los sindicatos del sector. El texto, firmado el 14 de abril, plantea una serie de pasos detectivescos a seguir en caso de que un trabajador tenga un test positivo para COVID-19.

Al confirmarse que el trabajador inicial tiene COVID-19, la empresa deberá poner en cuarentena a todos los empleados incluidos en la declaración del empleado.
Para Riverón, la aparición de casos dentro de los supermercados era inevitable debido a que "estamos hablando de 25.000 trabajadores que tienen un grado de exposición muy grande". Por eso, tanto el sindicato como las empresas reclamaron al Ministerio de Salud Pública uruguayo que los trabajadores del sector sean los segundo en prioridad a la hora de recibir test, ubicados solo después del personal de salud. De esa forma, dijo el dirigente, los trabajadores no deberán pasar más de 48 horas hasta saber si están infectados y "disminuye el pánico entre los propios trabajadores".