Un día de 1999 sus superiores le ordenaron algo que nunca antes le habían ordenado: poner en marcha una aeronave, ella sola. Ese día María Eugenia Etcheverry se subió al avión, lo llevó a la pista y pensó que no sabía qué tenía que hacer después. Tenía 22 años y los nervios puestos.
Había entrado a la Escuela Militar de Aeronáutica (EMA) de Uruguay dos años antes; todavía no se sentía preparada para despegar la máquina del suelo. Habló consigo misma, y entendió: tenía que hacer lo que ya había hecho antes, dar potencia y arrancar.
En 2002 Etcheverry y Carolina Arévalo realizaron su vuelo de bautismo el mismo día, algo inusual. La ocasión ameritaba la presencia de sus superiores, autoridades civiles y prensa, cuestión que tampoco sucedía con los vuelos de presentación de sus compañeros hombres. En ese momento, Etcheverry pensó que tanta ceremonia era una exageración; después se dio cuenta que no: ellas fueron las primeras en pilotar un avión de combate en cielo uruguayo.
Etcheverry emprendió vuelo desde la base aérea de Santa Bernardina, en el departamento de Durazno (centro de Uruguay), pilotando un Cessna A-37 Dragon Fly, un avión de ataque y caza ligero, que en su "nariz" lleva un minicañón calibre 7.62 que puede disparar hasta 1.500 proyectiles por minuto. Además, está capacitado para portar 1.800 kilos de bombas o cohetes.
"¡No me olvido más!" —dijo Etcheverry a Sputnik—. "Me acuerdo que entré mal en la pista para aterrizar. Por frecuencia, mi jefe de operaciones de entonces me dijo: 'arremeta', y ahí arremetí, tuve que dar potencia y hacer otro tránsito. Cuando bajé y llegué a la planchada era todo un show: aplausos, mucha gente, cámaras", describió.
Mientras tanto, su compañera Arévalo, de 22 años, despegó en un I-A 58 Pucará, aeronave que fue utilizada por la Fuerza Aérea Argentina en la guerra de las Malvinas. El avión cuenta con cuatro ametralladoras, dos cañones y, puede llevar hasta 1.500 kilos de bombas o cohetes.
Hoy Etcheverry tiene 43 años, es teniente coronel (uno de los grados militares más altos) y comanda el Escuadrón de Base Aérea II.
Los primeros años como militar
El día después de haber ingresado a la EMA, ella y las cinco mujeres que querían ser pilotas de combate se subieron a un autobús rumbo a Pando (una ciudad a 32 kilómetros de Montevideo): allí las esperaba una mujer con tijeras. El reglamento de entonces decía que el pelo no podía tocar el cuello de la camisa.
Pero surgió un problema: no se distinguían los hombres de las mujeres, y la FAU quería que en las formaciones se notara que hay mujeres. "Pasamos para el otro lado: nos teníamos que dejar el pelo largo y para determinadas actividades andar con el pelo suelto, pero no podía pasar los hombros. Después se dieron cuenta de que era mejor que tuviéramos el pelo largo y que nos lo recogiéramos", contó. "Nos fuimos haciendo (la FAU se fue haciendo) sobre la marcha", agregó.
Para Etcheverry "lo sorprendente" fue pasar de tener que estar de "cara lavada" a tener que maquillarse para salir. "Te dan cinco minutos para hacer todo: bañarte, aprontar el bolso y, además, tenías que salir maquillada porque tenías que quedar como nena... ¡Te querías matar! Esas cosas hoy ya no pasan, de hecho reglamentaron el uso de caravanas [aretes]".
La primera vez fue durante una curso de formación en Durazno. "Habían venido unos pilotos argentinos a darnos unas clases teóricas —dijo Etcheverry—, miré alrededor mientras el argentino hablaba y dije: 'es cierto, soy acá la única mujer".
Años después, en 2005, cuando la FAU empezó a participar en ejercicios internacionales, en Mendoza, Argentina, Etcheverry también se percató de que era la única mujer presente. "Una periodista me preguntó si me había dado cuenta de que estaba yo sola... y yo le digo 'bueno, para mi yo soy una más de ellos, no me siento el bicho raro".
El amor por los aviones
Etcheverry creció en un hogar militar, su padre fue oficial de la FAU, luego piloto comercial; desde chica supo que lo suyo era volar, pero volar aviones de combate. Después de terminar el bachillerato, en 1996 empezó a estudiar Ciencias Económicas, aún no se admitían mujeres en la carrera militar. Ese año Etcheverry se encontró con una amiga que le contó que se estaba preparando para dar la prueba de ingreso de la EMA, así que ella también empezó a prepararse. Un día llegó a su casa de la facultad y le contó a su padre.
—Voy a empezar a ver qué es lo que tengo que preparar para dar los exámenes —le dijo.
—¿Los exámenes de qué? —respondió él.
—Me parece que va a haber inscripciones en la EMA para mujeres.
—Bueno, te van a enseñar a ser puntual —su padre no estaba sorprendido con su decisión.
Por su alto grado jerárquico, Etcheverry realiza una tarea mucho más administrativa que sus subalternos; hoy extraña volar.
"Las veces que por alguna razón tengo que venir a Montevideo y me consiguen un vuelo y me vengo atrás sentada en el avión, miro por la ventanilla y digo 'lo que daría yo por seguir siendo teniente y olvidarme que tengo que pelear por que me llegue la asignación de los víveres en tiempo y forma, por despreocuparme y estar haciendo lo que está haciendo el teniente: pilotando".