Utilizar criterios morales en la política internacional puede atraer la adhesión de ciertos ciudadanos europeos habituados a ser utilizados como material de engorde de organizaciones no gubernamentales, sufragadas por las cuotas "humanitarias". Pero la moral no conseguirá frenar la fuerza de los intereses geoestratégicos, y menos todavía los electorales, en el caso del presidente norteamericano.
La presión del presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, para llevar a cabo su plan de zona de seguridad al otro lado de la frontera, en pleno Kurdistán sirio, representaba para el dirigente norteamericano un nuevo problema, pero menos importante que cumplir con sus promesas.
Ya en diciembre pasado sus intenciones de retirada le costaron la dimisión de su secretario de Defensa, James Norman Mattis. Trump, convencido de haber derrotado a las tropas del ISIS (autodenominado Estado Islámico y prohibido en Rusia), pretende colgarse una medalla que le reporte los votos que espera por el cumplimiento de su programa.
¿Yihadistas europeos libertada?
En algunas cancillerías europeas las críticas a la decisión de Trump y a la ofensiva turca en territorio del noreste sirio intentan solapar la "traición" al pueblo kurdo de Trump con el temor —o terror más bien— a que los miles de yihadistas con pasaporte de la Unión Europea, detenidos por las fuerzas kurdas, aprovechen la circunstancia para recobrar la libertad y vuelvan a sus países a regar con atentados su mortífera ideología.
Cuando Trump dice que en Europa piensan que "Estados Unidos es el imbécil de la OTAN", tiene algo de razón. Los europeos dicen preocuparse por los combatientes kurdos ahora que han sido utilizados para luchar contra ISIS y para servir de carceleros de sus terroristas nacionales. Pero a la hora de enviar tropas al exterior son siempre reticentes y prefieren dejarlo en manos de la OTAN o de su gendarme norteamericano, criticado solo cuando les conviene.
La guerra de Irak contó con el apoyo de algunos aliados europeos; Libia, con la bendición casi unánime. Pero en Siria y en Afganistán, los países europeos preferirían que Estados Unidos siguiera "ocupando" esos países. En Siria, supuestamente para salvar a los kurdos; en Afganistán, a las mujeres. Bellos principios y poco esfuerzo real.
Afganistán, obstáculo electoral
Donald Trump dice que Estados Unidos ya ha ganado la batalla en Siria y quiere irse. En Afganistán la duda permanece porque una retirada sin victoria o, al menos, con las manos vacías, sería una humillación después de 18 años de guerra. Desde hace un año, el presidente norteamericano preparaba un plan de paz con los talibanes y el Gobierno de Kabul. Las negociaciones de paz descarrilaron en el último segundo con una excusa fútil: un atentado en el que murió un soldado norteamericano y doce civiles afganos. Meses antes y en plenas negociaciones, otros soldados de EEUU también perdieron la vida en forma similar y las tratativas no se interrumpieron.
Creer que Donald Trump iba a preferir apoyar a los kurdos antes que dejar hacer al presidente turco y aliado de la OTAN es caer en la ingenuidad. Ahora, desde el Viejo Continente se pretende crear una solidaridad con un pueblo que en Siria ha servido a los intereses occidentales, pero que cuando los militantes kurdos de Turquía ponían bombas en las capitales europeas eran considerados "terroristas", calificativo que se les sigue aplicando en los documentos oficiales de la UE y de Estados Unidos.