Propia Cultura también es ese estudio escondido en Pinto Salinas, uno de los barrios más populares y peligrosos de Caracas. Lo rebautizaron como Pinto Terror.
Junto a los cuadros y fotografías de raperos históricos que marcaron un antes y un después en la industria y en el barrio, y que tapan absolutamente cada centímetro del estudio, hay un cartel explicativo: "Propia Cultura Studio. Horario: 8:00 am – 12:00 pm; 01:00 pm – 05:00 pm. Pautas: Grabación: 18.000 (bolívares). Instrumental: 15.000".
Son los honorarios —y los horarios— del Castor, que es "rapero, músico, productor, 'big maker' y arreglista", como él mismo se define. Canta rap "desde que yo me conozco", dice. Se recuerda de chamo (chico), "frestaliando" —rapeando, diciendo "rimas al momento"— con sus colegas Emperador o Nasty.
"Mucha gente nos llamaba locos, o nos llamaba descoordinados o disociados porque andábamos en otro rumbo y en otro ritmo… En aquella época no teníamos nivel".
Ahora vive de su música, a pesar de todo, de la crisis o de la situación del país. Vive de lo que canta y de lo que compone o graba para otros que pasan por este estudio "clandestino e independiente".
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Pinto Salinas es el barrio de raperos de Caracas, aunque casi nadie lo sabe. Los vecinos dicen que es "la magia". ¿De qué? De la música y la violencia y el desahogo y la cultura como polvorín para escapar y reconstruirse y volar imaginando cosas.
Marco, o Castor, lleva una camiseta roja extra grande de los Chicago Bulls y pantalón azul a juego con la indumentaria. En Pinto Salinas, el baloncesto es al rap lo que los cráteres a los satélites imprescindibles como la luna en cuarto creciente.
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Ese deporte también es un estilo de vida con ídolos que marcaron generaciones. Michael Jordan es un símbolo de éxito para los raperos de Pinto y su silueta aparece grafiteada en cada esquina de sus calles católicas. "Sí se puede" es un canto que nació aquí mucho antes de que lo hiciese suyo el marketing de las nuevas generaciones de la política millennial.
Castor dice que lo que él hace es "culturizar". Culturizar con su música a los que escuchan su mensaje y tienen inquietudes. Anda muy enfocado en los chamos. "El rap es el mismo mensaje desde que se inició esto: protesta, desigualdades, los abusos que sufrimos cada día, de cualquier tipo".
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El músico dice que no es pionero aunque lleva en esto toda su vida. Ahora tiene "33 años aproximadamente", dice, y cuando empezó se inspiraba en otros raperos como Clan Colmena o el Flaco Mamarracho al que también llamaban 2k2vocales.
Lo curioso es que su sangre comenzó a brotar rimas "tan rápido como el cerebro lo permite" gracias a un primo vecino que solía levantarse a las cinco de la mañana para escuchar soul. Muy de moda en aquella época. Pero cuando saltaba la pista del soul de vez en cuando entraba algún rap, "porque en aquel entonces era casi lo mismo", asegura.
"Yo me escondía y miraba a mi primo cantar en inglés aunque no sabía inglés. Ese era mi despertar hasta que cayó en mis manos el disco de Space Jam y Salt-N-Pepa y ahí empecé", recuerda.
El humo del cigarro carga el ambiente pero nadie se inmuta y los cigarros se acumulan indolentes en un cenicero desproporcionadamente grande para el tamaño de la mesa. La computadora donde Castor hace su Propia Cultura ocupa el resto del espacio.
Los clicks sobre temas nuevos o viejos se suceden en YouTube o en la lista de reproducción de Windows y las cornetas —altavoces— son las reinas de la sala de baile. Lo fue comprando todo poco a poco, Navidad tras Navidad, cuando encontró su primer trabajo decente y los aguinaldos —paga extra— le permitían sacar adelante a su familia y, además, comprarse sus caprichos para la música, que es su vida.
"El rap para mí es todo", dice. "Si no hago rap estoy desconectado de todo. Si no estoy haciendo algo de música es que no estoy vivo", agrega.
Mientras habla se asoma Nasty Killah al estudio. Abre la puerta y se saludan con las manos y la sonrisa del recién llegado, que es bienvenido y conocido. Castor pide café a su padre que está en la cocina escuchando la televisión. Cuando se abre la puerta suena un discurso de Nicolás Maduro en VTV, la televisión estatal.
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Nasty es Joyner Lares y ahora es un rapero famoso. Nació en el barrio y sigue cantando allí a pesar de que ya sale de gira dentro y fuera del país y llena plazas y tarimas. "El bloque 4, Pinto Salinas, represento", versa una de sus rimas más buscadas en internet donde también le canta al ghetto y a los callejones sin salida.
A veces, se lleva a su hijo de siete años a los conciertos. A él le compuso una canción y dice que es la única que le gusta porque todavía no entiende mucho esto del rap y prefiere que su papá deje la música apagada mientras él ve comiquitas —dibujos animados— en la televisión.
Cuestión de prioridades. Nasty es padre soltero y tiene 33 años. Rapea desde los 16 y asegura que el rap se trata de constancia. "He tenido varios interludes (espacios) de parón en mi carrera en los que me dediqué a otras cosas", dice. Esos parones fueron de juventud, "cuando tenía 19 o 20 años y me gustaba la noche. Pero el rap y mi hijo me salvaron". No cuenta más detalles.
Nasty dice que el rap es la vida misma y que eso no se finge. "Cuando camino soy rap, cuando hablo soy rap. Nos nace. Es real. Si no hago rap me deprimo. Me desahogo con mis líricas porque canto lo que vivo. Antes era más duro en mis letras porque vi a mucha gente caer, a una madre llorando sangre por su hijo…", relata.
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Su último disco se llama 'A gente libre' y es un homenaje a los que como ellos son totalmente independientes. Nasty es un fenómeno en redes sociales. Tiene miles de seguidores en su perfil de Instagram y en su canal de YouTube atentos a cada actualización del dios "matón asqueroso".
Mientras tiene lugar esta entrevista, esta reportera recibe un mensaje directo a través de su cuenta de IG después de haber compartido en redes un momento donde se ve a Nasty y a Castor rapeando en el estudio Propia Cultura. "¿Estás con Nasty?". Es una amiga venezolana desde España. "Sí". "Lo escucho desde siempre. Me salvó".
Nasty Killah tiene un proyecto en el barrio que se llama Killahs Armoni y que consiste en ayudar a todos los chicos y chicas que quieren dedicarse al rap de una u otra manera. No hace falta saber cantar. En el mundillo también se necesitan buenos grafiteros, skaters, productores musicales o camarógrafos.
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Hasta el momento han sido decenas de chicos los que se le han acercado para preguntarle por el proyecto. Se juntan, cantan, componen, viven y crean oportunidades para tener ilusión o simplemente para pasar el tiempo.
Tiempo que a veces es, como decía Canserbero —quizá, el rapero venezolano más famoso hasta la fecha, fallecido en el año 2015 en extrañas circunstancias que todavía no han sido resueltas— "como el pantalón de un niñito: bien cortito y lleno de caca".
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Uno de esos chicos jóvenes es Víctor, que sonríe tímido dentro del estudio. Llegó para estar. Tiene 21 años y un acting con su cuerpo, sus gestos y su forma de hablar completamente natural. Lleva sudadera con capucha y mensaje, pantalón pitillo oscuro, zapatillas VANS Old School.
Víctor es VicMazu porque son las iniciales de todos sus nombres: Víctor Manuel Mata Zulita. También rapea desde muy joven, "desde que tenía 12 o 13 años". "Desde pequeño siempre me gustó la música", dice, "porque mis padres siempre me influenciaron en eso desde que era un kid (niño, en inglés). Mi papá tiene una orquesta de salsa y mi mamá es soprano en una coral".
Víctor posa para la foto mientras dice que el rap es la expresión más transparente que existe en el planeta. Que no tiene parámetros porque es el desahogo personal de un ser humano sin importar el qué dirán. También se considera un superviviente aunque dice que no le ha pasado nada malo, que es un chico tranquilo y que le gusta pasar tiempo en casa escribiendo sus canciones. Aparte de rapear estudia cocina. Quiere ser chef y cocinar por el mundo su propia cultura.