De inmediato tres oficiales superiores hablaron con el diario O Estado de Sao Paulo, cercano a las fuerzas armadas, para afirmar que una base de EEUU en Brasil es "innecesaria e inoportuna" y que la idea del presidente no se corresponde con "la política nacional de Defensa". Más aún, uno de los oficiales dijo al diario que la presencia de tropas extranjeras solo se justifica "cuando hay riesgo de agresión externa sin capacidad de reacción, que pueda colocar en peligro la integridad de la nación".
En paralelo, en la reunión del grupo de Lima el 4 de enero, el canciller Ernesto Araújo, reafirmó la posibilidad de instalar una base del Pentágono, como parte de una "agenda más amplia" de Brasil con EEUU. "Tenemos todo el interés en aumentar la cooperación con EEUU en todas las áreas", dijo el canciller, al adelantar que sería parte de la agenda a tratar en un encuentro entre Bolsonaro y Donald Trump el próximo marzo.
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En el seno del Gobierno se está produciendo una disputa abierta, nada diplomática ni medida, entre los dos sectores que componen su base de apoyo: los militares nacionalistas y los economistas de la Escuela de Chicago que defienden el modelo neoliberal a ultranza. Era evidente que esa disputa marcaría las características principales de la nueva Administración. Lo que era impensable son dos cuestiones centrales: que saliera tan pronto a la luz (apenas tres días después de asumir) y que los debates se ventilaran en los medios, sin el recato que exigen los buenos modales gubernamentales.
Pero hubo otro hecho menos visible, pero no menos profundo, que revela la enorme fractura existente en las altas esferas. Fue la transmisión del mando de los cancilleres, donde la poderosa burocracia de Itamaraty marca su presencia y pone límites a quienes quieren salir del libreto, con similar potencia con que lo hacen las Fuerzas Armadas.
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El diario Correio Brasiliense, alineado con las Fuerzas Armadas, tituló la cobertura "Ruptura sin diplomacia", destacando que es "muy raro" que un ministro que asume sea mucho menos aplaudido que el que sale. El diario critica con dureza el nuevo alineamiento internacional, asegurando que "el problema de la nueva política exterior no es la sintonía con el discurso de Bolsonaro, sino la necesidad de posicionarse estratégicamente en relación al comercio exterior, la política nacional de defensa y la relación con los vecinos, en un mundo en el cual el eje del comercio mundial se trasladó del Atlántico al Pacífico. Brasil no puede entrar de cabeza en la guerra comercial de EEUU contra China, que se convirtió en nuestro mayor socio comercial, sin ganar nada a cambio".
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Por lo que puede observarse de los primeros días del Gobierno de Bolsonaro, hay varias fuerzas que están tendiendo a limitar su alineamiento automático con la Casa Blanca y su veneración a Trump. Los militares son la principal fuerza en esa dirección, ya que desde hace más de medio siglo se muestran muy celosos de la soberanía del país. En modo alguno van a aceptar la instalación de una base militar extranjera, como tampoco van a negociar cualquier tratado sobre el uso de la base de cohetes de Alcántara.
En un reciente artículo el expresidente Fernando Henrique Cardoso advierte al nuevo mandatario que no sería oportuno tomar partido por EEUU en la guerra comercial con China. "Es por lo menos anacrónico pensar que la competencia por el poder y la influencia en el sistema internacional se dará entre gladiadores comunistas y capitalistas, cruzados de la fe cristiana contra cosmopolitas sin fe ni patria".
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Las fuerzas domesticadoras del impulso ideológico ultraderechista del gabinete de Bolsonaro, están actuando en muchos más frentes de los previstos, en un abanico que incluye militares y diplomáticos, pasando por los grandes medios y los políticos más prestigiosos.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK